En la sociedad contemporánea, la sexualidad ha sido influenciada de manera significativa por la mentalidad consumista, donde las experiencias íntimas y personales se ven tan solo a través del prisma del poder y del placer.
Ahora que socialmente se ha anulado la dimensión espiritual del acto carnal, la fiebre actual por acumular experiencias sexuales no busca la buena vida, sino aferrarse a ella. La desazón por vivir diversas experiencias sexuales no conoce límites, porque no quiere ver la trascendencia o el confín por excelencia que es el de la muerte.
La escritora y psicoterapeuta Esther Perel ha analizado la tendencia actual de las relaciones, observando que: «En una era de opciones ilimitadas, la elección no es solo una posibilidad, es una obligación».
Calentura de devaneos sexuales
La visión consumista de la sexualidad, donde el sexo se ha desacralizado y ha pasado a ser una necesidad física, ha reducido el sexo a “hacer con tus genitales lo que te de la gana”. Bajo esta codiciada exaltación de lo erótico, nos hemos dejado lo más importante por el camino, el “eros”. La aspiración del “eros” es dirigir nuestros corazones y nuestros cuerpos hacia lo verdadero y lo bello, para que lo erótico también se vuelva verdadero, bueno y bello. Dios nos dio los deseos eróticos, el eros, ese hambre de nuestro corazón, para establecer una conexión entre la dimensión erótica de la humanidad y una intención divina. Toda esta calentura de devaneos sexuales va más allá de una simple expresión de deseos físicos, se trata de la aniquilación más profunda de los afectos, es decir amar y ser amado.
En palabras del filósofo Michel Foucault: «La sexualidad es el mayor instrumento de poder en la sociedad». Y bajo este poder, estamos dejando que se nos oculte una mayor comprensión y aprecio por los aspectos más profundos y significativos de la vida.
En un mundo que atiborra constantemente su imaginario erótico, en el inventario de recursos disponibles, es difícil resistir a la tendencia de convertir la sexualidad en un mero activo. Hemos llegado a una sociedad que, al perseguir con insistencia la libertad individual, está limitando la verdadera libertad y conexión con el otro en el ámbito amoroso.
El filósofo Byung-Chul Han afirma que la búsqueda desenfrenada de autosatisfacción choca con la verdadera naturaleza del eros, el amor que debería sacarnos de nosotros mismos. Esta contradicción, cuando se manifiesta en nuestras relaciones, contribuye a una pandemia de narcisismo y a una sociedad al borde del abismo.
Al otro, ¿sólo lo podemos consumir?
En consecuencia, en lugar de amar al otro, solo lo podemos consumir. La razón es que toda relación erótica, cualquiera que fuere su tipo, requiere, en algún momento, la tarea de asumir el riesgo de un salto hacia un más allá del cálculo inmediato de beneficios al que nos condiciona la sociedad del rendimiento. De no ser así, la sexualidad queda reducida a mero capital erótico. El resultado es un coeficiente de eficacia que nada tiene que ver en términos de verdadera sexualidad, de modo que a lo que llegamos, finalmente, es a un amor o un sexo “sin riesgo”, tanto para los sentimientos como para el cuerpo. Se trata de una modalidad de la experiencia erótica perfectamente adaptada a una cultura actual, que rechaza cualquier apuesta, de lo que no puede ser calculado en nombre de la seguridad y la ganancia.
En el anochecer de nuestra vida, añoraremos esa exclusividad trascendente que regala el amor. Porque, más allá del hedonismo y del consumo sexual bajo los principios de la libertad individual, existe un efecto bajo el cual todo se vuelve fascinante para el deseo: “quiero quedarme contigo pase lo que pase”.