(Juristes pour l’enfance) Una pareja estadounidense, tras haber recurrido a una madre de alquiler, ha decidido abandonar al bebé cuya gestación habían contratado con otra mujer.
¿Qué ha ocurrido exactamente?
El “padre” descubrió que el bebé tenía rasgos asiáticos, pelo negro y ojos marrones, mientras que tanto él como su mujer son «blancos, rubios y de ojos azules».
La prueba de ADN reveló que, aunque el niño era biológicamente de la mujer que había contratado a la madre de alquiler, pero no lo era del varón. Un error en la probeta justifica así el rechazo del niño encargado.
Lo trágico para el “padre” es que el niño no es biológicamente hijo de la pareja solicitante: «No nos importa el origen étnico, sólo nos molesta que el bebé no sea nuestro, si fuera blanco y no fuera mío estaríamos igual de enfadados”.
Una situación en la que la víctima de este bricolaje procreativo fallido es, una vez más, el niño.
¿Cómo se explica que este hombre y esta mujer, que deseaban desesperadamente tener un hijo hasta el punto de recurrir a la maternidad subrogada, lo hayan abandonado finalmente?
La explicación es sencilla: hicieron un pedido de un niño a partir de sus gametos, y el niño que recibieron no se correspondía con el pedido. Así que lo rechazan.
Se trata de un comportamiento típico de un consumidor. ¿Por qué deberíamos sorprendernos?
La maternidad subrogada es un mercado, un mercado que hace del ser humano tanto la materia prima como el cliente.
En cuanto se pide un hijo, en cuanto el hijo es el resultado de un contrato, de una transacción, hay una expectativa de resultado.
Esta mercantilización del niño por contrato existe en todos los casos: no es demasiado visible cuando «todo va bien» y el niño corresponde al encargo, pero estalla a plena luz del día, de forma dramática, cuando el niño no es el producto esperado sino un producto defectuoso.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que este niño es producto del óvulo de la mujer y que la pareja lo abandona de todos modos.