La inmigración siempre representa un impacto para el país de acogida, pues afecta tanto a la actividad económica como a las relaciones sociales. La cultura es la base sobre la que un pueblo construye su identidad, tanto en los límites territoriales de sus fronteras como en la actividad migratoria. El emigrante no sólo busca una mejora de calidad de vida, más oportunidades o, simplemente, huir de una realidad social que no le satisface, también es portador de un acervo cultural que lleva allí donde se asienta.
Habitualmente se identifica esta cualidad con el idioma, verdadera barrera de relación personal; pero se ha demostrado que, a la larga, la lengua materna no constituye el obstáculo, sino más bien una posibilidad, por el esfuerzo intelectual que debe hacer el emigrante por comprender y expresarse en una nueva lengua. No podemos olvidar que la cultura modela la conducta humana desde el mismo nacimiento de éste. Son las costumbres, los usos y los modos lo puede generar abismos casi inabarcables entre distintas las culturas.
Según Hofstede, toda cultura se puede definir de acuerdo a su puntuación en cinco dimensiones: distancia jerárquica, individualismo versus colectivismo, masculinidad versus feminidad, evitación de la incertidumbre y orientación a lo largo versus corto plazo.La idea de este antropólogo es que cada cultura se identifica por una serie de valores, que serían esos principios amplios y generales que sirven de base a las creencias. La inmigración genera el contacto de una cultura con otra y el conflicto entre estas distintas dimensiones.
Una actitud negativa frente a la inmigración es la postura maniquea que consiste en contemplar al emigrante sólo como portador de problemas. Es esencial detectar los valores que van asociados al emigrante y como su presencia en nuestro entorno puede activar valores en la sociedad de acogida. Tampoco es correcto ver en el emigrante un puro portador de valores, pues la ambigüedad es sustancial tanto en el anfitrión como en el huésped.
Según un estudio sobre los valores de los inmigrantes marroquíes en la Comunidad de Madrid publicado en la revista Sociedad y Utopía (32/2008), los emigrantes que proceden del país vecino son, en general, fatalistas, tratan de conservar de manera más intacta posible sus tradiciones y tienen un gran aprecio por la familia.
Para este colectivo, la familia se convierte en el núcleo de transmisión de valores y tradiciones que evita que los inmigrantes no olviden sus raíces, ni su identidad. Establecen relaciones de jerarquía a nivel familiar de manera muy marcada, de forma que las opiniones y los deseos de los padres no pueden ser discutidos por sus hijos. En el plano de lo religioso, la inmensa mayoría son religiosos y su religión es la musulmana. Al preguntarles por el tipo de relaciones sociales que podrían mantener con una persona no creyente o que no fuera de su religión, se responde que la religión no importa a este respecto. La gran mayoría están a favor de la libertad religiosa.
Según el citado estudio, nos encontramos ante una población que evita la incertidumbre, que tiene problemas a la hora de enfrentarse a situaciones de vida distintas a las suyas tradicionales, que tiene problemas para asumir planteamientos diferentes a los suyos, y que no está predispuesto a aceptar situaciones distintas.
Conocer al huésped es clave para acogerlo mejor, pero también para aprender de sus valores intangibles.