Sacar a la Iglesia fuera del foco de la pederastia

Situemos el contexto para constatar el grave error cometido: la vinculación de los hombres de Iglesia al delito, real o presunto, de pederastia, se inició en 1992 en el área anglosajona. ¡Hace 30 años! Y desde entonces la acusación no ha cejado, reduciendo el delito a una ecuación con un solo sujeto, uno solo: la Iglesia Católica, pasando por alto que se trataba de una ínfima minoría de casos. El 0,2% de los cometidos en la última década (hasta 2019) en España; 0,4% para cálculos sobre datos internacionales. Esto significa que la práctica totalidad de estos delitos se siguen cometiendo sin que su origen y causas despierten ningún interés. En otras palabras: la Iglesia actúa a la vez como chivo expiatorio, y como factor de distracción y ocultamiento del daño de los abusos infantiles, tan extendido en nuestra sociedad.

Como manifestaba e-Cristians en su declaración (y a partir de los datos de la Fundación ANAR sobre el periodo 2009-2019), por cada delito cometido por alguien vinculado a la Iglesia, se han cometido 18 por maestros y profesores, 26 por internautas, 40 por su pareja o expareja, y 72 por un amigo o compañero. De hecho, ya en 1994 el doctor Félix López, en un estudio encargado por el Ministerio de Asuntos Sociales, señaló que los abusos a menores cometidos por maestros y profesores afectaban al 23% de las niñas y al 10% de los niños. Ahora mismo la Generalitat Valenciana y el Gobierno Balear, tienen en los juzgados denuncias de presuntos abusos reiterados en menores tuteladas por sus propias instituciones. Pero todo eso no parece importar, a pesar  de su dimensión abrumadora.

No solo eso, la Iglesia desde hace años ha venido reformando sus procedimientos para evitar el encubrimiento, y abordar y reparar la situación de las víctimas. Es la única institución que ha actuado en este sentido, y a pesar de ello el foco sigue situado solo sobre ella.

Es evidente que se trata de una campaña que aúna intereses distintos, y tiene como resultado la degradación de propia Iglesia. Es evidente que los propios estados prefieren mirar hacia ella que depurar sus mayores responsabilidades. En definitiva, es evidente que el Mal es señor del mundo.

Pero lo que ya no es evidente es el papel que las propias instituciones eclesiales están jugando. Por una parte, aquellos siempre propicios a tirar piedras a su propio tejado, sin reparar sobre si se trata de hechos o de su demagogia. Pero sobre todo lo que sorprende es la actitud de las propias instituciones eclesiales, que con su forma de actuar facilitan y estimulan la campaña porque siguen el guion marcado: pederastia-Iglesia, sin haber planteado, la necesidad de una indagación completa en cada país y en un espacio de tiempo solvente para poder conocer los casos con garantías verificables.

Ahora mismo, después de la campaña de más de dos años de El país, de una indignidad notable porque se basa en buena medida en denuncias anónimas, después de que el gobierno Sánchez y  su exministra Fiscal General del Estado, Dolores Delgado, hayan asumido aquella iniciativa del intelectual orgánico de la Gran Alianza, la institución eclesial crea su propia Comisión independiente para investigar sus casos. Solo sus casos, un propósito loable, pero que planteado en estos términos va a tener como resultado que continúe situado el foco solo en la Iglesia ¿Qué clase de solución es esta? ¿Beneficia a la búsqueda de la verdad? No, porque la inmensa mayoría de casos quedarán ocultos porque se mantienen fuera de foco. El problema principal no es la pederastia en la Iglesia, sino la pederastia sean quienes sean sus autores. ¿Tan difícil es de entender? ¿Aceptaríamos estudiar los robos con violencia, pero solo los cometidos por gitanos? Claro que no, sería racismo puro y duro. Pues con la pederastia lo mismo.

¿Tan difícil resulta abordar la realidad completa, única forma de aproximarse a la verdad, y conseguir un diagnóstico completo de un mal que corroerá esta sociedad desvinculada?