Voy de tiendas. ¡Qué susto, hermano! ¡Cuán grande desengaño, uno tras otro! ¡Cómo se puede vivir arrastrando el morro con toda la fuerza de voluntad –que podrían aplicarla a mejorarse– por la insolente charca de la pornografía de la existencia! Porque sí, amigo, amiga del alma: ¡la propia existencia puede ser pornográfica, eso es, pervertida por la prostitución del momento presente, por el desenfreno! ¡Se quejan, se quejan, se quejan…! Mira cómo van por el mundo. Te desprecian, te ignoran, ni te miran… (Lo fingen, porque en su intimidad te adoran). ¡Todo son caras largas!
Pero mira bien. ¿Saben que son ellos mismos quienes están cavándose la fosa?, ¿que actuando o dejando de actuar así se encuentran indefectiblemente el café amargo, porque a esas profundidades de la existencia, no hacen sino desertar de la suerte que la vida les ofrece cada mañana? ¡Son apóstatas de la fortuna! La suerte debe ser labrada. Las veinticuatro horas que el día nos ofrece pueden se malogradas con alevosía, o esculpidas con el arte del orfebre de antaño. Podemos ser luz o ser oscuridad. ¿Qué prefieres, la luz o las tinieblas? ¡Si pudieras ser el faro adalid en la galerna!
Decía Louis Pasteur (creador de los antibióticos y artífice de numerosos descubrimientos, rey de la paciencia): “la suerte favorece a la mente preparada”. Hay que perseguir la suerte, aceptando de antemano –pues no debemos engañarnos– que es esquiva y muy pero que muy pilla ella, experta en hacerse la escurridiza; hay que afrontarla segundo a segundo, sin bajar la guardia, con los cinco sentidos en alerta por las imbricaciones del laberinto que da nombre a todo laberinto: la vida. Por eso, para alcanzarla, curiosamente, hay que vivirla: soñarla, regarla, esperarla, adobarla… ¡y hasta rezarla! Muchos se pierden por el camino tortuoso de los enjambres imaginarios, sin mirar al cielo pidiendo la lluvia y sin ni siquiera sembrar, de manera que la flor nunca les florece. Otros gritan pidiendo la lluvia, pero no perseveran en el intento, pues sus gritos les ahogan la bonanza. ¿Quién eres tú? “Conócete a ti mismo”, dice el proverbio griego. Te va la vida.
Y estate atento. Alza tus mejores plumas y píntalas con los colores del arcoíris, ¡lúcelas a los cuatro vientos! La sonrisa es el marchamo del vencedor, tanto si vence como si no, porque su vencido es siempre su yo. Todos tenemos un qué o un quién para seguir viviendo. Búscalo. Encuéntralo. Porque, eso sí, debemos buscarlo, pues de otra manera no lo encontraremos… y al vecino maltrataremos, acusándole de nuestra desgracia. Todos disponemos de unas fuerzas adormecidas entre las pajas; hay que removerlas… porque el oro suele estar escondido entre la masa de la labra, allí, bajo las fatigas de la siega.
Pues… ¿qué hacer? Es necesario llamar a las cosas por su nombre e implicarse en la lucha, en el cansancio, en la contradicción que siempre encontraremos. Dando la mano y compartiendo fatigas. Podemos hacerlo insultando o cantando. Las horas pueden pesar, pero si las bordamos con una sonrisa, por la noche los momentos longevos suelen susurrarnos una nana. Solo así conseguirás que cuando te canten la nana al amagarse el sol y hasta a altas horas de la noche, el firmamento brille radiante como por astro de mediodía. Sonríe. Olvídate de ti. Solo así la luna te sonreirá. Solo así serás feliz.
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