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Todo llega, ¿te lo crees?

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Si alguien viniera y nos preguntara cuál es nuestra fe, seguramente le contestaríamos pausadamente que somos católicos. Pero si la pregunta viniera de una amenaza de un poder legal real de hacernos daño a nosotros, a nuestra familia o a nuestro entorno próximo, ¿tendríamos esa misma valentía? ¿Verdad que la cosa cambia? Nos surgirían dudas y miedos a razón de sus cuestionamientos: que si la ideología de género es ser consecuente con la libertad, que si el aborto y la eutanasia arreglan y hasta salvan vidas; que si no colaboro directamente con el mal, no hago daño a nadie; que si… ¡Todo se nos haría, quizás, una bola! Sucedería, muy posiblemente, como con aquellas madejas deshilachadas en las que es difícil descubrir el extremo del hilo desde donde tirar para poner orden.

Y eso, ¿por qué? Pienso que quizás nuestra fe está calmadita en su zona de confort, allí, en un rinconcito de nuestra existencia, para ir tirando de exigencias cuando sentimos que tenemos necesidad de la intercesión de nuestro Padre Dios, o cuando nos interesa quedar bien. Así, pues, pareciera como que nuestro Dios es un mago que hace sus sortilegios y encantamientos según nuestro antojo. Vivimos encantados, a merced del va y viene de los acontecimientos. No vivimos hermanados.

Pero nuestro Dios nos pide más. Desde siempre, nos pide realismo. Y hoy, además y muy especialmente, nos exige osadía. ¡Quiere que cambiemos el mundo! ¿Sabes que más de medio mundo vive en la pobreza? Aparte de admirarnos, quizás escandalizarnos y hasta protestar, ¿qué hacemos para remediarlo? ¡Si no hay ningún país que dé las ayudas justas y necesarias a la maternidad y paternidad responsables! Eso es lo que Dios nos pide: que hagamos lo que podamos, más que contentarnos con votar un día festivo a quien pensamos que puede hacer algo para remediarlo, o asistir a misa un domingo, día de guardar.

¿Quieres que te sugiera ideas? Siempre podemos encontrar una solución más o menos rápida, pero siempre efectiva si no buscamos únicamente desentendernos del asunto. Podemos responder con nuestra actitud dispuesta a ayudar económicamente a ese necesitado que nos pide… y aunque no nos pida; con compartir nuestro tiempo con el otro que precisa un empujón de ánimo para afrontar su día a día, más duro que el nuestro; con sembrar sin fiar nada a cambio ni esperar nada de nadie; con hacer el bien sin mirar a quién; con laborar cada uno con fuerza y tesón el campo que le ha sido confiado…: el mundo está por hacer, ¿no lo ves? (Pero ¡alerta!: todo eso, sin que se note).

Estate, estemos ciertos. Tu conciencia, nuestra conciencia no descansará hasta que cumplamos con lo que Dios nos pide. Y esa tensión siempre nos provocará problemas directos e indirectos, si buscamos desentendernos y no aceptar la realidad del asunto: eso es, que Dios nos pide lo que nos pide. Y la bola, la madeja se desquiciará. ¡Despertemos de una vez! ¡Que la culpa de nuestra tensión es nuestra! Hasta que no vivamos como lo que somos –eso es, hermanos que comparten una misma “ecología integral”, para decirlo con palabras del Papa Francisco– no hallaremos la paz.

“¡No tengáis miedo!”, gustaba repetir san Juan Pablo II. Sabía lo que decía, pues su vida de obrero y su condición de actor y su pastoral de sacerdote, obispo, cardenal y Papa estaban marcadas por su vivencia firme y sincera de una experiencia que le había demostrado que Dios siempre está a nuestro lado. Por eso, debemos vivir tranquilos y amorosamente, ciertos de que nuestro pasado está en manos de Su misericordia; nuestro presente, de Su amor; y nuestro futuro, de Su providencia. ¿Qué más quieres? ¡Nuestro Dios –el único Dios verdadero– es un Dios de amor que nos ha creado para disfrutar de la bienaventuranza eterna, ya desde aquí!

Pues ahí estamos. Pronto ese poder legal real nos atenazará la existencia y nos debilitará como creyentes y como humanos si no nos formamos y ejercitamos actuando debidamente; eso es, como hermanos. Pero no “cuando se acabe el mundo”, sino ahora mismo, amigo. Únicamente nos queda una salida lícita: vivir la Verdad del Amor. Solo así Jesús, cuando vuelva, nos reconocerá como hermanos a nosotros.

Pienso que quizás nuestra fe está calmadita en su zona de confort, allí, en un rinconcito de nuestra existencia, para ir tirando de exigencias cuando sentimos que tenemos necesidad Share on X

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