Hoy, para ser bien visto y promocionado, debes ser del montón y revolcarte en él. Tienes que ser progre, y así esnifar coca, chupar porros y mamarte los dedos. Si vas como oveja al matadero creyendo que vas al Cielo y siguiendo las pisadas del rebaño que huele a mugre, tienes el futuro asegurado. Hay que decirse un mantra para meterte los billetes en el bolsillo, y luego, traficando caña y haciendo juegos de manos pasándote −como quien no quiere la cosa− los sudores del vecino alternativamente y cuanto más rápido mejor de la mano izquierda a la derecha y de la derecha a la izquierda, mostrar tu habilidad en hacer juegos malabares por la espalda para distraer al personal, de manera que ni advierta el truco ni descubra tu segunda intención.
Tras dar alcance tú mismísimo a tu pericia, debes mantener el equilibrio cual funambulista atraído por la paga que le espera al final de la cuerda, para, una vez asegurado tu pan de cada día, abrazarte al diablo que te esperaba seseante en el umbral del mismo histriónico burdel, para deslizarte disimuladamente disfrazado al otro extremo de tu pueblo −donde crece la parva encendida−, de manera que parezca que vives en otro planeta de humo (y en verdad ahí vives), para que se pierda tu rastro y ninguno de tus adversarios ni sus canes pueda siquiera atraparte. Pues viviendo en el País-de-Nunca-se-Vio, por su mismo nombre se comprende que por nadie serás comprendido.
Que sí, hermano, que sí. Perdona que te tutee. Que vas muy bien escoltado para proteger tu flanco débil, pero ni eres amado ni amas a nadie, y por tanto no eres feliz ni harás feliz a nadie. ¡Perdona! Rectifico. Pues sí que eres amado: Dios −tu Creador y Padre− te ama con locura, y sufre noche y día por ti y tu desmadre; te llama permanentemente, sin desfallecer ante tus desplantes, y te avisa de que la cuerda se te afloja, y que por ello tu vida corre peligro de ser malograda y merecedora del Infierno; ese Infierno con mayúscula que nada tiene que ver con el infierno que pasas y haces pasar en tu vida en carne, más que el desfallecimiento que te provoca; ¡estate al loro, que −por este camino− el Infierno que encontrarás al otro lado del velo será para siempre!
Para acertar el tiro
No sé si me explico. Tu Infierno particular no trascenderá; será ese lugar cierto en que tú y tus compinches mentirosos corrompidos con las contorsiones de vuestra falsaria política tahuresca os podriréis definitivamente mano a mano en la limousine colectivista que os apañáis entre vosotros, pero sin acabar de podriros: es ese lugar que Jesús describe diáfanamente destacando que en él “el gusano no muere y el fuego no se apaga” (Mc 9,48). Y eso −de seguir así− es y será así para ti y tus compadres, a medida que vayáis cayendo. Eternamente: allí “será el llanto y el rechinar de dientes” (Lc 13,28), pues “muchos son los llamados y pocos los escogidos” (Mt 22,14).
Sí, hermano, mi hermana del alma. Persiguiendo poder y gloria, hemos olvidado que el ser humano es un ser trascendente, con cuerpo y alma, razón por la cual, si no se trasciende a sí mismo con amor a Dios y al hermano por Él (sin el interés de favorecer a hijos y compadres), ya puede esnifar, ya puede chupar, ya puede mamar y aparentar, que seguirá prostrado en el suelo de su propia guarida.
Pero toma buena nota. Por el contrario, esos que tú señalas y pisas y denigras difamándolos y señalándolos en público y en privado, haciéndote altavoz del “poder de las tinieblas” (Lc 22,53), como por arte de magia, un día, cuando la noche se desplome sobre ti sin vuelta atrás y sin remedio, aquellos que han sabido dar fruto antes de la siega (Mt 13,24-30), vivirán también eternamente, porque han dado su vida mortal por la Vida con mayúsculas que Jesús nos prometió cuando dijo: “Haz esto y vivirás” (Lc 10,28).
Vida inmortal, ¿me oyes? ¡Inmortal! Y esas tus víctimas que no solo han amado a sus hijos y “los suyos” maquillándose −como tú− con joyas heredadas con el precio de la sangre de otros, sino a todo quien que se pasaba por su vera, vivirán felices y amados para siempre. ¿Y tú, dónde estarás? Despierta, que aún estás a tiempo de aceptar la invitación que te hace el Maestro como altavoz e imagen del Padre que todo lo puede (“Dios lo puede todo”: Mc 10,27), pues todo lo ve como es en verdad (“todo el que me ha visto a mí ve al Padre”: Jn 14,9). Pero date prisa, moreno, que solo estarás a tiempo hasta que te caiga el telón, como quien dice en dos días… o unas horas. Si no llegas porque te confías al Averno de convertirte sin ser visto en último momento, llegarás tarde y llorarás: ¡pagarás con billetes de carne acuñados con tu propia sangre!
Twitter: @jordimariada
Persiguiendo poder y gloria, hemos olvidado que el ser humano es un ser trascendente, con cuerpo y alma Share on X