Al menos en España, la Institución eclesial, que no la Iglesia, que es una y santa, está incurriendo en un proceso de anomia, en el sentido de que los fines que predica y propone no son parejos a las actuaciones de sus miembros: presenta unos fines, pero los caminos que establece públicamente en la práctica no van en buena parte por ahí.
Nuestra Iglesia sufre, y con ella todos los que la vivimos con sentido de pertenencia, y este sufrimiento está además vinculado a otro. Se trata de la incomprensión que las observaciones como las precedentes encuentran entre muchos de los responsables de nuestras institución, que lo anotan como una crítica, en lugar de acogerlo como lo que es: una llamada a reflexionar sobre los grandes errores, dialogar fraternamente, acoger, escuchar, dar respuesta, en lugar de actuar ignorando las voces que se producen en este sentido. ¿Cómo puede existir un camino sinodal real si no se produce toda aquella escucha y diálogo sobre lo que nos esta dañando? ¿Será este camino una manifestación mas de la anomia que nos ha invadido?
La Iglesia sufre de los dos grandes errores que ha cometido la institución eclesial. Uno, durante la pandemia, limitar, cuando no cerrar, prácticamente las parroquias al culto y restringir en una medida radical los sacramentos. Incluso se excedió en el seguimiento de los mandatos del gobierno, y ahora hemos visto que una gran parte de aquellas restricciones fueron contrarias a la Constitución. Se glorificó la misa por plasma y muchos se han quedado pegados ahí. El resultado está a la vista: ha caído en un 20% la asistencia dominical, los matrimonios no superan de mucho el 15%, y no digamos cómo se han reducido la comuniones y sobre todo las confirmaciones. Veníamos de un declive, pero el salto al menos entre 2019 y 2021 es terrible. Pero no se habla sobre ello, no se asume.
La historia explica que los primeros cristianos recibieron un fuerte impulso en su expansión en el Imperio Romano, porque ante las dos grandes epidemias que lo diezmaron, una la llamada Plaga Antonina en la segunda mitad del siglo II d.C. causó la muerte de cinco millones de personas y terminó con el diez por ciento de la población romana. La otra, sesenta años después, la llamada plaga Cipriani, porque este Santo la documentó de una manera notable. En todas ellas, los cristianos no huyeron, sino que cuidaron a los enfermos y rezaron juntos El Imperio nunca se recuperó del todo de estos golpes, pero el cristianismo a causa de su ejemplo se expandió, no desapareció, como hicieron los sacerdotes de los cultos paganos.
Ahora, la gran reflexión es cómo actuar.
El otro error se refiere al abordaje de la cuestiones de la pederastia. Nuestro editorial de esta semana hace un diagnóstico con datos recientes, que abunda en lo establecido, y por nadie rebatido, Informe a la mayoría de e-Cristians. La cuestión de justicia, de doble justicia, hacia las personas vinculadas a la Iglesia católica, ahora vinculadas formalmente al delito de pederastia, señalados con el dedo como sospechosos habituales, y justicia también hacia la propia sociedad, porque no puede ser que se continúe ocultado un delito masivo, tanto, que en el 2020, y fue una año de baja por la pandemia, se impusieron casi 6000 denuncias por abusos a menores. Ese es el problema grande e importante ante el que la sociedad y la Iglesia deben reaccionar, y un efecto colateral y menor son los casos que ocupan a la Iglesia.
Por eso vamos mal cuando el abogado responsable del encargo de la CEE cuando efectúa la indagación afirme “que no se vale decir que los otros también lo han hecho”. Claro que no, lo que se ha de decir es que unos pocos en la Iglesia cayeron contaminados por el pecado que abunda en nuestra sociedad. Lo repito casi 6000 denuncias en un año, cerca del doble en dos. Esa es la dimensión del pecado. Y tampoco me llena de alegría su afirmación de que empezarán desde el año 1940 ¡hace más de ochenta años! ¿Por qué, para satisfacer a El País? ¿En qué ayuda eso a desmontar esta estructura de pecado? ¿A sacar a los católicos de foco, a denunciar la hipocresía política de la ocultación de este delito masivo? La institución eclesial no puede caminar al paso que les marque determinados medios de comunicación, sino que ha de servir a la verdad y a Jesucristo, y ambas cosas pasan necesariamente por mostrar la realidad entera en todas su dimensión y denunciar la injusticia.
2 Comentarios. Dejar nuevo
Me ha parecido un artículo muy oportuno, bien fundamentado, lleno de verdad y necesario. ¡Gracias! Lo reenviaré a otras personas.
Muy cierto, y no sólo respecto a España. Una interpretación errónea (y muchas veces malintencionada) de las problemáticas circunstancias expuestas amenaza a llevarnos, por la llamada «vía sinodal», a extravíos aún mayores. Éstos están muy cerca de adquirir reconocimiento institucional y de extender e intensificar un proceso de ruina ya evidente. La coincidencia de toda una serie de males políticos y sociales con una crisis eclesial paralela agrava mucho la situación. Especialmente preocupante es la tendencia del sinodalismo a aflojar los vínculos en el seno de la institución eclesial, su tendencia «regionalizante» o «nacionalizante», en clara contradicción con la universalidad y la unidad de la Iglesia. Esta dispersión amenaza con llevar a una desintegración doctrinal y jerárquica que supondría la disolución de la Iglesia Católica tal como es desde sus inicios.