En un acto de campaña de las elecciones generales, Yolanda Díaz tuvo a bien hablar de su hija. Dice que le preguntó: «Mamá, ¿puedo ser trans?». Respuesta: «Claro, Carmeliña, tú puedes ser lo que te venga bien.» Y añadía, mirando seriamente al público: «El problema es que esto, el 23 de julio, está en riesgo.»
Mira, Carmeliña, si tu madre no te lo dice, te lo dirá cualquiera: no puedes ser lo que te apetezca. La vida consiste en conocer las propias limitaciones y en aceptarlas, no en hacer volar la fantasía y pretender que el resto del mundo se adapte a ella. Si no tienes suficiente oído, no podrás dedicarte a la música; si no eres lo bastante alta, lo tendrás difícil para el baloncesto de competición; si no tienes una nariz suficientemente fina, no servirás para la perfumería o para la enología; si has nacido niña, no serás un niño (ni viceversa).
Son limitaciones que no te pone la extrema derecha, te las pone la naturaleza.
Ser hombre o ser mujer no es cuestión de voluntad. Los fenómenos fronterizos son casos contados y merecen respeto y comprensión, pero no merecen que neguemos la existencia fundamental de dos, y solo dos, sexos. Querrán hacernos creer que un cuerpo mutilado y medicado de por vida es un destino glorioso para nuestros hijos, pero no lo es y algún día tendremos que decir basta.
Lo que estamos viendo ahora es una inflación de casos inducidos por la moda, algo especialmente execrable cuando pretende apoderarse de niños.
Es increíble la cantidad de famosos cuyos hijos, naturales o adquiridos, les han salido “no binarios”, y los ofrecen a la contemplación popular. Y después de la moda, viene el oportunismo y la picaresca.
Un preso, convertido legalmente en mujer, consiguió el traslado al módulo de mujeres, y dicen que dejó preñada a una; se debió sentir hombre todavía, en algún momento. Un aspirante a policía municipal de Torrelodones se declaró mujer a media oposición para superar más cómodamente las pruebas físicas. Van apareciendo casos y más casos de deportistas que pasan de desempeñar un papel discreto como hombres a situarse en las primeras posiciones del ranking en cuanto descubren que se sienten mujeres; como el nadador Will Thomas, 554º en 200 m libres, que una vez transformado en Lia Thomas, se convirtió en 5ª en la misma categoría. Y no nos quejemos, pues seríamos acusados de “transfobia” por las autoridades políticas y mediáticas. Los organizadores del concurso de Miss Italia se han negado a permitir la participación de hombres biológicos, y luego más de un centenar se han apuntado pretextando que tienen todo el derecho a ello.
Pues no, no tienen ese derecho.
La cosa alcanza una dimensión kafkiana cuando se presenta como un avance feminista, porque es exactamente lo contrario.
La llamada autodeterminación de sexo, reducir la condición de mujer a la simple expresión de una voluntad al margen de la realidad biológica, permitir que hombres accedan a plazas reservadas a mujeres no es feminismo, es una estafa.
La administración Biden ha dado grandes pasos en dirección al abismo introduciendo términos como “birthing people” —gente que da a luz— o “egg producers” —productores de óvulos— para evitar hablar de mujeres o madres, porque se ve que esto ofende a ciertos individuos que deben haber nacido bajo una col.
Recuperar el recto uso del lenguaje es el primer requisito para resistir la ofensiva. Existe la familia, no la “familia tradicional” ni 16 tipos de familia. No hay docenas de identidades de género, hay dos sexos y el resto son usos y costumbres que si no interfieren en el funcionamiento de la sociedad ni se presentan en las escuelas a divulgar sus erráticas teorías, no nos importan.
Pero por causas que todavía no constan, pero que no son difíciles de imaginar, estas tonterías son iniciativa global de obligado cumplimiento en los países occidentales y, convertidas en política de Estado, caen como una granizada sobre pueblos desdichados como el nuestro.
La obsesiva omnipresencia de la bandera del arco iris, que sustituye identidades territoriales y de partido, es la expresión última de la sumisión que se nos pide. El sentido común no lo es todo, pero es un buen punto de partida, y si el sentido común nos dice que no tenemos un “progenitor uno” y un “progenitor dos” sino un padre y una madre y que referirse a ésta como “persona que menstrua” es un escarnio, haremos bien en empezar a desmontar esta ideología tan calculadamente antihumana.
Autor: Manuel Castaño Viella
Publicado el 25 de agosto en catalán en el diario El Punt Avui
Ser hombre o ser mujer no es cuestión de voluntad. Los fenómenos fronterizos son casos contados y merecen respeto y comprensión, pero no merecen que neguemos la existencia fundamental de dos, y solo dos, sexos Share on X
6 Comentarios. Dejar nuevo
¡Cuánta razón tiene el autor!
«…se presenta como un avance feminista, porque es exactamente lo contrario.»
El «cambio» de sexo presta para comentarios como: «Cualquiera puede ser mujer, hasta un odioso hombre».
Pues las feministas dicen que los hombres no son necesarios, que «el violador eres tú», y cosas por el estilo.
La Verdad es simple pero mucha gente ya no puede conectar con Dios y siempre va bién que alguno que bascula entre el bien y el desastre le enciendan una Luz y aquí el Manuel Castaño ha dado con el interruptor.
Carmeliña también le podía haber preguntado a su madre, Yolanda Díaz: «Mamá, ¿puedo ser estúpida?» Respuesta: «Claro, Carmeliña, tú puedes ser lo que te venga bien. Ahí tienes a mamá que ha llegado a Ministra a base de soltar estupideces tan enormes como la que te acabo de soltar ahora sobre si puedes ser trans.» Y la niña preguntaría: «Entonces, ¿puedo cambiar de mamá? Me vendría bien no volverme estúpida como tu, aunque no llegue a Ministra.
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Ya es raro que un artículo así lo hayan publicado en un periódico subvencionado por la Generalitat de Catalunya, un poder que trata de imponer la ideología de género como un principio fundamental ante el que todos los ciudadanos deben doblegar la mente.
Y más raro aún que no haya recibido denuncias de «transfobia» por parte de gente que se ha dejado alienar por una ideología que en realidad no es más que una tontología que viene a rellenar el vacío religioso, ontológico y moral en el que se corrompe una sociedad ufanosamente replegada sobre sí misma.
En fin, parece ser que algo está cambiando. El artículo es excelente y honra al periódico que ha tenido el valor de publicarlo. Esperemos que contribuya a desintoxicar a muchas personas y a que recuperen el pleno uso del sentido común, de forma que políticos de calaña perversa tipo Yolanda Díaz se queden sin votos con los que accionar su maquinaria destructiva.
Muy buen artículo.
cuando la persona se aparta de Dios no solo pierde la fe, también el sentido común.