El poeta, Salvador Espriu, avisaba en “Primera història d’Ester” que la mayoría de nosotros sólo podemos aspirar a trocitos de verdad, y eso nos invita a ser humildes.
Hace unos días, dos conocedores reconocidos de las relaciones internacionales, Eugeni Bregolat, anterior Embajador de España en Moscú, y Josep Piqué, exministro de Asuntos Exteriores español, coincidieron en un programa televisivo dedicado a la guerra de Ucrania, en el que defendieron visiones diferentes, a veces incluso opuestas, del conflicto.
El Embajador Bregolat sin dejar de condenar la invasión rusa de Ucrania, la justificó por el comportamiento inadecuado de Occidente, especialmente de Estados Unidos con Rusia, tras la caída del Muro de Berlín (1989) y de la implosión de la URSS (1991). En lugar de asignar a aquellos eventos la categoría de cambio de época, y de proceder a una nueva apreciación del orden mundial, invitando a Rusia a una gran conferencia internacional, Occidente se aprovechó de la debilidad de Rusia avanzando el territorio de la OTAN hacia el este. Esto amenazaba la seguridad de Rusia, después de que ella hubiera eliminado el Pacto de Varsovia, el contrapeso soviético de la OTAN durante la Guerra Fría (1945-1989), y se le hubiera prometido que la OTAN no avanzaría hacia el este de una Alemania reunificada.
Josep Piqué criticó sin paliativos la invasión de Ucrania por parte de la Rusia de Putin, insistiendo en que “no era momento de hacer autocrítica” sobre posibles errores diplomáticos cometidos por Occidente después de 1989. A su juicio, las pretendidas razones rusas son espurias, incluida la supuesta ampliación agresiva de la OTAN. Lo que hizo esta organización fue abrirse a nuevos países de la antigua órbita rusa respondiendo a su petición soberana, porque deseaban algo tan elemental como la libertad.
Según Bregolat, es necesario reconocer que fue una verdadera temeridad llevar las fronteras de la OTAN tan cerca de Rusia. En 1968, Mijail Gorbachov no envió tanques a Polonia, cuando allí hubieron unas elecciones ganadas por Solidaridad que condujeron directamente a la caída del Muro de Berlín y a la liquidación del orden mundial de Yalta. Gorbachov tampoco se opuso al desmembramiento de la URSS, con lo que Rusia perdió conquistas adquiridas desde Pedro el Grande. Occidente entiende las reivindicaciones actuales de Rusia sobre Ucrania como revisionismo del orden surgido en Europa a partir de diciembre de 1991. Rusia considera, por el contrario, que es necesario retroceder al orden vigente en junio de 1989, es decir, al orden creado en Yalta. El enorme cambio geopolítico producido entre 1989 y 1991 no dio lugar a un acuerdo consensuado sobre el orden internacional resultante, a diferencia de lo que se hizo en el Congreso de Viena tras la derrota de Napoleón, en la Conferencia de Versalles a finales de la Primera Guerra Mundial o en la serie de conferencias entre los ganadores que culminaron en Yalta y Potsdam, después de la Segunda Guerra Mundial.
El derrumbe del imperio soviético en Europa Oriental y la implosión de la URSS suponían una alteración de la realidad de calado no inferior al de las dos guerras mundiales.
Un acuerdo sobre la adaptación del orden internacional a la nueva realidad habría tenido que incluir la formalización de los límites de la expansión de la OTAN y el estatuto de Crimea, entre otras cosas. Al no producirse, el proceso de cambio del mapa político europeo 1989-1991 se cerró en falso. Los hechos que ocurrieron a partir de entonces originaron que Rusia se sintiera humillada y ofendida. Gorbachov lo regaló todo gratis. El secretario de Estado americano, James Baker, le prometió que si la Alemania reunificada entraba en la OTAN, ésta «no avanzaría ni un centímetro en dirección Este».
