La segunda parte de esta serie la terminé afirmando que los partidarios de la muerte se sienten científica, jurídica, moral, antropológica y filosóficamente derrotados. No hablo de las consecuencias sociales y jurídicas de la revocación de Roe vs Wade en EE UU, sino del debate que, en general, se sostiene hace ya mucho tiempo en el mundo Occidental, con diferentes énfasis, en diferentes países.
El debate ha sido largo y costoso, sobre todo en millones de vidas humanas inocentes. Cuando afirmé “me consta”, en el artículo anterior, es porque he sido testigo y actor en este largo debate. Me voy a permitir narrar sólo dos interesantes anécdotas, de las muchas que podría contar sobre el tema.
La primera, tiene que ver con una de las veces de cuando fui diputado local a la Asamblea del Distrito Federal (2000-2003, ahora Ciudad de México). Yo era el coordinador de debates del grupo parlamentario del Partido Acción Nacional, quien tiene entre sus principios de doctrina la afirmación de la dignidad humana y, por consecuencia, la defensa de la vida desde la concepción hasta la muerte natural. En una sesión de la Comisión de Derechos Humanos, a la que pertenecía, las diputadas de izquierda, mujeres muy aguerridas, pusieron sobre la mesa, posiblemente por primera vez en la historia de México, una iniciativa de ley para despenalizar el aborto en la Ciudad de México. Quiero aclarar que yo había escrito, en colaboración con otro autor, un libro sobre derechos humanos, cuyo estudio y promoción he continuado hasta la fecha. Dejé que la discusión siguiera, mientras anotaba en un cuaderno mis propios argumentos, para cuando me tocara intervenir.
Debo reconocer que ese debate cambió mi manera de formular mi defensa de la vida
Debo reconocer que ese debate cambió mi manera de formular mi defensa de la vida. Cuando tocó mi turno, expresé mi extrañeza por querer introducir un debate que en México no era tema de discusión, por lo menos, no en los parlamentos del País. Mi argumento inicial consistió en la defensa muy general de la vida como un derecho humano. Acabada mi intervención, la diputada que había formulado la iniciativa, queriendo rebatir mis argumentos, me dio uno formidable:
–No existe el derecho a la vida –soltó la diputada-, se debería hablar, en todo caso, del derecho a nacer del bebé que haya superado las semanas en las que la ley considere inviable el “producto”, en lo cual yo estaría de acuerdo, digamos, después de las 12 semanas de gestación, como viene en la iniciativa.
–Tiene toda la razón, señora diputada –le respondí, frente al asombro de los miembros de la Comisión- usted me acaba de dar un argumento formidable. Es cierto que, estrictamente hablando, no existe el derecho a la vida, porque estamos hablando de una vida que ya es. En todo caso, esa vida humana, que ya es, desde que fue concebida, tiene el derecho a proseguir su desarrollo hasta su nacimiento. Esa vida que ya existe, ese ser humano, tiene el derecho a nacer. Celebro que su mamá y su papá hayan decidido que usted naciera. La vida es bella, ¿no lo cree? Es un crimen privar a un ser humano de la belleza de la vida.
-Y qué me puede decir usted, señor diputado –me replicó-, ¿del derecho de la mujer sobre su cuerpo? Ese derecho es superior al que tiene el feto.
-En tratándose de derechos humanos, señora diputada, los auténticos, no los que ustedes los de la izquierda inventan, hay un principio que establece que los derechos humanos no son oponibles entre sí. Esto coincide con lo que la ciencia dice al respecto y que tiene resuelto desde hace mucho tiempo: la mujer no tiene derecho sobre un cuerpo que no es el suyo, cuyo ADN es diferente del de la madre, comprobable con un simple examen de la sangre de los dos.
¿Y quién dice que es humano?
– Supongamos, sin conceder, señora diputada, que usted tiene derecho sobre su cuerpo, y que, haciendo uso de ese derecho, usted decide -ustedes se llaman “pro choice, mi cuerpo, mi elección” – producirse heridas en una parte de su “propio cuerpo”, pero durante el procedimiento ve con espanto que esa parte, de lo que cree usted que es su cuerpo, tiene todo el aspecto de un ser humano: cabeza, extremidades, abdomen, sangre -insisto en que esa sangre, si se analiza, va a revelar un ADN diferente al suyo, al mismo tiempo que revela su propia autonomía. Autonomía de ese pequeño cuerpo que usted creyó que era una extensión del suyo.
