Se ha publicado la clasificación de los 100 mejores colegios de España de Micole. No es el único de estos rankings que se hace público, ni coinciden totalmente unos con otros. No hay, por tanto, que tomarlos al pie de la letra, pero sí resultan una buena indicación, de un determinado nivel o calidad educativa. Una parte nada menor son privados, con matrículas elevadas, que en algunos casos singulares pueden alcanzar los 1.000 euros mensuales, pero la mayoría son concertados.
Y esta es una primera cuestión que llama la atención. Considerando los 30 primeros, que constituye el bloque más importante, solo uno es público, y ocupa el lugar 13, y está localizado en Madrid. La consideración es clara: los centros públicos no destacan por su calidad educativa, a pesar de su extraordinario número con relación a los centros privados y concertados. 28.816 centros educativos, de los cuales 19.184 correspondían a centros de enseñanza pública, los concertados 9.317 y 315 privados. Los recursos de estos últimos, muy minoritarios, son abundantes y están pensados como escuelas para las “elites económicas”, aunque en un número de casos nada pequeño, su especialización sea la de encauzar a alumnos, digamos difíciles, de familias que pueden pagar un alto precio. No tiene sentido compararlos con la escuela pública.
Pero sí tiene toda la lógica del mundo la relación entre públicos y concertados, que son solo un tercio de aquellos, y a pesar de ello copan en aquel ranking y, en prácticamente todos, los primeros puestos.
La conclusión es evidente: la educación pública en España necesita una profunda reforma, porque no se trata -también- de una cuestión de dinero.
Pero donde deseamos fijar la atención es en la llamada escuela católica.
A pesar de que para el laicismo rampante de la exclusión religiosa, la fe cristiana, y en particular la Iglesia Católica, es un foco de ignorancia y superstición, resulta que sus escuelas ocupan los mejores lugares en cuanto a calidad educativa. 16 de los 30 primeros centros son religiosos católicos, por 13 de los laicos concertados, y ocupan el lugar primero, segundo y quinto, en el primer quintil. ¿Cómo es posible esta contradicción entre obscurantismo y excelencia educativa? La respuesta es muy evidente.
Los datos de la alta cualificación son empíricos, cuantitativos, verificables. Lo del obscurantismo es un a priori ideológico, que cae por su propio peso cuando se pasa de la mala metafísica a la física de los datos.
La fe mejora y guía a la razón. Esta era una de las enseñanzas más reiteradas por Benedicto XVI y la educación es un campo más donde tal afirmación se verifica.
Hay una segunda consideración. Desde los estudios de Coleman, iniciados en la segunda década de los años ochenta del siglo pasado, el capital social primigenio originado por la familia se traduce en capital humano y este a su vez en rendimiento escolar, con una incidencia mucho mayor que la calidad de la escuela. Familias con capacidad educadora; es decir, poseedoras de un capital social, y su núcleo duro, el capital moral, importante, obtenían para sus hijos mejores resultados escolares en escuelas mediocres, que familias con déficits educativos, que mandaban a sus hijos a escuelas de elite.
Esta cualidad no era exclusiva de las familias religiosas -los estudios de Coleman tienen su base en Estados Unidos-, sino que los inmigrantes de los países orientales, como China, los poseen también en un grado considerable.
En este contexto, lo que resulta incuestionable es que los hijos de familias católicas que viven como tales, alcanzan en condiciones parecidas mejores resultados. Este hecho contribuye a explicar también el buen resultado de los centros religiosos: la familia, que a la vez es la gran ignorada de las innumerables y sucesivas leyes de este país. La última, la “ley Celaá”, en referencia a la ministra que la culminó (por cierto, e incomprensiblemente, hoy embajadora en la Santa Sede), va un paso más allá y cancela la capacidad constitucional de los padres a la educación moral y religiosa de sus hijos. Y así va la educación pública.
Hay una última cuestión, pero no la menos importante, que queremos subrayar. La escuela católica ha demostrado que compite y se sitúa en un lugar destacado en la educación, pero una parte de estos centros, sobre todo y precisamente – no exclusivamente- los que se corresponden con las congregaciones religiosas clásicas, han arrinconado a Jesucristo en su educación. La educación de la fe no parece preocuparles demasiado, por no decir nada. Exhiben su condición de centro religioso para lo que les interesa, y lo suprimen en su práctica cotidiana. Hay otra contrapartida, claro está, de centros de excelencia cuyo eje educativo – fe y razón- es Jesucristo, el evangelio y la doctrina cristiana. Pero no tendrían que ser solo una parte destacada, sino todos.
Hay un desequilibrio entre el predominio de centros concertados religiosos en la calidad de la enseñanza y el decaimiento de la fe en España, y en esto, el ámbito educativo católico y los obispos, deberían practicar un atento examen de conciencia.
La escuela católica ha demostrado que compite y se sitúa en un lugar destacado en la educación, pero una parte de estos centros, sobre todo y precisamente - no exclusivamente- los que se corresponden con las congregaciones religiosas… Share on X