Hay momentos en la vida que decimos que está todo perdido. Decimos que no podemos cambiar nada. Fue muy duro el devenir de los años 70 del siglo XVI. Era otra época. Un Papa santo, San Pío V, convocó una cruzada especial: la del rezo del santo Rosario. Pues nadie le hacía caso. Al decir nadie me refiero a los gobiernos de las naciones europeas. Existía un peligro latente. La invasión militar de Europa por parte del imperio político otomano.
He hablado del tema con mucho detalle. Sigo hablando más. La oración tiene un poder que tal vez no creamos en él lo suficiente. Es el reconocimiento de la propia limitación solicitando con convicción la ayuda divina. Es de hombres reconocer que no podemos solventar determinados asuntos. Es un reconocimiento que no practicamos lo suficiente. ¿Pedimos siempre en oración aquello que no podemos obtener por nosotros mismos?
Los países cristianos, la denominada Cristiandad, de finales del siglo XVI estaban amenazados. Corrían el peligro de ser invadidos desde los territorios de la actual Turquía por el Islam de entonces encuadrado militarmente. Solo la USA del siglo XVI, España, respondió. Se adhirió la Venecia de entonces por razones comerciales. Nadie más respondió. Las fuerzas navales otomanas eran superiores en número. Se iba a librar una batalla crucial. El milagro consistió en un cambió súbito de viento que niveló las fuerzas.
Esta victoria cambió el curso de los acontecimientos. Europa no fue invadida. La invocación a Nuestra Señora de la Victoria o de las Victorias fue cambiada dos años más tarde por la invocación a Nuestra Señora del Rosario. El rezo del santo rosario tiene una gran fuerza. Es una fuerza silenciosa. Es una fuerza que no se ve. ¡Contemplación de los misterios evangélicos y rezo del Ave María! ¿Estoy lo suficientemente convencido de su poder? Es la pregunta que debo hacerme siempre para mejorar en su rezo y obtener victorias en mi vida.
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Jesús es Dios. Dios no miente. Dijo que el que pide , recibe; al que llama, se le abrirá. (Mt 7,7)
Hay que pedir. Pedir suficientemente. Con las condiciones debidas. A saber:
Con humildad, sin exigir y plegándose, en todo caso, a que lo que pedimos encaje en los planes de Dios.
Tener confianza en que Dios nos escucha, aunque la respuesta sea «no» por el momento.
Pedir con perseverancia. Mil veces o más. Porque Dios a menudo pone a prueba nuestra fe en Él, en su bondad y misericordia.
Conscientes de que sólo por nosotros mismos jamás podremos alcanzar lo que esperamos obtener.
Así podemos estar seguros de que nuestra oración será eficaz, en virtud de la promesa evangélica.
Antonio Royo Marín, O.P.