Me disponía a retomar mi serie de artículos sobre el camino sinodal alemán para acabarla, cuando leí el artículo del señor d’Arquer titulado «Así responde Francisco», donde comenta la producción televisiva de Jordi Évole para Disney sobre una charla de Francisco I con un grupo de jóvenes.
Ya algo antes me había llamado la atención otro texto del mismo autor en el que respondía muy críticamente a un primer artículo anterior, la editorial del 14 de abril.
La lectura del último artículo del señor d’Arquer me dejó algo perplejo y bastante insatisfecho.
Decidí posponer el camino sinodal y dar una respuesta a sus argumentos. Creo que el tema es importante, pues en esta discusión quedan reflejados problemas de fondo que afectan no solamente a la Iglesia Católica, sino a nuestro mundo en general. Soy plenamente consciente de que a muchos mi argumentación parecerá poco simpática.
Sé que estoy nadando contra dos corrientes: una, nociva y que domina en el mundo; y otra que, aun difiriendo de aquélla y pese a abrirse paso en la Iglesia, también es desacertada.
Por supuesto, soy consciente de la falibilidad de mis juicios y mi mayor satisfacción sería equivocarme y que todo fuera mucho mejor de como yo lo veo. En todo caso, silenciar las inquietudes sería inapropiado. La discusión libre, como corresponde a una publicación titulada Forum Libertas, puede ayudar a despejar dudas, a aclarar conceptos y a encauzarnos en la búsqueda de la verdad.
A continuación comentaré críticamente determinados pasajes del artículo del señor d’Arquer. La contundencia de estas apostillas no significa aversión hacia nadie ni falta de aprecio o respeto por su autor, a quien me dirijo explícitamente, o por otras personas que aparecen mencionadas.*
«Es curioso que lo distribuya esta compañía, que va distribuyendo de forma declarada adoctrinamiento LGTBI desde hace años, motivo por el cual, tras su éxito indiscutible antaño, actualmente está perdiendo valor accionarial.»
No es nada curioso, pues en la producción comentada se expone una abrumadora cantidad de ideología de género sin que se ofrezca una respuesta clara, explícita e inequívoca a la misma desde posiciones contrarias.
«Ciertamente, la búsqueda del éxito por el éxito explotando las pasiones bajas consume energías y dinero, y se pierde, tarde o temprano. Perdemos todos.»
Que las bajas pasiones hagan perder dinero me parece una afirmación erradamente optimista, en vista de los inmensos negocios que se hacen en primer lugar con la fabricación y venta de armamento y luego de drogas, pornografía, etc. Por otra parte, la entrevista-documental de Évole sobre Francisco I es un muestrario de bajas pasiones sexuales, con apologías del aborto, de la pornografía, etc.
«De entrada, se observa que, tal como queda patente en la pieza, vivimos todos muy bien, pues desconocemos que en las periferias hay mucho drama escondido tras tanta apariencia de éxito, glamur y seducción.»
¿Quiénes son esos «todos» que «vivimos muy bien»? ¿De qué «periferias» se nos habla aquí? Vivimos en una sociedad en la que los dramas no están escondidos. Otra cosa es negarse a verlos. Salga Ud. a cualquier calle del Ensanche de Barcelona por la noche, Sr. d’Arquer, y mire a los cientos de personas que duermen en las aceras; hable con los incontables ancianos solitarios que malviven de una pensión de jubilación que no permite llegar a fin de mes; dése un paseo por las urgencias de un hospital de la Seguridad Social y vea a los enfermos que durante horas esperan en un pasillo ser atendidos y que a veces mueren antes de que los vea un médico; visite una residencia de ancianos, incluso una «de lujo», y compruebe cuánto dolor y abandono espiritual y muchas veces también material hay en ella; converse con desempleados y con personas jóvenes y mayores que tienen trabajos precarios (son muchos millones) y que no pueden y en muchos casos nunca podrán darse el «lujo» de fundar una familia; acérquese a un refugio de animales abandonados; por no decir nada de los dramas provocados por las drogas, la violencia de todo tipo, etc.
