Hace unos días publiqué un artículo en el que respondía a otro del Sr. d’Arquer. Dada su contrarrespuesta, advierto que he sido pésimamente interpretado y que he herido mucho con mis palabras a este señor, cosa que lamento.
Pido disculpas a los lectores por abusar de su paciencia: ya llevamos un artículo editorial, tres artículos del Sr. d’Arquer y éste, que es el segundo mío sobre el mismo asunto… Aquí me limitaré a responder al Sr. d’Arquer «por alusiones», sobre todo a causa del tenor de éstas.
La crítica del Sr. d’Arquer al artículo «¿Por qué Santo Padre, cui prodest?» me pareció desacertada e injusta. Tal editorial está redactado con cortesía, prudencia y respeto ejemplares, sin que ello merme su contenido crítico.
Tuve la tentación de escribir una respuesta al Sr. d’Arquer, pero dado el cariz que había tomado la discusión, preferí no echar más leña al fuego. Ante la insistencia del Sr. d’Arquer en su artículo «Así responde Francisco» consideré que sería perjudicial seguir callando y concediendo. De ahí surgió mi artículo «Francisco I y Disney», que ha sido combatido por el Sr. d’Arquer en «La razón del Sr. Messerschmidt y mi razón».
Tras una introducción el Sr. d’Arquer empieza su argumentación definiéndome como un «atizador de avispas». A continuación, ensalza a Jordi Évole y al Papa Francisco I de una forma que, personalmente, me suena algo desorbitada.
Al Papa se le debe gran consideración y respeto como sucesor del Apóstol San Pedro con todo lo que eso conlleva. Pero no estamos llamados a ser francisquistas, sino a ser cristianos. Muchas personas, creo, caen de buena fe en una especie de idolatría, y esto no es nuevo, ya ha sucedido con algún otro pontífice, pero es erróneo y muy peligroso.
En su segundo artículo sobre este tema el Sr. d’Arquer reproducía las palabras de Jordi Évole: «Yo creo que [con el Papa] nos inspiramos mutuamente». No entro en el hecho de que Francisco inspire a Évole, pero que éste pretenda ser la musa de un papa es, lo repito, un grotesco acto de soberbia cuya proclamación no pone de manifiesto una gran sutileza intelectual.
Es posible que al Sr. Évole la frase tonta se le escapara en un mal momento, puede pasarnos a todos. Pero siendo una declaración pública, se convierte en algo que se debe señalar como lo que es. No entiendo por qué el Sr. d’Arquer defiende ardientemente tales afirmaciones. Claro que hay que reconocer que en su ataque contra mis argumentos muy oportunamente pasa por alto ese «nos inspiramos mutuamente», de modo que el verdadero sentido de mis palabras queda totalmente tergiversado.
El Sr. d’Arquer añade:
«Yo mismo me siento inspirado por Dios a defender al revolucionario Papa que nos ha regalado, con el fin de que usted y otros como usted no le malinterpreten a él ni me malinterpreten a mí, cuestión tan fácil en una exposición pública como la que nos ocupa.»
Desgraciadamente yo no poseo las inspiraciones proféticas que Sr. d’Arquer parece tener.
Con respecto al «reality show» sobre el Papa Francisco el Sr. d’Arquer escribe:
«¿Qué aporta si los chicos están sentados en sillas como afirmo yo (hablando en genérico, para abreviar), o si uno está en el suelo como declara usted? Usted se limita a hacer crítica destructiva, y con ello pierde buena parte de la razón. ¡Hasta insinúa que los productores han manipulado los rayos y truenos de ese día nublado!
Y ¿qué hay de mi estimación de relacionar el adoctrinamiento LGTBI en Disney+ con su pérdida de valor accionarial? No soy el único que lo dice (aunque todavía no tengo IA). Aunque no me engaña usted al asegurarme que el mundo va hacia la aceptación de esa ideología (sic), tenga en cuenta este motivo como para que en Disney+ se esté perdiendo terreno ahí, pues es un hecho que tras anunciar la cadena a bombo y platillo que se sumaría al adoctrinamiento, va perdiendo. Puede que sea porque la mayor parte de los suscriptores son familias con niños. Es una hipótesis que usted podría investigar si le interesa. A mí me tiene sin cuidado, y no forma parte del núcleo de mi defensa del documental del Papa.»
