Con la publicación de Compasión, Manuel Alejandro Rodríguez de la Peña hizo algo poco acostumbrado en los tiempos que corren: ofrecernos un estudio sólido y sugerente sobre una cuestión de gran calado pero poco abordada. Ahora, con Imperios de crueldad. La Antigüedad clásica y la inhumanidad, ha vuelto a hacerlo, convirtiendo casi en una costumbre lo que parecía excepcional.
Compasión estudiaba el lento surgir de la idea de compasión, muy vinculado a algunas figuras que podemos enmarcar en lo que, siguiendo a Jaspers, llamamos Era axial, sus limitaciones y cómo la aparición de Jesucristo en la historia nos hacía dar un salto que hasta ese momento parecía inabordable. Ahora, en Imperios de crueldad, Rodríguez de la Peña mira al otro reverso de la moneda, ese al cual asomarse supone un reto para nuestra sensibilidad: la persistencia de la crueldad, del abuso, de la reducción del ser humano a objeto del cual se puede disponer.
Pero no es solo eso, no estamos meramente ante una recopilación de horrores, sino ante una potente reflexión que delinea un estilo propio con unos rasgos bien definidos. Empezando por la exhaustiva documentación, que no excesiva. Rodríguez de la Peña no tiene prisa, no da pasos en falso, acumula pacientemente evidencias, las va exponiendo explicándonos su contexto… pone las bases de su edificio con cuidado y prolijidad. En ocasiones tenemos la impresión de que no sería necesaria tanta insistencia, pero es porque nos hemos acostumbrado a la mirada fugaz y superficial (¡si ya los vídeos de más de un minuto se nos antojan “largos”!). No es así como trabaja el autor, y se agradece, especialmente cuando más adelante construya sobre tanta evidencia acumulada con una solidez irrebatible. Al precio, eso sí, de dejar atrás toda ilusión buenista: sacrificios de prisioneros, abusos y violaciones sobre los vencidos, torturas, esclavitud, violencia sexual, sadismo… conforman la cruda realidad que desfila ante nuestros ojos, sin regodearse, pero sin ocultar tampoco nada (y eso que, según confesión del autor, la editorial descartó publicar las abundantes pruebas gráficas que éste ha ido acumulando).
Otro de los rasgos propios que definen al autor es una querencia a desmontar ideas muy extendidas sobre el sujeto abordado. No se busca la polémica per se, pero es imposible mantener los ojos cerrados ante las múltiples evidencias expuestas… y Rodríguez de la Peña no deja pasar una. Sin aspavientos, sin palabras gruesas, va demoliendo tanta falsedad que se ha ido convirtiendo en lugar común. No lo exterioriza mucho, pero tengo la impresión de que esta tarea le encanta.
Un tercer rasgo: su capacidad para conectar sucesos de la Antigüedad con la historia contemporánea. Todo aquello que pacientemente el autor ha ido recopilando se nos muestra como clave no solo para comprender aquel pasado remoto, sino también sucesos más recientes, algunos de los cuales son, por así decirlo, de anteayer, y cuyas consecuencias aún dan coletazos en el presente.
Sobre lo primero, el estudio serio y detallado de la materia, es tan evidente que no hay mucho que argumentar. Abran el libro y empiecen a leer, constataran en breves minutos que es así.
Si nos fijamos en el segundo rasgo propio del modo en que el autor despliega su análisis, el de echar por tierra algunas ideas muy extendidas, sin duda la imagen de Atenas no sale indemne de un análisis apegado a los hechos. La supuesta cuna de la humanidad y la democracia es un lugar en el que se da una clara involución en cuanto al trato a los vencidos. Es en la guerra del Peloponeso, cuando abandonadas las antiguas convenciones, se desplegó una lucha a muerte de ferocidad y crueldad terribles, con Atenas liderando la carnicería. Como escribe Rodríguez de la Peña, “la Atenas democrática, luminoso santuario de las artes y la filosofía, fue también potencia imperialista y esclavista”, lo que le hace concluir que “más importante que la forma política es la ética que la sustenta [a una asamblea]”. Así, la pretensión de Popper de que la Atenas de Pericles fue la primera sociedad abierta queda desacreditada por completo. Imperialismo ateniense que tiene su eco en “los inicios del parlamentarismo británico a principios del siglo XVII, cuando millones de esclavos sufrieron penalidades sin fin para que una élite gozara de derechos políticos”. A su vez, la crueldad romana y su capacidad para triturar aquello que se le pusiera por delante es suficientemente conocida y una de las claves de su expansión, fundada en la necesidad constante de esclavos, «ganado humano» necesario para sostener el poderío de Roma. Y hablando de crueldad, el ejemplo de la tunica molesta, una camisa embadurnada especialmente para arder que se usaba para quemar vivos a los condenados a muerte es solo uno más de los ejemplos aportados.
Otro de los lugares comunes que se vienen abajo tras la lectura de esta obra es la del Renacimiento italiano tras una era de oscuridad: “la idea de una renovatio de la Antigüedad clásica ya fue constantemente invocada” por autores medievales, en diversos “renacimientos” que, no obstante, “no recuperaron la dimensión oscura de la ética presocrática de desprecio por la debilidad, recreando (o reinventando) la Antigüedad clásica a la luz de los valores de la cristiandad medieval o renacentista”. Tras detenerse brevemente en la persistencia de la noción de Imperio romano (que subsiste aunque sea como denominación jurídica hasta principios del siglo XIX) Rodríguez de la Peña se adentra, en la parte final del libro, en la apasionante revisión de cómo la obsesión contemporánea con la Antigüedad clásica, ya desligada de toda recreación de matriz cristiana, ha jugado un papel importante en las atrocidades de las que han sido testigos los últimos siglos, con especial atención a la Revolución francesa (incluyendo su coda bonapartista) y a la Alemania hitleriana, una advertencia sobre el peligro que encierra cierta idealización y mirada parcial sobre la Antigüedad.
Queda claro que estamos, de nuevo, ante un libro importante, un libro construido desde la base, con meticulosidad y rigor, capaz de desmontar unos cuantos lugares comunes y que no es solo una obra para eruditos, sino que aporta luz sobre el pasado más reciente. Un rara avis en el panorama historiográfico que harán bien en no perderse.