¿Es posible reducir la paternidad y la maternidad a un mero acuerdo entre dos personas para la crianza de un hijo? Existen webs que creen que sí, como Copaping o Family4Everyone, que se basan en los denominados nuevos modelos de crianza, que destruyen la pareja formada entre un hombre y una mujer, que fundamentan su relación en el amor.
“No quiero renunciar a ser madre sólo por no haber encontrado a la pareja perfecta”, con esta descripción, un reportaje del diario La Vanguardia, abre con uno de los testimonios que acuden a estas plataformas que ven la familia desde una perspectiva puramente utilitarista.
«Después de una búsqueda extenuante, en la que tuvo citas con hombres orgullosos de su genética y variopintos donantes de semen, Clara encontró al padre de sus hijos. El 2012, nació su hija, y seis años después, su hijo», explica La Vanguardia.
«La familia de Clara -prosigue- rompe los modelos de la familia tradicional enraizados en una relación sexoafectiva. La coparentalidad es algo más pragmático: dos o más personas que se juntan con el objetivo de tener un hijo en común sin que exista una relación afectiva sexual».
El sociólogo Zygmund Bauman advertía en El amor líquido (2003) que el amor romántico como base de la familia está en crisis, como uno de los paradigmas de la posmodernidad.
El Instituto Nacional de Estadística señala, en la última encuesta de fertilidad realizada en 2018, que algunas mujeres no han tenido hijos o más hijos por no encontrar a la pareja adecuada. Una problemática que afecta especialmente a las que se sitúan entre los 40 y los 44 años. La sociedad desvinculada, la crisis de la familia, el feminismo radical, el individualismo feroz, la pérdida de valores, la crisis de las instituciones… son fenómenos que han provocado esta situación.
“Las personas que recurren a este tipo de aplicaciones son mujeres solteras con un nivel cultural alto, estudios superiores y un nivel socioeconómico medio-alto que tienen alrededor de 40 años o más”, explica la antropóloga Carmen Balaguer, que es también fundadora de una de estas agencias autodenominadas de coparentalidad cuya misión es poner en contacto a personas que quieren formar una familia sin vínculos emocionales para la crianza de un hijo, pura gestión familiar.
“El otro perfil más habitual es el de los hombres, mayoritariamente homosexuales, de más de 40 años y un nivel cultural también muy elevado”, añade.
La exigencia desmedida depositada en la pareja y la llamada monogamia secuencial, es decir, la imposición de que el amor, y en consecuencia la pareja, no dura toda la vida son algunas de las causas que explican este modelo de crianza, que emerge en las sociedades relativistas, tibias.
“Yo quería conocer a una persona para crear una familia, pero tenía una edad y el reloj biológico iba en mi contra, así que decidí probar en una de estas páginas de contactos”, cuenta un testimonio a La Vanguardia. Esta mujer, que se inscribió cuando tenía 36 años, afirma: “Tuve una buena acogida porque me escribieron unos cuantos hombres, la mayoría heterosexuales, pero yo opté por un hombre homosexual porque pensé que si me acababa enamorando todo sería más complicado”, añade. “También descarté ser madre soltera porque quería que mis hijos tuvieran un padre, no un donante. Ser familia monoparental no es fácil y requiere de altos recursos económicos”, la cuestión de no querer negar el uso de los recursos económicos para uno mismo, es un elemento normalmente presente en estas personas sobre la crianza de un hijo.
“Siempre tuve muy claro que quería ser padre”, afirma Thomas, que prefiere mantener su intimidad con un nombre ficticio. “Lo había hablado con amigos y amigas, pero nunca lo llegamos a materializar. Cuando ya empezaba a olvidarme del tema, cumplidos los 40, alguien habló de coparentalidad en una cena y me abrí un perfil en una de las aplicaciones más conocidas. Me contactaron un par o tres de chicas, y también una pareja de chicas, pero siempre teníamos grados distintos de implicación y el tema no terminaba de cuajar. Hasta que apareció una mujer con la que la comunicación era muy fluida y hoy es la madre de mi hijo”, explica. “Nunca pensé en formar una familia con una pareja porque nunca tuve una pareja estable”, añade.
