El mal que nos rodea es realmente demasiado. Dan ganas de decir basta. Hubo miles de muertos por Covid, los camiones llenos de cadáveres en Bérgamo, las masacres en Siria, la violencia en Afganistán, Libia y en muchos, demasiados, otros países del mundo. Y luego la guerra en Ucrania con tantas muertes como nadie podría haber imaginado. Una y otra vez estragos en mujeres y niños, violencia por doquier, violencia sin razón, rencillas familiares que se convierten en masacres, rabia que se convierte en armas de fuego disparadas en las aulas de las escuelas, niños asesinados sin razón. Tanto mal nos deja sin aliento.
Es verdad. Siempre ha sido así. Siempre hemos vivido en medio del mal, de las guerras, de la violencia. Pero muchas veces hemos intentado de no mirar. O, incluso, con nuestra presunción de modernos, pensábamos que también habíamos vencido al mal. Tal vez engañándonos a nosotros mismos para esquivar los golpes adversos y aun así lograr salvarnos. Pero no. Porque la enfermedad, la muerte, la violencia, la guerra siempre nos alcanzan. Y aunque no nos afecten directamente, no podemos en cualquier caso librarnos de esa angustia llena de ansiedad e inseguridad en la que nos encontramos.
Pero justo cuando la realidad muestra su inevitabilidad, cuando nos damos cuenta de que el mal existe y nos alcanza y que sería irrazonable decir lo contrario, justo en ese momento nos vemos obligados a reconocer que solo tenemos dos posibilidades: o sucumbir, renunciando al deseo innato de vivir y afirmar el bien y la verdad, o aceptar el desafío tratando de mirar de frente todos los factores de la realidad, para ver si acaso en este horizonte lleno de tiniebla se abre una posible respuesta.
Ha habido en la historia de los hombres un intento, alto y noble, de enfrentarse al mal, de mirarlo a la cara. Ha sido la grandeza de la tragedia griega. Como dice Galimberti en su reciente diálogo con Julián Carrón publicado bajo el título ‘Credere’ [Creer], «Los griegos eran trágicos, porque habían comprendido bien la esencia del hombre, que para vivir, el hombre necesita construir un sentido frente a la muerte, que es la implosión de todo sentido». Sí, estos grandes griegos eran verdaderamente trágicos. Sufrieron terriblemente por el mal, sabían que era inevitable, pero no podían admitir que eran responsables de él. Sabían por experiencia que eran inadecuados para realizar su humanidad, inadecuados para realizar el bien y la justicia, inadecuados para construir ese sentido que necesitaban. Y entonces, ante el mal que seguía mordiendo la vida, la única hipótesis razonable era que toda la culpa estuviera en el regazo del destino, de los dioses.
Edipo, que con generosa nobleza de alma, por toda su vida había intentado no cometer el horrendo mal que el oráculo le había profetizado, se convertirá en cambio, sin ser consciente, en el asesino de su padre y en el incestuoso esposo del propia madre. Cuando descubre el mal hecho, desesperado, se cegará horriblemente y vagará durante largos años pobre y mendigo. Pavese, en los ‘Diálogos con Leucò’, pondrá en su boca palabras conmovedoras: “Quisiera que mis casos fueran aún más atroces. Quisiera ser el hombre más sucio y vil mientras hubiera querido lo que hice. No sufrido así. No haberlo hecho queriendo hacer otra cosa”. Y otra vez: “Nunca sabrás si quisiste lo que hiciste. El camino libre tiene algo de humano, de únicamente humano”.
Eso no lo habían conseguido los griegos, ese «camino libre», ese ejercicio de libertad del que habla Carrón en el diálogo con Galimberti. “¿Cómo podemos imaginar vivir, si pensamos que no somos libres y por lo tanto responsables? ¿Qué consecuencias debemos enfrentar en la convivencia social si abolimos el concepto de libertad, de responsabilidad y de justicia?”.
Debemos custodiar esta libertad tan humana y fascinante, defenderla, hacerla crecer, conscientes de que esa misma libertad también puede estar en el origen de todo el huracán del mal que nos azota. Somos libres pero en lucha, libres pero limitados y necesitados. Anhelamos el bien y la justicia, pero el mal sigue ocurriendo y haciéndose. Si no queremos traicionar nuestra humanidad, si queremos salvar nuestros deseos y nuestra libertad, sólo nos queda esperar que justamente dentro de las tinieblas de la realidad pueda ocurrir un factor diferente, no limitado, más poderoso que cualquier abominación, capaz de derrotar el mal y vencer la muerte.
En la historia ha habido un solo hombre que ha vencido a la muerte porque ha resucitado y que ha vencido al mal porque lo ha perdonado. Y hoy ese hombre sigue estando presente en la compañía de otros hombres. Hombres, en palabras de Eliot, “salvados a pesar de su ser negativo; bestiales como siempre, carnales, egoístas como siempre, pero siempre en lucha, siempre reafirmantes, siempre retomando su marcha por el camino iluminado por la luz”.
Hombres así existen, los podemos encontrar en el mundo, limitados y malos como todos los demás, pero a la obra, siempre dispuestos a cambiar y a reconocer que algo mejor es posible. Tal vez sea suficiente seguir sus huellas, como aquellos pocos que, cuando San Pablo habló de la Resurrección a los griegos, no se fueron.
Publicado 6/6/2022 en Il Sussidiario
Debemos custodiar esta libertad tan humana y fascinante, defenderla, hacerla crecer, conscientes de que esa misma libertad también puede estar en el origen de todo el huracán del mal que nos azota Share on X
1 Comentario. Dejar nuevo
Estan universamente extendido los conceptos del Bien y del Mal. son axiomas de comportamiento o es nuestro comportamiento bueno o malo para otros. Es decir, existe realmente el Bien y el Mal, o es algo que viene de la Biblia, como el pecado, el castigo, la Redención… No sé si alguien ha definido que es el bien y el mal, pero filosófica o religiosamente, no en función de que hay ersonal buenas y malas.