–No me diga que es autónomo si depende de la mujer para vivir (a las abortistas se les atora en la garganta la palabra madre).
– Ese es justamente el milagro de la vida, señora diputada, es autónomo porque las células del cigoto y del feto se multiplican, se mueven, se juntan y se organizan sin que la madre intervenga. El seno de la madre es el lugar en donde se produce esa milagrosa conjunción de fenómenos, con maravillosa precisión y propósito.
¿Cómo puede decir que es autónomo e independiente un embrión o un feto? Insistía neciamente la diputada, que ya se veía agobiada e insegura, como dando patadas de ahogado.
– Cualquier mujer que haya sido madre -me imagino, por lo que dice que usted no lo es- y, por supuesto, que haya estado embarazada, sabrá que, sin hacer nada especial, el niño crece y sigue creciendo si nada lo detiene -como un aborto-, porque su organismo sabe cómo desarrollarse sin intervención alguna. ¿No ve que es una maravilla?
– Ser independiente es una cosa muy distinta a ser autónomo –seguí diciendo. El cigoto y el feto, que son el mismo ser humano, es autónomo en su organización y en su crecimiento. El bebé, al nacer, y durante muchos años es autónomo en su crecimiento y es también dependiente de sus padres hasta muchos años después.
-Y a propósito del derecho de la mujer sobre su cuerpo -dije a manera de conclusión-, déjeme decirle, señora diputada, que hace unos 10 años apareció en el periódico El Norte de Monterrey, un estupendo cartón, firmado por Paco Calderón (para mí el mejor caricaturista de México) que casi me aprendí de memoria, el cual, en cuadros consecutivos, más o menos dice lo siguiente (acompañados, por supuesto, con muy sugestivos dibujos): “La mujer es dueña de su cuerpo, de nadie más/ la mujer con su cuerpo es libre de…/ vestirse/, maquillarse/, operarse/, tatuarse/, embellecerse/, ejercitarse/; pero nadie tiene el derecho…/ a molestarla/, a golpearla/, o a matarla /(y en un cuadro final) … mucho menos si la mujer es apenas un fetito incapaz de cualquier defensa, puesto que sólo ella es dueña de su cuerpo… nadie más, ni siquiera su madre” (Calderón en El Norte, 18/08/1989). Allí se detuvo la discusión sobre la iniciativa de marras, la cual no llegó a presentarse en el pleno, por lo menos no en los tres años que duró esa legislatura.
La segunda anécdota es la siguiente: Un buen día me vi frente a las cámaras de televisión de la empresa Televisa, canal 4, debatiendo en un programa que tenía por nombre “Debatitlán”, conducido por un periodista muy famoso, Víctor Trujillo, alias “Brozo”, con el cual entablé una buena relación. Allí se discutía la situación política de México, según la visión de los 3 más importantes partidos políticos. Dejé ese programa dos meses después, porque estaba supliendo a un amigo. Unos días después, me enteré de que, en el mismo canal de televisión, otro día de la semana, a la misma hora, se proyectaba un programa, también conducido por Brozo, que se llamaba: “Católicas por el Derecho a Decidir”. Al sintonizar el programa, me di cuenta de tres cosas;
Una, de que la estrella de ese programa era una señora de nombre Marta Lamas, que es una de las fanáticas partidarias del aborto en México y en el mundo; dos, de que todos los argumentos de las participantes eran sofismas o, francamente, mentiras y, tres, que de católicas ninguna de las participantes tenía ni la más mínima idea. No había debate, era una especie de cofradía del elogio mutuo. En algún momento, sin embargo, Marta Lamas le dijo a Brozo que sería bueno algún día poner a debate sus ideas.
