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La lucha, el viejo lugar para el encuentro (IV)

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Decíamos que si te dejas de superficialidades y de pamplinas y si luchas, ¡por fin, estarás de camino! “¿Qué hago aquí?”, podrás preguntarte. Ciertamente, el paisaje puede ser de lo más inhóspito. Pero ten paciencia, y lee en los signos de los tiempos, que son la guía que el Maestro te ofrece, como despliegue y realización de su Evangelio.

No lo olvides. Dijimos que la palabra “unidos” guarda la solución a tan soberano jeroglífico. Para llegar a nuestro destino (el Cielo), cruzando a través de la maleza virgen o trillada que nos encontraremos en nuestro trapicheo en la charca del mundanal ruido, debemos ir de la mano. Juntos, pero no revueltos. Que nos revolquemos en el lodazal y perdamos nuestra identidad es lo que intentará la voracidad del mundo. Tú, amigo, amiga del alma, no debes permitirle sofocar tu idea; no dejes de seguir luchando denodadamente para realizarla, sin perder de vista el Encuentro soñado. Debes soñarlo. Debes encontrarlo. Debes vivirlo. Esa promesa de Quien es tu Cabeza debe servirte de faro en medio de la tromba.

La tempestad no será calmada si tu Justo Juez desea que por ella seas probado. Eso es así, no debemos engañarnos. Debemos continuar adelante siendo optimistas, pero luchando con los ojos abiertos y con la aguja de la brújula fija en el Norte, para encaminarnos a la Bienaventuranza eterna. En tu travesía habrá hasta parajes de Iglesia que te silenciarán y harán el vacío, como si tu idea no valiera la pena. Más aún, comprobarás que posadas laicistas te darán la bienvenida, como si para ellos todo fuera para bien.

“¿Qué está ocurriendo?”, incidirás en tu incredulidad. Eso te demostrará y nos hará advertir a ti y a todos que Dios es Dios de todos y que todos somos sus hijos –rubios y morenos: “Todos vosotros sois hermanos […] Uno solo es vuestro Padre, el del Cielo” (Mt 23,8.9)–; comprenderemos que no somos únicamente unos cuantos elegidos, y que la virtud a menudo pasa desapercibida, porque no grita con los altavoces del mundo. En él no se concilia la ecuanimidad del dar a cada uno lo que le correspondería, porque no se vive la Verdad del Evangelio, que debería ser el molde de nuestras acciones. En consecuencia, puede ser que el mundo también te tome por iluso y no te reconozca, porque tu lenguaje no es el suyo ni haces lo que él hace.

¡Adelante! ¡Sigue firme en tu paso! Llegó el momento de la contradicción, de la purificación en el crisol de la vida, que es dura para todos. Será la demostración de que la semilla –tu idea– debe ser lanzada a boleo, sin egos y sin esperar la cosecha, pues es Dios mismo –no tú– quien decidirá si fructificará o no, porque es Él quien “hace salir el sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos, y da el alimento que le toca a cada uno” (Mt 5,45). Si el campo de la Eternidad es Su propiedad, ¿qué más podrías esperar? Él sabe mejor que tú lo que hace y deja de hacer, porque el mundo, el Universo entero es suyo, lo ha creado para ti. ¿Adónde irás, pues? El desenlace lo dejamos para el próximo artículo.

La lucha, el viejo lugar para el encuentro (III)

Llegó el momento de la contradicción, de la purificación en el crisol de la vida, que es dura para todos Share on X

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