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El rey que escondía su fe. La institución monárquica debe rectificar

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El hecho es conocido. Ni el rey ni ningún otro miembro de la Familia Real, acudió a la misa de Pascua, en Palma de Mallorca. Acudieron a misa, pero en la capilla del Palacio y no en una Iglesia pública, como hasta ahora. Por el mismo motivo la confirmación de la Princesa de Asturias se realizó como un acto privado, sin fotografías del momento en el que recibió el sacramento, y no se ofreció ningún tipo de información. Digamos que fue una confirmación más que privada, “secreta”, porqué incluso las imágenes fueron censuradas.

La razón que se aduce es la aconfesionalidad del estado, que da lugar a que la fe en Dios, sea la que sea, desaparece del ámbito público. Una vez más se confunde, deliberadamente o no, la aconfesionalidad del estado y sus instituciones, con el ateísmo fáctico. En el primer caso se trata de que el Estado no detenta  una determinada confesión, pero acoge  en términos positivos a la mayoría de ellas y de forma especial, nominal, a la fe católica, tal y como establece la Constitución. En el segundo caso lo que se hace es suprimir toda referencia religiosa, que quedan reducidas a la nada, como en el funeral de Estado organizado por el gobierno Sánchez. Pero la nada no es neutralidad sino todo lo contrario.

El rey puede y debe como persona cumplir con sus deberes religiosos y no esconderse de ellos. Basta y sobra con que aquel acudir, aquel recibir el sacramento no sea calificado de acto oficial, sino privado, pero público. Sin censuras de imágenes, ni reclusiones en “capillas privadas. Y esto también implica todo lo contrario de lo que hace: expresar el reconocimiento constitucional acudiendo a determinas celebraciones de otras confesiones. Aconfesionalidad, no es el equivalente a una especie de asexualidad religiosa, sino neutralidad institucional. La institución no tiene confesión pero las reconoce; la persona, si tiene confesión, la manifiesta.

La censura a la Confirmación que  ha impedido toda imagen es un acto artificial de defensa de la intimidad, porque una  Confirmación es por definición un acto público, mediante el cual el niño reafirma su decisión de pertenecer a la Iglesia, al Pueblo de Dios y eso no tiene nada de individual e íntimo; es colectivo social. No todo lo que hace el rey a lo largo de un jornada es un acto institucional; si visita las caseta de libros y compra determinados títulos que divulgan  los medios de comunicación, a nadie se le ocurre pensar que es la “monarquía” como institución quien los ha adquirido, sino la persona concreta, y no por eso se convierte en un acto “secreto”. Diferenciar lo personal de lo institucional no es equivalente a mostrarse u ocultarse. Y en la práctica funciona así, menos en una cuestión: la práctica de la fe religiosa, que parece que la monarquía debe esconder. Pues no, ningún precepto legal le obliga, porque si fuera así, se quedará condenada a la invisibilidad y la privacidad más absoluta, lo que se habría forjado en España es un estado de práctica atea, institución monárquica incluida. Y no.

Y en las razones de este vale la pena citar a Jürgen Habermas :

«El hecho religioso no puede reducirse a una adaptación a las normas impuestas por la sociedad secular, en términos tales que el ethos religioso renunciase a toda clase de pretensión. Las cosmovisiones naturalistas que se deben a una elaboración especulativa de informaciones científicas no gozan prima facie, de ningún privilegio frente a las concepciones de tipo religioso que están en competencia con ellas.  La neutralidad cosmovisional del poder del Estado, que garantiza iguales libertades éticas para cada ciudadano, es incompatible con cualquier intento de generalizar políticamente una visión secularística del mundo. Los ciudadanos secularizados ni pueden negar en principio a las cosmovisiones religiosas un potencial de verdad, ni tampoco pueden discutir a sus conciudadanos creyentes el derecho a hacer contribuciones en su lenguaje religioso a las discusiones públicas».

Y aun se puede añadir otro punto básico: la sociedad desde el punto de vista religioso es plural y no laica, y por consiguiente la neutralidad- laicidad- del estado- no significa negar la relevancia y colaboración de la religión, sino el no estar adscrito a ninguna de ellas, reconociendo, como afirma Habermas en relación con la Constitución, la importancia que tienen “en el contexto histórico de su propia historia nacional”. La neutralidad confesional del estado en ningún caso puede confundirse, como sucede en España, con la invisibilidad o la nada.

La institución monárquica debe rectificar

Aconfesionalidad, no es el equivalente a una especie de asexualidad religiosa, sino neutralidad institucional Share on X

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3 Comentarios. Dejar nuevo

  • José Luis Samper
    6 mayo, 2022 20:25

    Pues, sí, yo también creo qque no solamente debe rectificar, sino cambiar el rumbo. Una monarquía que esconde su fe, deja que le usurpen sus funciones, que calla, siendo como es la cabeza del Estado, decisiones y problemas que son realmente de Estado, etc. es una monarquía que ni se gana el respeto ni se ve su necesidad. El rey Felipe puede estar muy preparado, pero si no tiene el vigor que necesita para defender su figura, pronto le acabaran de volver la espalda aquellos españoles que todavía ven en la monarquía el símbolo de nuestra unidad.

    Responder
  • […] denuncia muy acertadamente FORUM LIBERTAS, aconfesionalidad, no es el equivalente a una especie de asexualidad religiosa, sino neutralidad […]

    Responder
  • Totalmente de acuerdo con el artículo.

    En marzo de 2019 se dio a conocer por algunos medios que la masonería española había concedido al rey Felipe VI la Orden Masónica del Fundador con distintivo rojo, la más alta condecoración de las que otorga, pero no supimos en cambio si finalmente aceptó tal distinción.
    Cabe sospechar que sí, y que entre las «condiciones» implícitas al aceptar ese «honor» está el que Su Majestad prescinda de muestra pública de su catolicidad.
    Esto es, claro, tan solo una especulación, que sin embargo concuerda con la línea clara del gobierno presente tal como se vio en el modo de celebrar los funerales de estado por cuantos murieron por Covid-19.
    De esa ceremonia de Confirmación realizada en privado, de paso, saca avieso provecho el gobierno central –y los autonómicos antimonárquicos– al ver suprimido una vez más el protagonismo del monarca y de su familia.
    El rey se sentirá, en algo tan importante como lo religioso, muy atenazado, y ello va en grave perjuicio de la imagen que la sociedad va haciéndose de su rey, mientras las planas mayores intelectuales y gubernamentales ateas se frotan las manos de que al pueblo no lleguen imágenes religiosas de la familia real.
    Todos por diplomacia alguna vez en la vida hemos tragado sapos con tal de seguir o de «sobrevivir»; el rey seguro que debe de tragarlos cada día.
    Con otro gobierno menos ateo y menos sectario posiblemente pudiera tener más margen para no esconder su catolicismo, pero con el actual y con la masonería poniéndole medallas como obsequios envenenados, Felipe VI se encuentra entre la espada y la espada.

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