Yo respondería que desde luego el estar los interlocutores del Papa sentados como corresponde, así como las formas y las buenas maneras son señales de respeto, tienen un significado. En la liturgia hemos perdido mucho de todo eso y las consecuencias son desoladoras.
Preguntarse si la tormenta en esa producción televisiva es auténtica o no, no es ningún pecado. La falta de asientos más cómodos (¿no los hay en el Vaticano?), el aspecto marcadamente informal del lugar en que tiene lugar la charla, el que Francisco se siente en una silla poco confortable (¿por qué, si tiene 86 años y está físicamente inválido?), el número y emplazamiento de las cámaras, la iluminación, los encuadres, el hecho mismo de que la charla discurra sin tropiezos, interrupciones o reiteraciones, como es inevitable en la vida cotidiana, son señales inequívocas de una cuidadosísima puesta en escena que pretende transmitir una imagen muy concreta.
Por motivos tanto laborales como personales, he tenido oportunidad de acumular algo de experiencia en rodajes, así como en escenificaciones teatrales, además de que he podido tratar a mucha gente del «mundo del espectáculo» (incluídos internacionalmente famosos directores teatrales, algún muy experto productor de cine, etc.). Esta experiencia, siendo muy modesta, es más que suficiente para advertir las características de esta producción.
Disney trabaja con rigurosa profesionalidad para realizar productos que reporten beneficios económicos, nada más
Disney trabaja con rigurosa profesionalidad para realizar productos que reporten beneficios económicos, nada más. Su fin no es predicar el Evangelio ni hacer obras de caridad. En este contexto el Papa es materia prima de un producto potencialmente de muy alta rentabilidad y de gran impacto publicitario. Sobre los motivos de Francisco I para participar en esta producción no puedo decir nada. De las acciones de Disney y las presuntas causas de su pérdida de valor, etc. tampoco sé nada, el asunto me es ajeno y no creo que sea relevante para la Iglesia.
Renuncio a comentar en detalle el larguísimo artículo del Sr. d’Arquer, que nos prometía no escribir una enciclopedia. Por solidaridad con el sufrido lector, me referiré sólo a algunos párrafos que subjetivamente me parecen reveladores, tomados un poco al azar (me perdonará esta ligereza el Sr. d’Arquer, pues no es amigo de formalidades), como por ejemplo los siguientes:
«Por otro lado, no me negará usted que una persona cualquiera tiene derecho a sentirse orgullosa hasta de una mera selfi con el Papa»
El orgullo me parece un sentimiento que no deberíamos prodigar demasiado, pues podría resultar peligroso y llevarnos fácilmente a la soberbia. En todo caso, el hecho de que el Papa tenga a bien dejarse fotografiar por y con un visitante no me parece que sea motivo de orgullo, ni que constituya ningún mérito, salvo del Papa, por su paciencia con un cargante ejército de cazadores de «selfis». No veo cómo puede encajar este culto de la personalidad papal en el corpus de la doctrina cristiana. Puedo equivocarme, pero tengo la sensación de estar quizás ante algo así como una superstición o idolatría, no lo sé…
«¡El Papa sabrá qué y por qué lo hace! ¡El Papa es el Papa: el representante de Dios en la Tierra! (Estará usted de acuerdo conmigo en que es la persona más bien informada del planeta). Por tanto, debemos seguirle sin condiciones.»
Ignoro quién es la persona mejor informada del planeta, el concepto mismo de información es muy discutible. Por otra parte, el seguimiento incondicional del Papa me parece erróneo. Ha habido papas deplorables, y si no recordemos a Alejandro VI y también aquel periodo del papado que el gran historiador de la Iglesia que fue el Cardenal Baronio llamaba «pornocracia». Aun en el caso de que Baronio exagerase, lo cierto es que la historia del papado no ha sido siempre gloriosa.