Con una ingenuidad infantil, Gorbachov no pidió un documento formal
Con una ingenuidad infantil, Gorbachov no pidió un documento formal. En 1999 se produjo la primera ampliación, que incluía Polonia, Hungría y la República Checa. Otros siguieron, afectando no sólo a exmiembros del Pacto de Varsovia, sino incluso a las tres repúblicas soviéticas del Báltico. En la cumbre de la OTAN de Bucarest de 2008 (Bush hijo, presidente de Estados Unidos, menos competente que el padre), se abrió la puerta a Ucrania y Georgia, lo que irritó a Rusia, que consideró vulneradas sus líneas rojas. Moscú respondió con el uso de la fuerza contra ambas, anexionándose Crimea y promoviendo la creación de diversas repúblicas prorrusas tanto en Ucrania (Donetsk y Lugansk) como en Georgia (Abjacia y Osetia del Sur), reconocidas por Rusia en 2008 y en 2022, respectivamente. Occidente impuso sanciones económicas a Rusia.
Vladimir Putin ha calificado la desintegración de la URSS como «el peor desastre estratégico del siglo XX». En 2021, Putin publicó el texto “Sobre la unidad histórica de rusos y ucranianos“. El título lo dice todo. Putin considera la Rus de Kiev como la cuna de la nación rusa. Putin piensa que ahora Occidente quiere crear una Ucrania antirusa.
Según Bregolat, Estados Unidos y Occidente deberían haber entendido dos cosas: 1) que Rusia no aceptaría Ucrania en la OTAN; 2) que Rusia tenía fuerza para impedirlo.
Rusia conserva el orgullo de gran potencia. Los principales estrategas estadounidenses (Georges Kennan, Bill Burns, Henri Kissinger, Zbigniev Brzezinski) consideraron una aberración intentar llevar la OTAN a las fronteras de Rusia. Rusia considera la neutralización de Ucrania de interés vital. La respuesta realista es la “finlandización” o neutralización de Ucrania. Bush padre lo sabía, Margaret Thatcher también. La UE puede salir perdedora del conflicto con la necesidad de una protección americana aún mayor y la reducción inevitable de su pretendida “autonomía estratégica”, especialmente energética.
Josep Piqué considera, por su parte, que la enorme crueldad de las tropas rusas en Ucrania, la clara violación de la legalidad internacional y de los acuerdos bilaterales (como el tratado de Budapest de 1994 por el que Ucrania cedía su arsenal nuclear a Rusia a cambio de la garantía de su integridad territorial) y las mentiras y falsedades continuas propagadas por Putin para, primero, negar su intención de invadir y, después, para justificar la invasión con argumentos delirantes (como el carácter nazi del Gobierno democrático y legítimo de Zelenski) llevan a la conclusión obvia de que lo único que hoy se puede negociar con Putin es un alto el fuego inmediato y un calendario de retirada de los territorios ucranianos.
Rusia debe volver a aceptar las reglas del juego
Además, junto al tratado de Budapest de 1994 cabe recordar que en plena Guerra Fría (1975) se puso en marcha la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa (luego transformada en OSCE) que llevó al Acta Final de Helsinki. Entre sus principios figuran el respeto a la integridad territorial y la igualdad soberana de los estados, un equilibrio en términos de seguridad, un compromiso de defensa de los derechos humanos, así como el compromiso de defensa de los derechos humanos y la cooperación entre estados y el respeto al derecho internacional. La OSCE sigue vigente y Rusia forma parte, pero la invasión de Ucrania le ha dejado prácticamente herida de muerte. Su objetivo fundamental es la garantía de seguridad y la paz en el continente europeo. El espíritu de Helsinki impulsó la implementación de tratos limitativos y de reducción de armas nucleares. Rusia debe volver a aceptar las reglas del juego.
Contra los argumentos habituales cabe decir que Occidente intentó incorporar a Rusia tras el derrumbe de la URSS y su derrota inapelable en la Guerra Fría. Primero, apoyando las medidas orientadas a la transformación de Rusia en una economía de libre mercado. Segundo, impulsando iniciativas como el Consejo OTAN-Rusia para el intercambio periódico de información sobre asuntos de seguridad que funcionó positivamente hasta 2008.
