Me van a permitir generosamente una autocita consecuencia de La Sociedad Desvinculada.
Toda gran cultura o civilización de cualquier lugar del mundo surge y se fundamenta en un orden objetivo de naturaleza religiosa o filosófico-moral. Y esto es así incluso en la actual China, regida por un partido comunista centenario, que ha tenido que recuperar el neoconfucionismo para mantener su cohesión y horizonte de sentido, que son las dos cuestiones básicas que genera todo orden objetivo.
Christopher Dawson, el destacado y brillante historiador inglés de mediados del siglo pasado, con una autoridad muchísimo más acreditada que la mía, lo decía en estos otros términos: «toda gran cultura en la historia de la humanidad ha dependido de un orden moral común y un ideal religioso común«. La izquierda de nuestro país, junto con el liberalismo, practican el laicismo árido que ha girado en ateísmo de facto, de la exclusión religiosa, que en la práctica significa exclusión cultural. Porque el cristianismo católico está tan entreverado en nuestra realidad que resulta imposible cancelar uno respetando al otro. El resultado de su hegemonía actual es que nuestra sociedad y su fracasado sistema educativo, tiene cada vez menos memoria de la tradición religiosa que la creó y, sin esta tradición, no hay un orden moral que nos una.
¿Son importantes las consecuencias? Mira a tu alrededor. Nuestra política es amarga. Nuestras guerras culturales son sectarias. Ya no podemos ponernos de acuerdo ni siquiera en la definición de “hombre» y «mujer». Menos españoles piensan en casarse o criar hijos. Cada vez son menos los que consideran que merece la pena. Aquellos que hacen votos y forman familias tienen que lidiar con una economía que es muy contraria a la formación y mantenimiento de un hogar.
Hay todavía signos más oscuros. Un porcentaje sorprendente, por su dimensión, de jóvenes están medicados por trastornos psiquiátricos. Luchan bajo la carga del abuso de drogas y alcohol; también por otras adicciones y dependencias psíquicas y químicas. Se suicidan en cantidades escandalosas.
En la medida en que la progresía charlatana ve todo esto como un problema, y muchos no lo hacen, culpan a varios agentes, desde la globalización hasta las redes sociales. Seguramente hay culpas para todos. Pero, ¿podría nuestra situación derivar de algo más fundamental? ¿No es el verdadero culpable la pérdida de nuestro «ideal religioso común«, la desaparición del cristianismo como ancla cultural y moral? No vivimos en realidad una crisis moral por la exclusión del cristianismo, censurado por el poder.
la sociedad es plural, religiosamente plural y no homogéneamente laica
Somos un país laico, han insistido —exigido— los expertos durante décadas. Pero eso nunca fue cierto. Ni antes, of course, ni ahora, porque la sociedad es plural, religiosamente plural y no homogéneamente laica, donde el cristianismo sigue siendo, a pesar de todos los esfuerzos en contra, el elemento común y transversal, en parte como fe y, sobre todo, como cultura moral surgida de aquella fe.
Nuestro ideal del individuo tiene raíces cristianas. Nuestras grandes tradiciones de reforma progresista estaban animadas por un espíritu cristiano, al igual que la resistencia conservadora a sus excesos. España, tal y como la conocemos, no puede sobrevivir sin el cristianismo. Los derechos que apreciamos, las libertades que disfrutamos, los ideales que creamos juntos, todos están arraigados y sostenidos por la tradición cristiana. En el bien entendido que esta concepción moral y cultural no necesita ser un creyente que va a la iglesia para reconocerse en ella.
El pensamiento central de Dawson de que cada nación depende de un orden moral compartido, que la nuestra es cristiana, y que, para renovar este orden debemos esforzarnos por hacer que nuestra sociedad refleje de nuevo, en nuestros días, los principios del Evangelio.
Si hasta algo tan opuesto como el comunismo chino ha terminado por reincorporar su marco de referencia confuciano para la sociedad, solo por pragmatismo, ¿cómo va a ser menos necesario, en nuestro caso, cuando palpamos las consecuencias del desastre moral?
No hay nada «sectario» en esta tarea, porque ninguna nación es verdaderamente laica. La afirmación de que puede serlo ha sido un pilar entre la intelectualidad liberal durante casi un siglo. Incluso algunos conservadores lo repiten ahora. El argumento secularista es que el gobierno debe ser neutral ante las concepciones contrapuestas de la buena vida. Regularmente, se nos enseña que esta neutralidad es la única manera de mantener unida una nación pluralista y respetar las decisiones personales de los ciudadanos.
De acuerdo con esta concepción, el derecho del individuo a elegir sus propios fines morales debe tener prioridad sobre cualquier noción de qué finalidades son buenas y verdaderas. Isaiah Berlin advirtió al respecto, que una sociedad organizada en torno a un ideal moral común es esencialmente autoritaria. Pero, en realidad, en la práctica, todas las sociedades están organizadas en torno a una visión moral. También la progre y laicista. Lo que pasa en que su moral es fragmentada, contradictoria, y sus resultados obvios: significa condenarnos a vivir en modo de crisis.
Aristóteles tenía razón hace dos milenios y medio. Como la tiene Dawson y MacIntyre, e incluso un liberal, si bien que perfeccionista, como puede representar Raz. «El fin y el propósito de una polis» —una ciudad, una sociedad— «es el logro de la vida buena», dijo, «y las instituciones de la vida social son medios para este fin«. Más adelante: «Cualquier polis que se llame verdaderamente así, y que no sea meramente una de nombre, debe dedicarse para fomentar el bien«.
No es tan complicado, cuando lo piensas. La sociedad se forja por lazos de lealtad mutua, afectos y amores mutuos, y estos afectos se nutren de una idea compartida de lo que es bueno: una visión moral. La sociedad es una aventura de significado compartido y este común denominador necesario es el cristianismo, su cultura y concepción moral; también y de manera singular para el caso de España en razón de su realidad histórica y de lo que aún perdura como legado común que nos une.