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Tres notas decisivas de la Iglesia

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El mundo, y en particular Occidente, vive tiempos inciertos, confusos, y por ello en buena medida peligrosos. Se hacen verdad aquellas palabras de Charles Taylor, al referirse a la modernidad -apuntemos de paso, totalmente devorada por el emotivismo de la subjetividad desbordada- como un tiempo de grandeza y miseria. Y esta incertidumbre y confusión ambiental, lógicamente también amenaza a la Iglesia, y lo hace en mayor medida como menos se asuman con claridad tres notas características de su naturaleza, sin las que dejaría de ser lo que es: la continuadora de la obra de los apóstoles, instituida en el Pentecostés, caracterizada por cuatro atributos que, en el año 381, estableció el Símbolo niceno-constantinopolitano: «una, santa, católica y apostólica».

Esta Iglesia tiene en la encarnación el acontecimiento central de la historia de Dios con el hombre, tal y como presenta en nuestro tiempo la obra balthasariana, recogiendo así el sentido de la Tradición, que se expresa en el evangelio de Juan, como la “hora” para la cual Él ha venido. Nace de aquí la dramática historia de la lucha gloriosa de Dios por el hombre.

Pues bien, siendo todo esto así, una nota central es si la revelación divina es real y tiene autoridad vinculante a lo largo del tiempo.

La primera nota nos habla de que hay sectores en la Iglesia que, como concepción o como práctica, más o menos reflexionada, creen que no es así y que nuestra experiencia contemporánea juzga, y corrige, lo que nos han enseñado las Escrituras y la Tradición de la Iglesia. Son algunos seglares, teólogos, hasta cardenales, los que se apuntan a esta pretensión.

Como hemos escrito otras veces, es algo vano, porque resulta absolutamente frágil y circunstancial pensar que un momento de la humanidad, circunscrito a una parte de la cultura del mundo, ha de marcar y señalar la obra de Dios, cuando ni siquiera tiene alcance para señalar el buen camino a los más de dos mil años de continuidad católica. La Constitución dogmática del Vaticano II sobre la Revelación divina, Dei Verbum, afirma enérgicamente que Dios ha hablado a la historia, primero al pueblo de Israel y luego definitivamente en la persona del Verbo encarnado.

¿Es que ahora la progresía católica se alinea al lado del tradicionalismo más conspicuo, negando significado al Concilio Vaticano II?

La segunda nota apunta al corazón de la cultura dominante en Occidente, lo propio de la sociedad desvinculada. El imperio de los deseos, su igualdad moral y, por consiguiente, la necesidad de que todos sean reconocidos como “derechos humanos”. El derecho a abortar, a morir, a ser mujer u hombre o viceversa, el deseo del otro que ningún vínculo te puede impedir… y claro, como no el deseo de poder y de dinero, más o menos disfrazado.

Pero la catolicidad, la Iglesia sostiene otra cosa en la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el Mundo Moderno (Gaudium et Spes) del Vaticano II, en la que enseña que la verdad sobre nuestra humanidad no consiste en la realización de los impulsos de los deseos, sino que  se revela en la vida, muerte, resurrección y ascensión de Jesucristo. En Cristo, aprendemos que somos criaturas de una naturaleza y un destino mucho más nobles, y que la entrega de sí mismo, no la autoafirmación, no la autodeterminación, es libertad vivida de una manera verdaderamente humana y horizonte de la plenitud humana.

Y la tercera nota se refiere a la respuesta. A cómo reconstruye la sociedad Occidental, su destrozada cultura. En esta tarea y horizonte, acierta George Weigel al señalar que fue el Vaticano II, interpretado auténticamente por Juan Pablo II y Benedicto XVI, quien determinó el camino de una Nueva Evangelización, en la que cada católico (como afirma la Lumen Gentium y el Decreto del Concilio sobre el Apostolado de los LaicosApostolicam Actuositatem) se entiende a sí mismo como bautizado en una vocación misionera: llevar a otros a la amistad con Jesucristo. De ahí arranca el gran despertar a las verdades sobre las que se construyó nuestra civilización.

Nuestra tarea es mantener vivas estas tres notas de manera que configuren la perspectiva del juicio y el criterio de la acción.

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