Las personas que apuestan por la coparentalidad como crianza de un hijo priorizan encontrar una persona con ideas similares sobre la crianza frente a una pareja sexo-afectiva. “En este caso, el compromiso hacia el hijo en común: la educación, el cariño, los valores, etc. son más importantes que transmitir al niño un modelo de amor romántico», indica la psicóloga experta en nuevos modelos familiares, Míriam Martínez.
La antropología que basa su mirada en la biología humana, el enamoramiento y luego el amor como inicio bioquímico de la familia, está siendo maltratada.
Los constructos ideológicos relativistas, la ingeniería social provoca situaciones de sinsentido como consecuencia de primeros pasos que luego desembocan en lógicas aberrantes.
Cuando crezcan, habrá que esperar a los estudios que analicen la consecuencias emocionales que estos niños han desarrollado en entornos artificiales, que se alejan de la realidad natural humana.
2 Comentarios. Dejar nuevo
Nada nuevo. Los “matrimonios” prosaicos contraídos por interés han existido siempre. Hombres que disponían de una mujer para que les diese hijos y mujeres que disponían de un buen partido para tenerlos y criarlos con seguridad. A parte, tenían sus amantes con los que gozar del amor romántico.
Estos individuos de la noticia hacen igual, solo que la pareja útil y necesaria la consiguen por medio de agencias, que es el método propio de la sociedad de la información, y más eficaz que deambular por ahí a la busca y captura de alguien lo bastante útil.
Por otro lado, las parejas del modelo utilitario no hacen otra cosa que empezar por donde acaban las parejas del modelo romántico. Estas acaban en divorcio con custodia compartida de hijos, que es por donde empiezan aquellas, ahorrándose lo del enamoramiento, que es una fuente de preocupaciones. En ambos casos, la actitud personal es similar: prescindir del amor entre los progenitores. Unos lo dan por acabado y los otros ni siquiera lo inician.
Sea como sea, los casos descritos en el reportaje de La Vanguardia dejan bien claro que estas parejas comparten los hijos con el mismo espíritu con que compartirán un coche. El hijo es un objeto del deseo individual para cuya satisfacción cada cual recurre a las técnicas que le ofrece una sociedad que ha hecho de la procreación de seres humanos una industria de consumo equivalente a la de cualquier producto.
Des del punto de vista de los hijos, este modelo es pernicioso, pero mucho menos que los modelos aberrantes de los dos padres con vientre de alquiler y las dos madres con donación de semen.
Todos estos casos tienen en común mucho egoísmo y poco amor. El otro solo existe en la medida en que satisface el deseo de uno. La unión de dos personas en una sola carne y su proyección en el amor a la persona del hijo no se da, porque ambos se han dejado bloquear en su hermética individualidad.
El comentario de Diógenes es muy exacto y muy acertado. Yo añadiría que hay muchas formas de matrimonio por interés, en las que la afinidad, el afecto, la responsbilidad, etc. son muy secundarios, si es que existen. Ha habido y hay quien se casa por temor a la soledad, por considerar que la soltería es un estigma, por interés económico, por interés social o simplemente por inercia, es decir, porque en su entorno la mayoría lo hace o por dar el gusto a su familia. Hay que decir también que una excesiva valoración del matrimonio, de la maternidad y de la paternidad lleva a muchos a creer, erróneamente, que no estar casado o que no tener hijos es un fracaso existencial, una situación más o menos vergonzosa o sospechosa, un déficit que delata una incapacidad y que hasta provoca sentimiento de culpa. Por supuesto, todo esto es falso. Mientras no se acepte como digno, respetable y totalmente normal el no tener hijos o el ser soltero, situaciones como la que se describe en el artículo o matrimonios por interés serán inevitables. En este sentido, también desde la Iglesia y desde muchos grupos católicos se ha cometido el error de exaltar tantísimo la institución familiar y la condición de madre y padre, que el soltero o incluso el casado sin hijos aparecen tácitamente como personas menos valoradas, en cierto modo incompletas. Y en realidad parecen merecer menos atención : hay un muy rico y siempre elogioso magisterio sobre la familia, en las parroquias suele haber ofertas de actividades y de catequesis para familias, etc., pero en comparación muy poco para los solteros. Hemos llegado a un punto en el que ni siquiera el celibato de la vida consagrada es entendido y menos aún la soltería de los laicos, que no tiene que ser expresión de egoísmo, ni debe ser considerada como un fracaso personal.