Somos libres y respondemos ante Dios de nuestra fidelidad a Dios. El Papa, al que debemos escuchar y cuyo magisterio debemos honrar, no es infalible más que en determinadas circunstancias, bajo determinadas y muy excepcionales condiciones. Es muy cómodo (y muy erróneo) abdicar de la propia responsabilidad y limitarse a seguir ciegamente a alguien, aunque sea el papa. No es éste un mandamiento de Cristo. Decía Juan Manuel de Prada, y con razón, que al entrar en la Iglesia hay que sacarse el sombrero, pero no la cabeza.
«Estamos tratando un tema que podría considerarse cuasi de protocolo, puesto que el Papa Francisco no deja de ser un Jefe de Estado (punto que ningún comentarista ha mencionado y que solo ello ya daría para una enciclopedia).
Con todo, no olvidemos que se trata del Estado que representa el Amor donde los haya, porque su representante ha sido escogido por el Hijo de Dios para ser su mensajero (“mira que envío mi mensajero delante de ti…”: Mc 1,2), y eso suena fuerte. Muy fuerte. No olvidemos que ya lo avisa Jesús: “He venido a prender fuego en el mundo, y ¡ojalá estuviera ya ardiendo!” (Lc 12,49). “¿Os pensáis que he venido a traer paz al mundo? No, os digo, sino división” (Lc 12,51).»
Aquí sólo percibo una terrible confusión. Creer que la Santa Sede como Estado «representa el Amor donde los [sic] haya, etc.» es, desde el punto de vista teológico, un disparate superlativo «donde los haya».
«¿se ha fijado usted la independencia feroz (certera o no certera) de los jóvenes de hoy? (Entre ellos me incluyo yo cuando pasé por ello, y a mis sesenta, sintiéndome más joven que nunca, sigo defendiéndola a toda costa).»
Me pregunto si el señor d’Arquer y yo vivimos en el mismo planeta
Me pregunto si el señor d’Arquer y yo vivimos en el mismo planeta. Yo no veo ninguna juventud independiente, sino una juventud cautiva de la espeluznante manipulación a la que la someten un sistema educativo y unos medios de comunicación puestos al servicio de perversos intereses económicos e ideológicos, todo ante la impotencia si no indiferencia de sus familias.
Somos estrictamente contemporáneos, Sr. d’Arquer, pero, casi a su misma edad, yo no me siento joven, gracias a Dios, porque sé bien que no lo soy y porque espero que el haber dejado atrás la muy sobrevalorada juventud me haya servido para aprender algo.
«Porque mire usted. Todos sabemos también “lo bien que vivimos” (palabras mías), pues basta que usted ahora abra sus ojos para observar el triste espectáculo de todos esos que viven día y noche una doble vida tan cómoda, arrellanados en su sofá ante la televisión, chupando sexo, droga y rock-and-roll. Si no “vivieran demasiado bien” como yo afirmo, no lo harían, se lo aseguro: saldrían a matar.»
El Sr. d’Arquer me deja perplejo. ¿Afirma seriamente que vivir «demasiado bien» lleva a estar ante la televisión «chupando droga, sexo y rock-and-roll»? El Sr. d’Arquer reconoce formar parte del grupo de los que viven demasiado bien… ¿Cree de verdad que quienes no viven demasiado bien y por ende no «cultivan» las mencionadas actividades salen a matar? Aquí me pierdo, tal vez porque no tengo televisor, sino solamente una vieja tableta medio averiada y sin abono a «netflix».
«Habrá constatado que este es un signo de nuestro tiempo que destaco en numerosos de mis artículos en el diario (mínimo uno a la semana desde marzo de 2015)»
Reconozco mi ignorancia. No he leído los (calculo) más de 400 atículos publicados por este señor desde 2015, sino sólo unos cuántos.