La voluntad de Occidente era incorporar a Rusia en el mundo postsoviético, mediante reglas de juego comunes y en base a la confianza y la transparencia mutua. El G-7 se convirtió en G-8 con la entrada de Rusia (1998). La responsabilidad del fracaso no es de Occidente, sino de unos dirigentes rusos que propiciaron la construcción de oligarquías procedentes de las privatizaciones opacas en la época de Boris Yeltsin, y posteriormente por la concentración del poder de Putin y de su círculo inmediato en un creciente proceso de autoritarismo que ha cristalizado en una autocracia con vocación inequívocamente totalitaria, dentro de la peor de las tradiciones rusas.
En cualquier caso, conviene preguntarse porqué aquellos países que han estado bajo la órbita rusa han aprovechado la oportunidad para escabullirse y protegerse ante sus renovadas ansias imperialistas. Y la respuesta es la libertad.
Los revanchismos han dado lugar a devastadores conflictos militares. Putin está saliendo derrotado, por mucho que consiga algún éxito sobre el terreno. Josep Piqué concluye que es necesario ir preparando un escenario post Putin. Será entonces el momento de la generosidad si Rusia decide volver a formar parte de un orden internacional basado en las reglas y principios que, en su día, inspiraron la creación de la OSCE. Éste es el marco de convivencia que funcionó satisfactoriamente hasta el 2008 con la intervención de Putin contra Georgia, seguida de la anexión ilegal de Crimea y la ocupación de una parte del Donbás.
Timothy Garton Ash, reconocido analista británico, diría que los argumentos del Embajador Bregolat siguen el modelo Yalta, mientras que los del exministro Josep Piqué siguen el modelo Helsinki.
El modelo Helsinki es una Europa de estados democráticos independientes, soberanos e iguales, que respetan el estado de derecho y se comprometen a resolver todas las disputas por medios pacíficos. Es un modelo que empezó a desarrollarse en el acuerdo del Acta Final de Helsinki de 1975, se articuló en la Carta de París para una nueva Europa en 1990 y actualmente está institucionalizado en la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE). Su objetivo se resume con estas palabras del diplomático norteamericano Harvey Sicherman, que se encuentran en un discurso que escribió para el presidente George H.W. Bush (Bush padre): «Europa entera y libre… y en paz».
El modelo alternativo es Yalta. La cumbre de febrero de 1945 entre Stalin, Roosevelt y Churchill en Crimea (ironía de la historia) se ha convertido en sinónimo de grandes potencias que se reparten Europa en esferas de influencia occidentales y orientales.
Garthon Ash piensa que se debe defender de forma decidida el modelo Helsinki
Garthon Ash piensa que se debe defender de forma decidida el modelo Helsinki. Un componente esencial de su visión es que a largo plazo está abierta a una Rusia genuinamente democrática posterior a Putin. Europa necesita una estrategia anti-Putin que sea Pro-Rusia. Y debe conseguir que Rusia emprenda, después de siglos de autocracia y totalitarismo, el camino democrático que facilite un entendimiento fructífero entre la UE y una nueva Rusia.
La agresividad de Putin es una continuación del imperialismo ruso militarista, autocrático y represivo del siglo XIX, con una lógica expansionista que se remonta a los tiempos de Ivan el Terrible. Putin no se da cuenta de que éste es un método agotado desde 1945. A través de la UE, Europa se ha reconciliado con la civilización que se fundamenta en la religión judeocristiana, la filosofía griega y el derecho romano, como decía Paul Valéry. Putin representa una Rusia vieja y triste, todo lo contrario de una Ucrania que cree en el futuro, quiere ser miembro de la UE y construir una sociedad libre y democrática. Ucrania mira hacia delante y la Rusia de Putin hacia atrás. El nacionalismo de Putin es retrospectivo. Con Putin la nación rusa se está agrietando, con una población desencantada, avergonzada y temerosa. Antes de la invasión, un veinte por ciento de sus habitantes y la mitad de los jóvenes deseaban abandonar el país, hoy seguramente son más.
Timothy Garton Ash, reconocido analista británico, diría que los argumentos del Embajador Bregolat siguen el modelo Yalta, mientras que los del exministro Piqué siguen el modelo Helsinki Share on X