Eso me llevó a hablarle a Brozo. Me contestó su asistente. Le pedí que le transmitiera a su jefe una simple propuesta: así como “Debatitlán” tenía enorme éxito mediático, le sugería otro foro de debate sobre el aborto, la familia y otros temas, en el que sería bueno que participara Marta Lamas, otra persona elegida por ella, yo y una mujer elegida por mí y, por supuesto, moderado por él. Esto pareció entusiasmarle al asistente y me dijo que, en cuanto tuviera la respuesta, él mismo me llamaría. Yo le llamé de nuevo varias veces, pero el asistente me contestaba con evasivas de su jefe Brozo: que si el tiempo era de Televisa y que la empresa tenía que decidir; o que el programa le pertenecía a Marta Lamas y, finalmente, la verdad: que Marta Lamas no quería debatir conmigo. Lo que deduje es que no quería debatir, porque se sentía de antemano completamente derrotada, y no quería exponer su prestigio ante su fiel clientela de mujeres abortistas.
Las feministas radicales insisten que la maternidad es una esclavitud y una insoportable opresión derivada del patriarcado machista
En otro orden de ideas, se le ha dicho a la mujer: o eliges hacer una carrera y tienes un desarrollo profesional de tiempo completo, o eres una fracasada. Es verdad que la sociedad materialista de hoy empuja a la mujer a una “plena realización personal”, que excluye, por supuesto, como si fuera una condena, la maternidad como realización. Las feministas radicales insisten que la maternidad es una esclavitud y una insoportable opresión derivada del patriarcado machista. Muchas mujeres se lo han creído.
El presidente de Planned Parenthood, empresa que gana millones de dólares asesinando bebés ha expresado, con increíble cinismo, “que ellos están ahí para aliviar a una mujer que ha sido castigada con un bebé”. El aborto se ofrece como solución a vidas de mujeres que “de otra manera, serían arruinadas” (The Blaze, 08/07/2022).
Kamala Harris, la vicepresidente de EE UU, declaró que los embarazos en Estados Unidos son una «crisis». Harris hizo el comentario durante una entrevista sobre el aborto, el domingo 31 de julio, con el presentador del podcast Brian Tyler Cohen: “Las mujeres quedan embarazadas todos los días en Estados Unidos, ups, y este sí que es un problema real” (RNC Research). De hecho, Kamala Harris no hace más que exhibir la ansiedad y el miedo a una realidad que la rebasa, que no entiende; ansiedad y miedo compartidos por una buena parte de la sociedad actual.
“En los viejos tiempos -escribe Stasiuk- cuando nos sentíamos descontentos, acusábamos a Dios, que por aquel entonces era el administrador del mundo; presuponíamos que no estaba ocupándose del negocio como debía: de modo que lo despedimos y nos convertimos en los nuevos directores”. Pero -como descubre Mrozek -librepensador comprometido- el negocio no fue a mejor con el cambio de dirección. Y no lo hizo porque cuando el sueño y la esperanza de una vida mejor se enfocan de lleno a nuestros propios deseos y egos, estos quedan reducidos a juguetear con nuestros cuerpos y almas; nuestra ambición y la tentación de engordarnos el ego no conocen límites […] Se me dijo: Invéntate a ti mismo, inventa tu vida y condúcete por ella como gustes, en cualquier instante y de principio a fin” (Ambos autores, polacos, son citados por Sygmunt Bauman (polaco también) en Tiempos Líquidos, Tusquets Editores. Las negritas son mías, en todo el artículo).
Y una vez que Dios fue, como dice Stasiuk, despedido de nuestras vidas, entramos de lleno al mundo de los deseos. En este mundo escasean cada vez más los sacrificios personales, los esfuerzos, los compromisos, los deberes, los valores vividos como virtudes. Cualquier deseo se convierte en derecho a pedido. Pasamos, en medio siglo, de lo inaceptable, a lo menos malo; de eso, a lo posible; de ahí a lo deseable y, finalmente, a lo jurídicamente obligatorio como derecho positivo. En otras palabras, pasamos del aborto como algo repugnante e impensable a la muerte del bebé como posible, de ahí a lo sensato –según lo describe Joseph Overton- de lo sensato a lo aceptable, de lo aceptable a lo popular, de ahí a lo legislativo, es decir, de ser convertido en un deseo primitivo e inconcebible, como asesinar a un inocente, a un derecho, y de ahí a una obligación. Es decir, de lo natural a lo antinatural, del bien al mal y el mal disfrazado de bien, “Quien atenta contra la naturaleza, siembra la muerte -nos enseña Bernard Lonergan” (Insigth, Estudio sobre la comprensión humana, Bernard Lonergan, Ed.Sígueme, UIA y U. de Salamanca).