«Yo mismo me considero −con mis penas y mis glorias− afortunado con la vida que llevo, y perdóneme, pienso que usted también. Digamos que somos de los que estamos resistiendo (aún) el temporal. Porque está claro que no son los indigentes y drogadictos de la calle que usted pregona los que habrán visto el documental o leído nuestro rifirrafe, sino más bien personas que tienen cierta situación acomodada. ¿No acepta usted que eso es ya “vivir muy bien”?»
En primer lugar, me sorprende y parece lamentable el tono poco caritativo en el que el Sr. d’Arquer se refiere a «los indigentes y drogadictos de la calle». Sería por mi parte una inmensa grosería especular en un medio de comunicación sobre la situación existencial o la posición social de una persona de la que no conozco más que unos cuantos artículos. Si el Sr. d’Arquer afirma que le va muy bien, así será. Este mismo señor, sin conocerme a mí más que yo a él, me atribuye al parecer una «cierta situación acomodada», etc.
En mi vida he pasado por algunos altibajos. He conocido tiempos mejores y desde hace unos años formo claramente parte de la «periferia», pero no de la que sale en producciones de Disney, sino la otra, la de verdad, aunque ni soy drogadicto ni duermo, todavía, en la acera. Ignoro a quién se dirige el Sr. d’Arquer con sus artículos, yo escribo los míos sin remuneración material para todos los que puedan y quieran leerlos. Entre los «periféricos» no hay ni más ni menos sujetos cultos e inteligentes que entre los bien situados, personas que en ambos grupos, desgraciadamente, son una minoría.
«no voy a rebatir, pero usted se limita a criticar, pues da mucho nuevo material, mucha paja y ampliaciones sobre palabras mías de lo cual mucho me parece cierto, pero que no prueba nada, ni invalida ni agota mi argumento: son pruebas inconsistentes, mera reproducción de párrafos enteros con un cuestionamiento que no se ciñe al argumento que debatimos en sí, y así pierde usted casi toda la razón.»
Mejor sería rebatir que increpar y dictar sentencia sin más. En la práctica científica y académica existe la buena costumbre de citar concreta y explícitamente la fuente a la que uno se refiere. La referencia a las fuentes es precisamente lo que otorga una base a los propios argumentos, no es un gratuito «reproducir párrafos enteros». Las afirmaciones del Sr. d’Arquer contradicen este principio, pese a que él mismo hace abundantísimo uso de citas: él sabrá el por qué de tanta contradicción. Yo no lo sé, pero no es raro, pues escribo «paja», aporto «pruebas inconsitentes», pierdo «casi toda la razón», soy un «atizador de avispas», me limito «a hacer críticas destructivas», carezco de «sentido del humor» entre otras muy numerosas y lisonjeras cualidades que el Sr. d’Arquer descubre en mí, sin dejar de recordarme que me pongo «muy visceral en el ataque que le propino».
Deberé aprender cortesía, modestia, moderación, razonamiento, teología y también, por qué no, a cerrar el pico. Quizás el Sr. d’Arquer esté dispuesto a instruirme en todas estas disciplinas que él tan brillantemente domina.
Si un debate no es riguroso y serio, es mejor dejarlo. Podría continuar respondiendo hasta el infinito los asertos del Sr. d’Arquer, sus disquisiciones son interminables, el tema inagotable; pero no quiero ni producir ni reproducir más disparates, ni propios ni ajenos. Para muestra un botón, y esto ya es mucho más.
Agradezco a los lectores su infinita paciencia y al Sr. d’Arquer sus artículos, así como la atención prestada y sus muestras de simpatía. Él tiene toda la mía. Pese a los abismos que nos separan, coincidimos en bastantes e importantes aspectos. Por mi parte doy esta discusión por zanjada. Tiene la última palabra el Sr. d’Arquer, si desea hacer uso de ella.
Yo no veo ninguna juventud independiente, sino una juventud cautiva de la espeluznante manipulación a la que la someten un sistema educativo y unos medios de comunicación puestos al servicio de perversos intereses económicos Share on X