Cabe preguntarse acerca de la verosimilitud de los argumentos aducidos para justificar esta guerra: la lucha contra el terrorismo islámico en general y el castigo por los atentados del 11 de septiembre en particular.
Estos últimos costaron la vida a 3.000 personas. Desde 1979 hasta el día anterior a estos atentados los terroristas islámicos habían matado a 202 personas en todo el mundo occidental (hemos calculado los datos de víctimas del terrorismo a partir del ya citado informe de la Fondation pour lʼInnovation Politique). La mayor parte de los fallecidos lo fueron en estados musulmanes, por los cuales, de ello no cabe duda, las potencias occidentales no se embarcarían en un gran conflicto militar. Recordemos que también la guerra contra el Irak en 2001 fue parte de la «guerra contra el terrorismo», desarrollada igualmente con ferocidad en otros muchos escenarios como Libia, Somalia, etc. Según investigaciones del Watson Institute for International and Public Affairs de la Brown University de Rhode Island en este contexto los EE.UU.llevaron a cabo acciones militares de diverso tipo ¡en 83 países!
¿Es verosímil que la mayor potencia militar del mundo se embarque en todas estas guerras de veinte años de duración a causa de un atentado en el que perdieron la vida 3.000 personas y que la OTAN y otros estados la sigan en esta aventura?
¿Es verosímil que se organice una guerra en la que, en combate, murieron al menos un cuarto de millón de personas, sin contar las muchas más que perecieron por sus consecuencias (falta de atención médica, desnutrición, epidemias, etc.)?
¿Es posible que, por los atentados del 11 de septiembre, por ejemplo, Alemania gaste 12.500 millones de euros en esta contienda y que los EE.UU. sacrifiquen dos billones (con B) de dólares? Ello, sin olvidar que el Afganistán es uno de los muchos escenarios de la «guerra contra el terrorismo».
¿Es creíble que la coalición occidental sacrifique, solo aquí, la vida de 3.600 de sus soldados por los sucesos del 11 de septiembre y por la amenaza de un terrorismo islamista que, en todo Occidente ha matado en décadas a no más de 5.000 personas?
En proporción al número de habitantes y al tiempo transcurrido, el terrorismo de ETA, que solamente en España asesinó a más de 850 personas en 52 años, fue muchísimo más sangriento que el islámico en Europa y América, donde la cifra de sus víctimas no pasa de las 5.000 en total.
El concepto mismo de «guerra contra el terrorismo» es harto problemático.
El terrorismo es una actividad delictiva. Al declararle la guerra, o bien se reconoce al terrorista el estatus de combatiente y se le otorga una dignidad militar que no merece (y que obliga a tratarlo según las convenciones de guerra); o se lleva a cabo una acción contra el derecho internacional y contra el derecho que todo delincuente, incluso el terrorista, tiene a ser juzgado.
La idea de guerra contra el terrorismo no es un descubrimiento de los políticos estadounidenses de las últimas décadas. La hallamos ya, por ejemplo, en el combate de los nazis contra los partisanos y los movimientos de resistencia en los territorios ocupados durante la Segunda Guerra Mundial, lo mismo que en las medidas represivas tomadas en regímenes comunistas. Más claramente se define en la Guerra de Argelia y otros conflictos coloniales. En el plano teórico y en la contundencia con que es llevada a cabo, alcanza un zenit en la lucha antisubversiva de la junta militar argentina entre 1976 y 1983.
Se responde al terrorismo con terrorismo
En todos estos casos se recurre a toda clase de ilegalidad y de indiscriminada crueldad contra cualquiera que parezca sospechoso, sea o no culpable. Y por supuesto, se acude al secuestro y a la tortura de modo sistemático. Se responde al terrorismo con terrorismo.
Pues bien, la guerra antiterrorista de los presidentes estadounidenses (llámense Bush, Clinton, Obama, Trump o Biden) recurre a los mismos medios. La existencia de numerosos centros de secuestro y tortura como el de Guantánamo, así como el uso de drones con los que se ataca a terroristas y supuestos terroristas causando frecuentemente la muerte de civiles inocentes que se encuentran en el entorno, lo prueba sin dejar lugar a dudas.
Los estados miembros de la OTAN y la Unión Europea actúan a menudo como encubridores y cómplices. Los expresidentes de Polonia Aleksander Kwasniewski y de Rumania Ion Iliescu reconocieron la existencia de prisiones ilegales de la CIA en sus respectivos países, de lo que informa Der Spiegel (p. ej. https://www.spiegel.de/politik/ausland/cia-foltergefaengnisse-in-rumaenien-ion-iliescu-gibt-existenz-zu-a-1028917.html y https://www.spiegel.de/politik/ausland/cia-gefaengnis-in-polen-ex-praesident-kwasniewski-gab-zustimmung-a-1007666.html). Por casi toda Europa han transitado aviones o barcos que llevaban a secuestrados hacia los EE.UU. u otros destinos.
¿Cómo es posible que estados europeos que, en teoría, se basan en el derecho, el respeto a la humanidad, el rechazo de toda violación de la dignidad humana, etc., etc. sean cómplices de tales actividades? ¿Cómo es posible que cultiven intensísimamente la amistad de una potencia que emplea tales métodos? ¿Con qué autoridad pueden luego pontificar contra otros gobiernos despóticos que hacen lo mismo e incluso decretar contra ellos sanciones por hechos idénticos a los que se tolera y encubre, cuando los comete el más estrecho aliado?
No se trata aquí, de ningún modo, de hacer propaganda antioccidental de ningún tipo, ni de justificar a los enemigos de Occidente. De lo que se trata es de moral, de justicia, de honestidad, de coherencia y, para los cristianos, de fidelidad al magisterio de Cristo.
Continuará en un próximo artículo
El Islam y la urgencia de la paz (IX)
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