Nada de todo eso está escondido o en la periferia. Todo está a la vista para quien quiera verlo, con todo eso tropezamos diariamente. Todos corremos el riesgo de acabar en situaciones como esas, si todavía no estamos en ellas. Quien desconozca esto no es porque le vaya muy bien, sino porque no quiere verlo, quizá por cerrar los ojos ante la realidad, quizá por no vivir en ella, sino metido en «netflix» y muy satisfecho con sus mentiras de «éxito, glamur y seducción».
«Pienso que todos han sido acertadamente elegidos; no sobra ninguno: dan la idea de que hay muchos más detrás con vidas tanto o más rotas.»
¿Por qué no hay en la entrevista ningún joven que quiera casarse, trabajar, tener hijos y no puede hacerlo por falta de empleo o porque éste está tan mal remunerado que se lo impide? ¿No es éste un modo de romper la vida? ¿No es ésta una las formas más extendidas de frustración y fracaso existencial? ¿Por qué falta un joven preocupado porque sus abuelos no puedan llevar una vida digna en su ancianidad? ¿No abundan los dramas de esta clase? Lo que vemos en este «documental» es una obsesiva insistencia en todo lo relacionado con el sexo.
«Tienen unos veintitantos años de edad, ni mucho ni poco: edad en que se va adoptando cierta perspectiva en la vida, perfilando un cierto espíritu crítico, más basado en la experiencia probada que en lo que se saca del grupo.»
Veintitantos años son pocos, muy pocos años. Bien lo sabemos los que hemos alcanzado cierta edad y no hemos perdido del todo la memoria. Pero perspectiva y espíritu crítico de la vida puede tenerse ya antes de esa edad, y en algunos casos desgraciadamente no llegan nunca.
«Ciertamente, sorprende, pero no tendrían que caernos los anillos por ver al Papa en una silla corriente: la poltrona no hace al Papa, como ha afirmado él alguna vez. Así las cosas, sabe hacerse a sí mismo; por eso es capaz de aguantar el tipo cuando un veinteañero le trata de tú, como un punky le reta. El Papa le mira. Con afecto.»
Realmente frases como éstas resultan descorazonadoras. No sé qué puede haber de sorprendente en el hecho de que el Papa se siente en una silla. Cuando iba a comer con los indigentes, Benedicto XVI no se llevaba un trono portátil. Fundamentalmente un Papa es una criatura mortal como cualquier otra. Si quiere ser verdaderamente vicario de Cristo debe intentar imitarlo. Cristo no se sentaba en tronos ni en poltronas. Que un joven primero (y otros después) se atreva a tutear al Papa me parece lamentable, es una falta de educación y de respeto. Claro que, con toda probabilidad, no estamos ante una actitud espontánea, sino ante un aspecto más de la muy cuidadosa puesta en escena estilo «reality show» que es esta charla. En realidad, me habría gustado que el propio Papa tratara a los jóvenes de usted y no los tuteara, que los tratara como a las personas adultas que son, con el respeto y también la exigencia y el rigor que se debe al adulto, y no como a párvulos.
«Escuchando las intervenciones (ordenadas), parece como que la objetividad haya sido mermada por el sentimiento provocado por el impulso emotivo (impulso que en ciertos momentos aflora con crudeza en el programa). Eso sí, cuando la emotividad aflora, lo hace con serenidad, y siempre con respeto por todas las partes.»
Es falsedad ocultar la emotividad, pero hacer de ella un espectáculo televisivo también lo es.
«Vemos al Papa que, más callado que parlanchín, como buen médico, se acerca a la herida no desde el juicio a la culpa que pueda tener el enfermo, sino directo a curarla, en la medida en que puede hacerlo en una primera aproximación: es el momento de salvar la vida.»
El buen médico debe dar un diagnóstico y prescribir un tratamiento. A veces debe extirpar o amputar un miembro. Y para ello hay que cortar y es inevitable provocar dolor y hemorragia. Se debe hacer con muchísimo cuidado y muchísima prudencia, pero a veces no queda otro remedio.
