Hay conceptos que, dada su amplitud o complejidad, resultan difíciles de definir. Probablemente sea la educación una de esas realidades que se prestan mal a circunscribirse en los estrechos límites de una definición. Para intentar una aproximación, voy a partir de tres reflexiones que me parecen especialmente lúcidas —las ofrecidas por santo Tomás de Aquino, Benedicto XVI y san Juan Pablo II— para procurar llegar a una idea cabal de educación y, más exactamente, de educación católica.
Santo Tomás inicia nuestro camino
De las muchas definiciones de educación, algunas de ellas realmente muy buenas, considero que la de Santo Tomás sigue siendo la más completa, y sobre todo la que mejor se ajusta a la naturaleza específica de la persona. Define el Doctor Angélico la educación como la “conducción y promoción de la prole al estado perfecto del hombre en cuanto hombre, que es el estado de virtud»[1].
Prestemos atención a la precisión de las palabras, como siempre en el Aquinate: no es suficiente con indicar que el fin de la educación es llevar al hombre al estado perfecto, es necesario matizar que ese estado consiste en el estado de virtud. Y es que ningún otro ser es capaz de vivir las virtudes, de seguir un camino de perfección, ¡solo el ser humano es perfectible! A un animal se le adiestra, pero no se le educa; y cuando termina su adiestramiento, un perro no es más perfecto que antes de iniciar el proceso. Resulta que para recibir educación hay que ser libre, y solamente el hombre es un ser dotado de cualidades espirituales como inteligencia, voluntad y libertad.
Benedicto XVI describe un estilo
La siguiente cita, del Papa Benedicto, no es propiamente una definición de educación, puesto que es una reflexión improvisada a modo de respuesta en un coloquio con jóvenes, ¡pero una reflexión improvisada de Benedicto XVI nunca es cualquier cosa!: “Ser educadores significa albergar una alegría en el corazón y comunicarla a todos para hacer bella y buena la vida; significa ofrecer razones y metas para el camino de la vida, ofrecer la belleza de la persona de Jesús y hacer que se enamoren de Él, de su estilo de vida, de su libertad, de su gran amor lleno de confianza en Dios Padre”[2].
Son muchos los aspectos que toca aquí el gran Papa teólogo, pero se me antoja esencial la referencia que hace a la alegría en el corazón y a la capacidad que debe tener todo educador para transmitir esa alegría. Se educa de forma natural, con la presencia, la mirada, la forma de estar, de tratar y de hablar, se educa como por contagio.
Después de esta primera idea tan hermosa, continúa señalando, como subiendo por una vía ascendente, objetivos cada vez más trascendentes y espirituales, hasta citar de manera directa la belleza de la persona de Jesús como el punto culminante del proceso. Pero de alguna manera, con su enorme facilidad para expresar lo más elevado de la forma más sencilla y natural, Ratzinger apunta sobre todo a las formas y al estilo que debe acompañar toda tarea educativa: alegría y capacidad de ofrecer certezas que den un sentido pleno a la vida.
Juan Pablo II, al grano de la educación católica
Centrando ya nuestro recorrido en la educación católica, creo que es san Juan Pablo II el que nos ofrece la definición más precisa y contundente: “La educación católica consiste sobre todo en comunicar a Cristo, en coadyuvar a que se forme Cristo en la vida de los demás”[3].
Concreta sin ambigüedades aquello que es específico de la educación católica. No es algo excluyente, puesto que son varios los aspectos que se podrían señalar y añadir al anterior, todos ciertos y necesarios, pero el que indica Wojtyla no puede faltar, so pena de que la educación deje de ser católica: debe posibilitar el encuentro del educando con Jesucristo. Si esto no se da, será otra cosa, probablemente muy loable, pero no será educación católica. Podríamos pensar que debe “garantizar” el encuentro con Jesucristo, pero ningún educador puede garantizar lo que es siempre un don de Dios.
Estoy convencido que todos los educadores, bien sea en el ámbito familiar o en el escolar, aspiran a formar buenas personas que crezcan en valores como la solidaridad, la paz, la justicia y el respeto. Difícil sería, por no decir imposible, encontrar un hogar o un centro educativo donde afirmen que no pretenden educar en la amistad, la bondad, el servicio, incluso el amor a los demás. También persigue esos objetivos el educador cristiano, naturalmente, pero, más allá de ellos, su tarea diaria debe basarse en ofrecer una propuesta específica del mensaje cristiano, y ese mensaje no se reduce a unos valores o una doctrina, aunque los incluye, sino que se fundamenta en el encuentro personal con Jesucristo. Con especial lucidez inició su pontificado Benedicto XVI con una reflexión que vale por varios libros de teología, y que alude precisamente a esta primacía del encuentro con el Señor en la vida cristiana: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”[4].
Se trata de presentar al discente una propuesta de fe, sin ninguna imposición, ¡faltaría más! —“las ideas no se imponen, sino que se proponen”[5], nos dijo con fuerza san Juan Pablo II en su última visita a España— pero presentada con total claridad y, sobre todo, con alegría, como destacaba Benedicto en su anterior reflexión sobre la educación.
A modo de sencillo homenaje al Papa Benedicto, se me permitirá acudir de nuevo a su luminosa palabra para cerrar estos sencillos apuntes, puesto que en el mismo discurso detalla los requisitos a los que debe aspirar todo educador católico: “un conocimiento personal de Jesús, un contacto íntimo, cotidiano, amoroso con él en la oración, en la meditación de la Palabra de Dios, en la fidelidad a los sacramentos, a la Eucaristía y a la confesión; exige comunicar la alegría de estar en la Iglesia”[6].
¡Hermosa y completa hoja de ruta para el educador católico y para cualquier cristiano! Y es que al final, a pesar de lo difícil que es llegar a una definición satisfactoria de educación, resulta extraordinariamente sencillo destacar aquello que caracteriza la educación católica.
[1] Santo Tomás de Aquino, In IV Sent., dist.26, q.1, a.1.
[2] Benedicto XVI, Encuentro con los muchachos de la Acción Católica Italiana. Plaza de San Pedro. 30 de octubre de 2010.
[3] San Juan Pablo II, Mensaje del Papa Juan Pablo II a la Asociación Nacional de Educadores Católicos de los Estados Unidos. Ciudad del Vaticano, 16 de abril de 1979.
[4] Benedicto XVI, Deus Caritas Est, 1. 25 de diciembre de 2005.
[5] San Juan Pablo II, Encuentro con los jóvenes. Base Aérea de Cuatro Vientos, Madrid. 3 de mayo de 2003.
[6] Benedicto XVI, Encuentro con los muchachos de la Acción Católica Italiana. Plaza de San Pedro. 30 de octubre de 2010.