Búsqueda de la Verdad y sentido suelen ir de la mano. La Verdad nos da sentido, pero también el perseguirla. Esa es la virtud que se demuestra en la lucha, o la cobardía en rehuirla. Somos libres (o deberíamos serlo) de aceptarla o rechazarla.
Siento que te vas
siento que te vienes,
que mi manera de mirar
determina mi anclaje,
donde vivo, donde mora
el Espíritu que me guía,
pues ya he descubierto, con tu mirada,
que todo es todo y nada es nada,
llamándome con tu voz a veces fuerte,
otras tan delicada,
por caminos oscuros, que me avían,
con mis propios pasos,
a esa Morada eterna
a que Tú me llamas.
La búsqueda de la Verdad siempre tiene un momento de revelación, de despertar lo que duerme latente y había que despabilar. Una cosa es “ir tirando”, y otra muy distinta, la determinación por ir en su búsqueda con ánimo de descubrirla. Para ello, el sistema que nuestro Creador usa es colocar al alma en situación de crisis. Una crisis es una catarsis, nos fuerza a determinarnos por paralizarnos o caminar con decisión y determinación no solo a “mantener el tipo”, sino a satisfacer la llamada que todos sentimos en algún momento en la vida a volar como las águilas.
¿Crisis o revelación?
“Todo depende del color del cristal con que lo miras”, reza el proverbio. Una buena crisis bien resuelta es una bendición; nos da la medida de nuestra entrega. Dios sabe lo que hace, si nosotros lo hacemos todo por Él; y si no, también. Por tanto, vale más que aceptemos los malos momentos o la mala suerte, esperando contra toda esperanza tiempos mejores.
de la fortaleza pueden surgir las otras virtudes en retahíla
En una crisis podemos descubrir a Dios, y, si somos capaces de desvelar el velo, allí estarán esperando nuestra fortaleza y otras tantas virtudes que nos harán crecer como personas y como almas. Porque de la fortaleza pueden surgir las otras virtudes en retahíla, como quien tira del hilo en busca del nudo que lo agarra todo y lo afianza. Las virtudes enrecian y preparan para nuevos retos.
Ha hecho fortuna hoy la palabra “reto”. En una época en que todo se tambalea y amenaza con venirse abajo todo el edificio, un reto es algo que nos impele a superarnos, incluso donde y cuando nunca diríamos que hasta ahí podíamos llegar. Hay personas que avanzan en la vida superando retos, algunas que se los autoimponen, pues el reto bien entendido y con compromiso a la persecución de las consecuencias y frutos que puede darnos, ciertamente nos fortalece e impulsa con la fuerza que vamos consiguiendo a medida que avanzamos.
La Verdad como reto
Y… ¿qué tiene que ver el reto con la Verdad? Podemos ver la llamada de la Verdad como un reto, un motivo que Dios nos da para enfocar la lucha y latir al ritmo que Él nos va marcando. La lucha, queramos o no, la aceptemos o la rechacemos, siempre existirá en nuestra vida, latiendo hasta nuestro último latido. Serán latidos que determinarán (o no) el descubrimiento del velo y marcarán el final de una etapa de búsqueda (o rechazo) y el principio de las consecuencias de nuestra acción (o inacción).
Por más que nos escabullamos de la lucha, a todas horas, día sí y día también, persistirá allí la muy remolona. Acuñará la manera de cómo “iremos por la vida”: con la cola entre las piernas o con la cabeza bien alta. El momento en que nos damos cuenta suele ser el toparnos de cara con la crisis. Y ante ella, todos debemos tomar la resolución de abandonar y claudicar ante ella, o de luchar en pos de la búsqueda de sentido a que la Verdad nos llama.
Cuando conseguimos sintonizar con la amonestación a que la crisis nos reclama aceptándola con paciencia, en ella empezamos la búsqueda del sentido
Crisis. El detonante del sentido. Cuando conseguimos sintonizar con la amonestación a que la crisis nos reclama aceptándola con paciencia, en ella empezamos la búsqueda del sentido. Cuando lo encontramos o simplemente tratamos de cuestionarlo, el sentido desparrama la luz de menos a más por todo el espacio vital de la persona, que siente recuperar la libertad interior de la propia decisión a que el sentido le exhorta, y se hace ama de sí misma.
A partir de la toma de la decisión (a condición de que sea libre), el estilo de nuestro caminar determinará un positivismo o un negativismo a que se incline la persona y toda su envoltura, pues será ya un acto libre, de donde surgirá o no la solución tan esperada. No es imprescindible hallar una solución para sentir el sentido de la propia vida, pero sí será determinante la resolución que tome el alma de vivir con buen o mal espíritu. Tanto, que hasta su entorno percibirá en ella y de ella ese carácter positivo o negativo que o favorece el Bien o desencadena el Mal, de manera que la búsqueda de la Verdad quedará tocada de raíz en uno u otro sentido.
El sentido como solución
Si encontramos la solución, todo es gloria; si no −que es el camino común de los mortales−, el alma se sentirá llamada a profundizar en la verdad contenida en algo que puede parecer fracaso, pero que si se ausculta bien, siempre comparte una lección que el Todopoderoso nos comunica con su Espíritu. No obstante, para una vida lograda, no es imprescindible el hallar el sentido, sino la determinación en hallarlo. Ese es el espíritu de los santos: caer y levantarse. Ese es el reto clarificado, gimnasia de la razón y los sentidos, la Verdad que nos reclama. Ese es el sentido que encontramos en nuestro tocar fondo; cuando hallamos sentido en la búsqueda de sentido.