Lo que están logrando las feministas radicales es la deconstrucción de la familia basada en el amor, que es la base del tejido social y conditio sine qua non del bien común. Las consecuencias de esta anti-política, pública, que generalmente tienen que ver con el aborto y con el deseo de muchas mujeres de “ser libres” de compromisos son ya, lamentablemente, por una parte, la disminución de la población de los países occidentales, sobre todo los europeos (No puedo dejar de pensar en la amenaza de Erdogan, dictador de Turquía, que dijo hace algunos años: “Finalmente, los musulmanes conquistaremos Europa, pero no con las armas, sino con el vientre de nuestras mujeres”, y la están cumpliendo).
Por otra parte, la soledad. Llegará fatalmente el momento en el que la mujer, exitosa en su profesión, por haber sacrificado su ser-mujer -incluso por haber abortado– llega por la noche a su hermoso departamento, digamos en Nueva York, en Londres o en México, en donde nadie la estará esperando. Al día siguiente, se desayuna con la estadística, aparecida en el WSJ, replicada en el New York Times o en The Economist de Londres, y hasta el Reforma de México, sobre la desigualdad persistente en el número de mujeres CEO’s en el mundo, como signo de una injusta desigualdad, comparada con los hombres CEO’s en las grandes empresas. Este dato no logra consolarla, aunque se considera dentro del limitado número de las exitosas. Y así seguirá, sola, con relaciones sexuales casuales y, posiblemente, con embarazos convertidos en abortos. ¿Y si entre esos embarazos se encontraba una mujer? ¿No tenía derecho al “éxito”, como ella? Probablemente, morirá sola.
También es verdad, por otro lado, que hay mujeres, muchas, que han sabido combinar la maternidad con el trabajo, por necesidad o por vocación, sin descuidar lo que para ellas es lo más importante: la familia. Quizás el ejemplo más significativo es el de la Juez Amy Coney Barret, madre de familia con 7 hijos, exprofesora de Derecho en la Universidad de Notre Dame, y actualmente integrante de la Suprema Corte de Justicia (SCOTUS, por sus siglas en inglés) de los EE UU. Afortunadamente, aún hay mujeres así que, con indiscutible talento y mucho esfuerzo, han sabido hacer las pausas necesarias en sus vidas para atender a sus pequeños, a su marido, y reanudar la práctica de su profesión mientras los niños están en el colegio, luego en la Universidad y después los ven volar con sus propias alas.
¿Y si la mujer decide que su única misión es la familia? ¿Quién le puede negar ese derecho? “En su hogar -nos dice Chesterton- una mujer puede ser decoradora, cuentacuentos, diseñadora de moda, experta en cocina, profesora… Más que una profesión, lo que desarrolla son veinte aficiones y todos sus talentos. Por eso no se hace rígida y estrecha de mente, sino creativa y libre. Esta es la sustancia de lo que ha sido el papel histórico de la mujer. No niego que muchas han sido maltratadas e incluso torturadas, pero dudo que jamás hayan sido torturadas tanto como ahora, cuando se pretende que lleven las riendas de la familia y, al mismo tiempo, triunfen profesionalmente. No niego que antes la vida era más dura para las mujeres que para los hombres. Por eso nos descubrimos ante ellas.
La manera más breve de resumir mi postura es afirmar que la mujer representa la idea de salud mental, el hogar intelectual al que la mente ha de regresar después de cada excursión por la extravagancia. Corregir cada aventura y extravagancia con su antídoto de sentido común no es —como parecen pensar muchos— tener la posición de un esclavo […] Una mujer así tiene que hacer muchos equilibrios para arreglar y resolver casi todo, para adaptarse a lo que haga falta […] Así es la mujer, y su oficio es generoso, peligroso y romántico. Su carga es pesada, pero la humanidad ha pensado que valía la pena echar ese peso sobre las mujeres para mantener el sentido común en el mundo” (Gilbert K. Chesterton, “Mujeres torturadas”, La mujer y la familia, Obras Completas, Ed. El mensajero, Bilbao).
Es cierto que, estrictamente hablando, no existe el derecho a la vida, porque estamos hablando de una vida que ya es. En todo caso, esa vida humana, que ya es, desde que fue concebida, tiene el derecho a proseguir su desarrollo hasta… Share on X