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El color del cristal

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¿Te has fijado en ese tipo de personas que van por el mundo clamando por los rincones y en el centro de la plaza pública, mendigando por un amor cautivo, como si todo el mundo les debiera pleitesía por el pretendido valor de sus ancestros y hasta de sí mismos? Suelen ser el mismo tipo de persona que, aun reclamando ese amor que no vive, hace todo lo contrario de lo que es necesario para encontrarlo. Por eso lo exigen, porque para esos engendros el amor es una mercancía para alcanzar sus objetivos, en cualquier orden de la vida. Y por ahí nunca lo consiguen, por más seductores que sean, porque para ellos la vida es una mera transacción de estímulos y conquistas (“Yo te doy, tú me das”), y el amor lo es todo menos eso. ¿Y si no les das? ¡Te conviertes en su enemigo!

Por ahí se complica aún más su existencia, pues cuanto menos consiguen, más exigen (y más violentamente), pues desesperan al no alcanzar agarrar ni por la cola a su adversario, que eres tú, si pasas sin mirar como uno de los que no les dedican la más mínima atención. Porque ¿sabes? ¡Los hay que son capaces de montar todo un show de fiesta para capturar tu atención, y hasta tu integridad física y psicológica! Más aún, tantos hay que actúan de incógnito aprovechando las fiestas de guardar del calendario católico, apostólico y romano, porque ¡por usar, que no quede!, ¡hasta el nombre de Dios usan en vano!

Si es que su intelecto llega a algo, se crean la imagen pública de cracks, por aquello de la apariencia, y más aún si son de esos que hasta anuncian a toque de proclama su excelente expediente académico. Más refinadamente fingen entonces que ostentan el poder; porque, “mire usted, soy Don Diez”. ¡Fantoches es lo que son! Basura orgánica, que nada tiene de virtual, pues son como piojos, más aún, como pulgas que se te agarran a la entrepierna si es que te llegan a esa altura… y si saben disimular su procedencia: ¡el vertedero!

¿Quieres saber cuál es su punto flaco? El reconocimiento, cuanto más público, global y radical sea, mejor. Por ahí los cazarás siempre, es a la vez su veneno. De hecho, son difíciles de detectar y de eliminar por su coraza. Aquel esperpento por el que clama su vida toda, porque sin ella no es nada. Su imagen mental es potente, pero su corazón está podrido. Promételes amor de pleitesía, y por él se te rendirán ufanos. ¡Poco saben del amor, los muy proxenetas! Por eso pasan por tu campo de visión cual exhalaciones de espíritus puros, que agasajan tu atención con el perfume de la ficción desde el acto primero hasta la caída del telón. Y ahí, entre bambalinas, con la ficción pretenden embaucar tus sentidos con la pseudoverdad, que esa es otra: imponen su verdad, y la imponen porque no es la Verdad. ¿Cómo quieres que reconozcan la Verdad explícitamente, si en su mundo la verdad con minúscula (“aquella-única-verdad-que-vale”) es sinceramente aquella que ven? Por eso siempre te insisten en que no te engañan: ¡ellos-tienen-la-Verdad, la paranoia infernal!

La retahíla suele finir con que si les indicas que no está bien que te cierren la puerta en las narices, se te quejan de que les cierras la puerta tú; con ellos es imposible todo razonamiento lógico: se mueven por la emoción, el estímulo-reacción, no entienden otro lenguaje. No nos engañemos. Si hay peligro de guerras mundiales en nuestro mundo, es porque hay guerras entre las personas, las familias y las sociedades; pero todo empieza en la persona. En el cerrar la puerta… en las narices.

¿Cómo es posible hacerle entender a una persona que mira a través de un cristal rosa que el mundo es de color verde? ¡Pues muy fácil, cambiándole el cristal! Eso significa paciencia, y tiempo al tiempo, porque no te creas que te será tan fácil cambiarles. Es una labor de chinos, no por desprecio, sino por aprecio: las labores de chinos suelen ser maestras en el éxito final, si el final está lejos. Y la labor de chinos AHORA es crear un estímulo a cambiar el cristal; un estímulo no necesariamente mayor, sino mejor: ahí está la virtud. Pero… ¿dónde está el cristal nuevo? En la Verdad. Eso es, lo único que sin virtud no se aguanta. Por eso el mundo cayó y acabará cayendo, excepto los “cristales verdes”. Ellos serán sublimados. ¿Te sumas a cambiar cristales?

¿Quieres saber cuál es su punto flaco? El reconocimiento, cuanto más público, global y radical sea, mejor. Share on X

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