Una vez tomada la determinación de seguir el camino hacia la búsqueda de sentido, el alma siente inflamarse en el espíritu, en una progresión que le lleva a experimentar la felicidad a que Dios la llama, encaminándose ya decidida hacia el mismo Dios, pues ya vimos que la Verdad es Dios, ese Sentido que da sentido a todo sentido, esa felicidad única y distinta que solo se siente no en la búsqueda de sí misma, sino del propio sentido que regala esa felicidad, en una sinergia en que el alma se inflama con la satisfacción satisfecha reconociéndose en la insatisfacción de sí misma, y ya entregada a Dios “en espíritu y en Verdad” (Jn 4,24).
Espíritu de rechazo
No obstante, con la decisión del acto libre que hemos mencionado, podemos rechazar la llamada a que nos reclama la Verdad. Ya hemos dicho que la decisión puede ser o no ser libre. Para que haya responsabilidad, ha de ser forzosamente libre. Con todo, el alma libre puede repudiar a Dios y su Verdad, en un acto que puede ser leve y transitorio o grave y permanente, en que podemos consumar el rechazo. Eso es el pecado, la determinación libre a consumar la propia voluntad en contra de la de nuestro Creador.
Hay personas que se rebotan contra Dios, y acaban rebelándose incluso contra sí mismos
Hay personas que se rebotan contra Dios, y acaban rebelándose incluso contra sí mismos. Porque el mal llama al mal, el pecado llama al pecado. De tal manera, la persona acaba perdiendo “el norte”, el sentido de su propia vida, que paulatinamente le acerca a los acontecimientos que pueden desencadenar su desesperación, pues la autosuficiencia de la propia voluntad, cuando va conscientemente contra la Voluntad de Dios, encamina de cabeza a la propia desesperación, ese estado en que el alma siente consumir su espíritu con las llamaradas del fuego del Adversario de Dios, al que puede acabar entregándose.
Esa entrega al Enemigo de Dios se consolida cuando uno abandona su búsqueda de la Verdad y se decide a proseguir en busca de la satisfacción de su autosuficiencia. “El hombre que no se consuela en Dios es como si intentara encontrar a esa persona desaparecida contemplando su retrato. Con el agravante del engaño, porque ya se sabe que el retrato no es más que una simple imagen que nadie confunde con la presencia” (Gustave Thibon. Nuestra mirada ciega ante la luz. Ed. Rialp. Madrid, 1973. Pág. 105. Citado en La Verdadera noche es luz. Carlos Villar. Ed. Cobel. 2023. Pág. 24).
Efectivamente, “cuando la lucha ascética y las energías se concentran, incluso de modo heroico, en algo falso, todo se resiente. Puede ocurrir que una persona sea muy sacrificada, haga fuertes penitencias, realice incansables gestiones apostólicas pero, en el fondo −que es lo importante: lo que está en el fondo−, el motivo fundante de ese esfuerzo titánico no sea el amor de Dios, sino su imagen ante los superiores o ante un público concreto” (Obra cit. Pág. 14). “Estas crisis, si son vividas desde la fe y la humildad, son espacios de gracia llamados a descubrir la propia verdad y, al mismo tiempo, el rostro de Dios” (Carlos Villar. Ibid. Pág. 15).
La solución del Papa Francisco
“A nosotros, de hecho, nos cuesta ponernos al desnudo, decir la verdad: siempre tratamos de cubrir la Verdad porque no nos gusta; nos revestimos de exterioridad que buscamos y cuidamos, con máscaras para camuflarnos y mostrarnos mejor de lo que somos. Es un poco como la costumbre del maquillaje: maquillaje interior, parecer mejor que los otros… Pensamos que lo importante es ostentar, aparentar, para que los otros hablen bien de nosotros. Y nos adornamos de apariencias, nos adornamos de apariencias, de cosas superfluas; pero así no encontramos la paz. Luego, el maquillaje se va y tú te miras al espejo con la cara fea que tienes, pero verdadera, la que Dios ama, no esa ‘maquillada’. Y Jesús despojado de todo nos recuerda que la esperanza renace diciendo la verdad sobre nosotros −decir la verdad a uno mismo−, dejando caer las dobleces, liberándonos de la pacífica convivencia con nuestras falsedades. A veces, estamos tan acostumbrados a decirnos falsedades que convivimos con las falsedades como si fueran la Verdad y terminamos por envenenarnos con nuestras falsedades. Lo que hace falta es volver al corazón, a lo esencial, a una vida sencilla, despojada de tantas cosas inútiles, que son sucedáneos de esperanza” (Papa Francisco. Audiencia general, 5 de abril de 2023. Citado en op. cit. Pág. 17).
Podríamos concluir que toda búsqueda sincera de la Verdad rezuma de una vida interior auténtica, que “es un proceso de conocimiento propio que nos rescata de la autosuficiencia y nos permite descubrir que el hombre maduro es también un hombre herido” (Carlos Villar. Ibid. Pág. 15). Así pues, con el fin de evitar ser heridos o sobrellevando con libertad y sentido nuestras propias heridas, seguiremos madurando para desentrañar un tanto el buen espíritu que podemos tener… o que −como hemos visto− rechazarlo nos puede perder. ¡Hasta la semana que viene!
Twitter: @jordimariada
De la fortaleza pueden surgir las otras virtudes en retahíla, como quien tira del hilo en busca del nudo que lo agarra todo y lo afianza. Las virtudes enrecian y preparan para nuevos retos Share on X