Hay quien, admirado por la armonía, la belleza del Universo, por las leyes matemáticas que rigen los astros, por las leyes complejas e inteligentísimas que gobiernan el mundo y que les descubren sus conocimientos científicos, no tienen más remedio que pensar en una inteligencia suprema que se trasluce en los seres de la Naturaleza y del cosmos.
Pero a los que, cojeando intelectualmente, les cuesta dar el paso a un Dios creador infinitamente superior a todo lo creado y se quedan, como aves con lastre, rozando el mísero suelo, y aventuran la idea de que Dios existe, pero se confunde con el mismo cosmos, que ellos dotarían de inteligencia. Y se ven arrastrados al maligno error panteísta: todo es dios, con el corolario pretencioso de que yo también soy dios.
No se puede descartar que algunos de estos científicos lleguen a su limitada creencia con buena voluntad y crean haber dado un salto audaz, desde el ateísmo de que partían.
Pero observemos que el panteísmo, “todo es dios” es una suerte de ateísmo: no existe un dios personal, no existe una persona divina a quien amar y por quien ser amado. Y somos huérfanos en la nebulosa de un universo endiosado.
Y la peregrina ocurrencia de que todo es dios y por tanto que yo soy dios tiene una gravísima implicación: que no existe el pecado: en efecto, si yo soy dios, ¿cómo voy a pecar? (así los más terribles crímenes de la historia serían acciones divinas, blasfemando así de Dios). Para una mente ilusa eso tiene una apariencia de liberación puedo hacer lo que me dé la gana y todo está bien.
Pero sucede como si un médico ante un paciente con una enfermedad grave, pero que tiene curación completa, para no asustar al paciente, le dice que está sano, así el enfermo no pondrá los medios para curarse y perecerá de un mal del que podía sanar.
Y eso es nuestro pecado, una grave enfermedad que tiene cura, pues la misericordia de Dios todo lo puede y quiere, con tal de que nosotros le pidamos sinceramente perdón. Ahora bien, quien no cree que haya pecado, no pedirá perdón y perecerá de su enfermedad espiritual. Y así como el médico que engaña al paciente, le condena a morir y es pues inmisericorde y cruel, así quien nos dice que no existe el pecado nos cierra la puerta de la misericordia sin límites de Dios y nos condena a la muerte espiritual.
Así, el panteísmo es un error o iluso o soberbio, es cerrarse las puertas al amor ternísimo y pacificador de Dios. Cerrarse las puertas a la esperanza cierta de que tengo cura por grave que sea mi enfermedad moral y espiritual. Cerrarse las puertas al océano de la piedad de Dios, que como Padre que abraza a su hijo pródigo, prepara para él el mejor y celestial banquete. Es renunciar a nuestra única felicidad y paz.
Decimos que es un error o iluso o soberbio. Y que puede perdonarse que con mentalidad ingenua, alguno se vea atraído a una explicación simplista de la armonía del universo. Lo que difícilmente encontrará perdón es la actitud soberbia de quien afirma “yo soy dios” (A ello responde el arcángel “¿quién como Dios?”) Y difícilmente encontrará perdón porque esa actitud es enemiga de pedir perdón, de reconocer con verdad nuestras malas obras y errores.
Por otra parte, a partir de la pura razón, el error panteísta queda patente, cuando la ciencia habla de que el universo ha tenido un comienzo, el bing-bang o gran estallido. Si el universo no es eterno, algo o alguien tiene que haber existido siempre, ya que de la nada absoluta nada puede surgir. Ese ser eterno es el verdadero Dios. No sólo causa última de lo material e intelectual, sino también causa última de los buenos sentimientos y virtudes, del amor, del arrepentimiento, de la bondad y de la paz.