Para bien o para mal, el siglo XX con la sociología positiva trajo la medición de todos los fenómenos sociales -no siempre con acierto- y esto ha continuado y se ha acrecentado en el presente siglo, con la abundancia de datos y la sofisticación de la forma de tratarlos.
La fe en Dios, como la actitud más compartida por toda la humanidad, no podía quedar fuera del interés, a veces más bien maligno, pero en muchas ocasiones, sin perjuicios previos, a favor y en contra. Y en este ámbito el propio de la metodología científica es donde surgen consecuencias que van tejiendo una imagen increíblemente buena. La fe, la experiencia religiosa es individual y colectivamente positiva. Esta constatación aconsejaría a la humanidad, y España pertenece a ella, por si alguien no se siente aludido, adoptar la actitud de “como si Dios existiera” porque incluso al margen de la fe es la respuesta más inteligente por beneficiosa.
Por ejemplo, es un hecho científicamente probado que la práctica religiosa genera beneficios materiales, relacionados con la salud. Así es conocido el hecho de que los hombre viudos viven menos años que los casados, pero que a su vez los sacerdotes y religiosos superan en años de vida a quienes han vivido en pareja.
Estudios recientes en Estados Unidos revelan otro efecto llamativo de la vivencia y práctica de la de fe. Concretamente, los economistas de Estados Unidos, Anne Case y Angus Deaton, demostraron que la mortalidad había aumentado entre los blancos de mediana edad, gracias a un aumento en las sobredosis de drogas, las enfermedades relacionadas con el alcohol y los suicidios, causas que consideraron “muertes por desesperación”.
Otro estudio realizado por investigadores del Congreso en 2019 encontró que el 70% del aumento en las tasas de muerte por desesperación provino solo de las drogas. También mostró que el aumento de la mortalidad no coincidió con el aumento del malestar económico o la infelicidad.
Un nuevo artículo de Tyler Giles de Wellesley, Daniel Hungerman de Notre Dame y Tamar Oostrom de Ohio State, refuerza el argumento de que las muertes por desesperación se derivan, en parte, del debilitamiento de los lazos sociales. Muestra que la mortalidad por estas causas entre los blancos de mediana edad dejó de caer alrededor de 1990, mucho antes del aumento del uso de opioides.
¿Qué cambió en ese momento? Los autores estudiaron la asistencia a los servicios religiosos. Descubrieron que los estados con más participación tenían menos muertes por desesperación, y que cuanto más rápido caía la asistencia religiosa en un estado, más aumentaban esas muertes.
Este patrón no prueba que la participación religiosa evite las muertes por desesperación. Pero los autores intentaron aislar el impacto de la religión estudiando las leyes que prohibían el comercio los domingos para fomentar la asistencia a la iglesia. Cada vez que un estado derogaba una ley de este tipo la asistencia religiosa tendía a caer en picado, creando un experimento natural. Y, efectivamente, las muertes por desesperación aumentaron inusualmente rápido en los pocos años posteriores a estas derogaciones. Aunque la legalización de la venta de alcohol los domingos puede explicar parte de esta tendencia, el mayor aumento en la mortalidad provino de los suicidios.
La tesis que mencionan plantea una posible correlación entre la participación religiosa y las muertes por desesperación. Según lo que se ha estudiado en el campo de la sociología y la psicología, existe una relación entre la religión y la salud mental, lo que podría explicar la conexión entre la participación religiosa y las muertes por desesperación.
.Puede haber otros factores que estén influyendo en los resultados. Pero en el caso de Estados Unidos estudiado, el haber conseguido aislar el fenómeno con aquel “experimento natural” de eliminación de leyes que obligan a cerrar las tiendas los domingos y subsiguiente caída de la práctica religiosa, parece excluir otras causas y elimina el razonamiento de que correlación no implica causalidad.
Sorprendentemente, el estudio encontró que la oración privada no estaba relacionada con menos muertes por desesperación. Esto sugiere que la reducción del riesgo no estaría vinculado a la creencia, sino a las conexiones interpersonales que proporciona la religión organizada. Pero los datos muestran que los grupos seculares, como las organizaciones benéficas o los sindicatos, que también producen dicho “capital social”, lo hacen en unos términos mucho más débiles que las redes basadas en la fe.
Una interpretación de este hecho propone que no se trata tan solo de una fe individualizada más o menos intensa vivida privadamente, sino aquella que se vive en comunidad y que posee unos fuertes vínculos con la comunidad religiosa; los que los católicos llaman Pueblo de Dios.
Tendrían- ¿tendríamos? – que tomarnos más en serio lo que dice Mateo 15,20:
“Os aseguro, además, que, si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.»
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«Cuando estoy enfermo y me duelen la espalda y las piernas, me concentro en la oración y no siento el dolor», leemos al final del primero de los «Relatos del peregrino ruso», libro que me fascinó cuando lo descubrí, entre otros motivos por esta relación directa palpable entre religiosidad y salud: la ligereza como virtud física recibida por vía espiritual.
El artículo abunda en la salud mental. En este campo, sin llegar a los extremos peligrosos de la inestabilidad recurrente, la desesperación y el suicidio, noto con bastante claridad que las personas que viven poco o nada religadas a Dios a veces utilizan argumentos sin fuerza, de escasa capacidad de convicción: basta con escuchar según qué razones en conversaciones varias, incluso entre personas tituladas universitarias, o leer algunos artículos o columnas de prensa tanto en periódicos de papel como en los digitales, salpicados de palabras tópicas, de ideas insostenibles o, peor aún, de datos falsos.
Por último, no está demás dar un vistazo por ejemplo al informe actualizado en junio de 2022 acerca de las Enfermedades de Transmisión Sexual en España (https://www.epdata.es/datos/enfermedades-transmision-sexual-espana-graficos/666), que habla de la ausencia de perspectiva religiosa en la inclinación aguda a satisfacer deseo y corrobora por el lado negativo la tesis cifrada en el titular de hoy:
A menos religiosidad, peor salud.