Con la guerra de Ucrania se ha hablado mucho de la ejemplaridad con la que han reaccionado los países europeos y la propia Unión Europea para ayudar a los refugiados ucranianos y entregar armas a sus fuerzas armadas para combatir la invasión rusa.
Sin embargo, hoy por hoy la respuesta a la crisis ucraniana no tiene nada de excepcional. Ha quedado patente una vez las carencias de la Unión Europea ya que es incapaz de actuar unida en la arena internacional, y no digamos ya como una gran potencia.
Esto se debe principalmente a dos motivos:
El primero, la UE no deja de ser una organización internacional dependiente de los Estados Miembros. Por tanto, cualquier desacuerdo entre éstos (especialmente entre los más poderosos), implica invariablemente su bloqueo. Lo hemos vuelto a ver con la guerra de Ucrania y la reticencia de Alemania de cortar todos los puentes con Moscú, pero también con la de otros países como Italia o Hungría, y en menor medida Francia.
El segundo motivo es que la UE funciona por lo que fue concebida en su momento: gestionar el mercado único. Regula, pero no toma decisiones capaces de alterar el curso de los eventos. La crisis de la Covid lo puso una vez más de manifiesto: la UE fue útil para tratar determinados aspectos prácticos (negociación con las farmacéuticas, establecimiento de un pase para viajar de un país a otro), pero ninguna decisión de Bruselas modificó el curso de la pandemia en Europa.
Estos dos condicionantes hacen que para la UE convertirse en un verdadero actor «geopolítico» (recordemos que sus actuales dirigentes proclamaron liderar una «Comisión [Europea] geo-política») sea un auténtico quebradero de cabeza.
El caso del mundo digital ilustra particularmente bien las carencias de la UE y el vacío que separa sus ambiciones de las posibilidades reales.
En un principio, garantizar la autonomía europea en el ámbito digital debería ser uno de los puntos fuertes de la UE, ya que hace referencia a sus intereses económicos más centrales en un contexto en el que la economía depende cada vez más de la digitalización, de Internet y de la conectividad en general.
Sin embargo, la guerra de Ucrania está poniendo de manifiesto que la UE no está preparada no ya para promover la digitalización, sino incluso para garantizar la ciberseguridad de sus empresas.
En las últimas semanas, Rusia ha dejado fuera de servicio a comunicaciones por satélite (KaSat), parques eólicos (en Alemania y Dinamarca), infraestructuras bancarias (el regulador bancario europeo) y medios de información (cadena C8 de Canal+) europeos.
Ante estas amenazas, ¿qué hace la Unión Europea? Una cosa es segura: habla mucho
Ante estas amenazas, ¿qué hace la Unión Europea? Una cosa es segura: habla mucho: «Comisión geopolítica», «Brújula estratégica», y también el concepto clave del presidente francés Emmanuel Macron: «soberanía europea», que en realidad es el viejo sueño gaullista de una Europa autónoma con una preponderancia política de París
Pero más allá de las declaraciones de intenciones, la realidad es que Europa pierde posiciones de forma inexorable. En 2005, 34 de las 100 mayores empresas del mundo eran europeas. En 2021, tan sólo quedan 13, y prácticamente ninguna en el sector tecnológico.
Entre los proveedores de servicios (Alphabet, Amazon), fabricantes de aparatos (Apple, Samsung), constructores de infraestructuras (datecenter, cables submarinos, etc.) y productores de componentes clave (como los microprocesadores), no hay ningún líder europeo.
El funcionamiento ultra-regulado del mercado único europeo no ayuda en absoluto a que aparezcan campeones nacionales o continentales en estos nuevos ámbitos.
El hecho de que la Comisión Europea impidiera en el 2019 la fusión entre Siemens y Alstom para generar un gigante europeo del ferrocarril clama en el cielo y contrasta con la receta de éxito de Airbus. Hoy el fabricante de aviones con sede en Toulouse es capaz de disputar la primera plaza mundial a Boeing precisamente por ser el campeón europeo indiscutible de su sector.
Pero no es sólo en el ámbito de las macroempresas que la Comisión Europea resulta contraproductiva para la competitividad. En el otro extremo del ciclo de los mercados, las start-ups europeas sufren también serios problemas.
La prueba más evidente es que, en 2020, Europa registró algo menos de 200.000 nuevas patentes. El mismo año, Japón registró casi 300.000, Estados Unidos 600.000 y China un millón y medio.
Las nuevas empresas europeas sufren también dificultades para gozar de financiación europea, de escasa cantidad y que implica numerosas obligaciones administrativas. No es de extrañar que tantas acaben en manos de capitales estadounidenses, más abundantes y menos complicados de obtener y gestionar.
Concebidos hace 30 años para mantener la competencia y proteger al consumidor, los principios de la UE no sirven para aspirar a un papel internacional.
En definitiva, los principios sobre los que está basado el funcionamiento de la UE están en parte desfasados. Concebidos hace 30 años para mantener la competencia y proteger al consumidor, no sirven para aspirar a jugar un papel internacional. Ni en la arena geopolítica ni en el liderazgo económico.
El Tratado de Maastricht se firmó en un mundo esencialmente diferente al actual, cuando los países europeos mantenían un fuerte liderazgo económico y la Unión Soviética acababa de derrumbarse
El Tratado de Maastricht se firmó en un mundo esencialmente diferente al actual, cuando los países europeos mantenían un fuerte liderazgo económico y la Unión Soviética acababa de derrumbarse. Reinaba entonces un clima de optimismo y de confianza en el «fin de la historia», entendida como el final de las tensiones geopolíticas y de las grandes rivalidades entre países. Nada que ver con el mundo de 2022.
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