«Eso sí, se observa que todas las respuestas del Pontífice tienen el mismo grado de contundencia o falta de ella, de manera que no veo en ningún momento un agravio a cualquiera de los participantes, ni a aquellos a quienes representan directa o indirectamente, ni a ninguna institución de la Iglesia o fuera de ella.»
Desde luego, de ningún modo pueden sentirse agraviados estos interlocutores del Papa, los cuales no representan a nadie salvo a sí mismos. A mí personalmente me habría gustado que se les señalara sus errores, algunos gravísimos, pues habría sido un necesario gesto de caridad cristiana. Ciertamente no es la TV el lugar para corregir, no es un confesionario. Pero la exposición pública y jactanciosa del pecado y el silencio del Pontífice me parecen muy desafortunados. A argumentos falsos se presentan objeciones que suenan tibias e indecisas, como temerosas de parecer antipáticas. No veo que se haga así un servicio a la verdad, sino más bien todo lo contrario. Ojalá me equivoque.
«Con sus pros y sus contras, reconozco que me provocaba la emoción aquella que me humedecía los ojos, incluso en mi análisis a posteriori. ¡Cuánto sufrimiento hay en el mundo! −Y el programa lo retrata a las verdes y a las maduras.»
Ciertamente esta charla muestra muchas cosas dignas de hacernos llorar. Pero ¿hace falta esto para advertir «cuánto sufrimiento hay en el mundo»? ¿Ha visto Ud. Sr. d’Arquer fotos de niños en la guerra del Yemen? ¿Qué hay de todo el dolor que vemos a diario y que ya he mencionado? Todo dolor es digno de respeto, pero el que aparece en esta producción que comentamos, siendo muy triste y respetable, no debe ser exagerado. Si lo magnificamos, caemos en una frivolidad engañosa, en una sensiblería narcisista, en un mal gusto y en una mentira que no hacen bien a nadie. Quizás el problema esté en el hecho de que, para cada vez más gente, lo que no sale en la pantalla del televisor, el móvil o el ordenador no existe, vivimos en una burbuja virtual e ignoramos la realidad, incluso la más inmediata, estamos en un terreno abonado para el florecimiento de la mentira.
«Con todo, se observa que no es extraña la frase lapidaria de Jordi Évole en una entrevista posterior a la emisión: “Yo creo que [con el Papa] nos inspiramos mutuamente”. “El confidente del Papa”, lo presentaba el diario El País en un gran titular.»
La frase de Évole es grotesca en su vanidad y su desvergüenza. Aunque así fuera, valdría más no proclamarlo como trofeo.
«Un párrafo aparte para apreciar la oportunidad brindada por la Naturaleza con las gotas de lluvia al caer junto con las lágrimas desconsoladas de alguno de los participantes… El desgarro hacía acto de presencia y los truenos añadían dramatismo y naturalidad a la escena, al tiempo que relajaban el ambiente de la que podía ser la charla entrañable de un abuelo con sus nietos.»
Francisco decía que tener a Benedicto en el Vaticano era como tener al abuelo en casa. Benedicto apuntaba que más que abuelo, era hermano mayor… En todo caso, se trataría aquí de una modélica «familia trans», con nietas lesbianas, abortistas, actrices porno, etc. y hasta una católica de verdad, pues en ninguna familia falta una oveja negra. Ciertamente el equipo de Disney no sólo sabe hacer muy efectivas puestas en escena, sino también improvisar y aprovechar las condiciones meteorológicas. Claro que los pronósticos del tiempo han mejorado y eso ayuda, si es que no estamos ante un buen truco cinematográfico para «crear ambiente».
«De “encerrona”, como lo calificaron algunos comentaristas, nada: me pareció que todo se explicitó con sumo respeto. Tanta naturalidad emergía con las palabras que fluían con las emociones encontradas, que alguno de los chicos incluso le pedía al Papa licencia para su vida libidinosa… cosa que el Papa no hace en ningún momento: la verdad con caridad. ¡Hasta hubo contrato! El chico presuntamente abusado en un colegio consigue del Papa en persona −en vivo y en directo− su compromiso a revisar su caso, ciertamente enrevesado.»
Es absolutamente claro que no se trata de una encerrona. Lo que me cuesta más es ver respeto, naturalidad, verdad, caridad, emociones… En cambio percibo grandes cantidades de sentimentalismo «made in Hollywood». Sería interesante hacer un análisis serio de la cámara, la iluminación, el decorado, el corte y el montaje de esta producción. También de los tópicos cinematográficos que aparecen en ella y que podemos encontrar en otros productos de Disney. Si algún experto se tomara la molestia de hacer este análisis, seguramente nos sorprenderían los resultados.
«Da la impresión de que el Papa pone la forma por encima del contenido, como si dando el contenido por supuesto, tratara de darle forma. No da clase de religión, solo siente el momento. Ya sabemos, no se puede llegar a todo, y mucho menos en una exposición pública televisada de estas características, cuya duración y expectación están sentenciadas. La televisión es ante todo imagen.»
Y la imagen es ante todo apariencia. Las impresiones del Sr. d’Arquer son muy interesantes y respetables, pero muy suyas y subjetivas. Cierta es la falta de contenido (y de estructura) en el «mensaje» de esta producción, en la que simplemente se presentan atmósferas y subjetividades en un ambiente estudiadamente buenista.
«Quizás por eso, mientras dura la exposición, el Papa expone el talante preciso en total atención, como si esperara a un momento más oportuno para abrir la boca. En un diálogo al rojo vivo como el que hoy precisa la Iglesia, lo primero que hay que hacer es escuchar, no abochornar arrasando con encíclicas. La encíclica la defenderá después de reunir las palabras de que precisa, con el formato adecuado. Además, se supone que el Papa estaba al corriente del formato de la entrevista. ¿Por qué suponer una traición?
Ya sabemos desde siempre que el Papa Francisco es un espíritu libre con visión larga y aparentemente poco profunda, amable y que piensa despacio porque lo calibra todo, y así es cómo acaba viendo lo que otros no ven… o quizás se confirma lo que previamente intuía. Entonces será el momento de la reelaboración y la meticulosidad en escoger palabras que le caracteriza cuando escribe, para finalizar colocando la guinda sobre el pastel.»
Aquí parece olvidarse la muy conocida espontaneidad e impulsividad del Pontífice, que en algunos momentos ha puesto en aprietos a sus colaboradores y ocasionado algunas polémicas, como su famoso «quién soy yo para». Esta charla, en cambio, es una muy bien planificada producción Disney, no lo olvidemos.
«La única novedad es ver al Papa en una silla conversando de tú a tú con un corro de jovencitos sentados en unas sillas.»
¿De verdad? ¿Y el contenido de las conversaciones? Además de que algunos de los interlocutores de Francisco I ni siquiera estaban sentados normalmente, sino tirados por el suelo o subidos a una mesa. ¿Jovencitos? ¿A los veintitantos años? En todo caso mujeres y hombres adultos jóvenes.
«Jordi Évole ha osado agitar el coco, el Papa ha sido valiente de abrirlo.»
Disculpe Sr. d’Arquer, pero frases como ésta no me parecen aceptables. No estamos hablando de futbolistas, ni de toreros, ni de cantantes de copla. Me consta que en muchos grupos, institutos religiosos y movimientos católicos se ha ido imponiendo un lenguaje «informal» «para llegar a todos». Igual que en la liturgia, se ha producido una lamentable degradación de las buenas formas y una fea pérdida de respeto. Hablamos de lo más serio que hay (aunque curiosamente esté Jordi Évole de por medio) y de lo que más respeto merece. Por favor hagámoslo como corresponde.
«Por tanto, no solo a los chicos, también a nosotros, incluso al Papa le habrá venido bien la entrevista para palpar a conciencia la gravedad del momento»
En esto coincido plenamente con Ud.: en esta charla se refleja nítidamente la gravedad del momento actual.
*Los extractos del artículo del Sr. d’Arquer aparecen en cursiva.
La frase de Évole es grotesca en su vanidad y su desvergüenza. Aunque así fuera, valdría más no proclamarlo como trofeo. Share on X
1 Comentario. Dejar nuevo
Muchas gracias por este análisis tan necesario. Un saludo