Ha llegado el momento de plantar cara a La Bestia. Nuestra libertad está amenazada en nombre de la libertad de una quimera, con la carambola con que a la propia quimera le harán perder la pretendida libertad que acaricia porque la considera suya, pues en realidad no es tal: libertad que es dictadura. Debemos defendernos. Debemos defender nuestra libertad ontológica que poseemos como seres humanos. Estamos en el punto de caramelo: el de deber decidir en el último momento si nos dejamos despeñar por el abismo de la crápula o si exigimos lo que nos pertenece. Libertad de pensamiento, libertad de conciencia, libertad de religión. Son distintos aspectos en que se concretiza la Libertad con mayúscula. Es un deber que los políticos, del color que sean, nos deben asegurar. Y si no, son unos asesinos (y nosotros mismos los tenemos a sueldo).
No es tal libertad esa que nos imponen. Puesto que si la tal llamada libertad debe imponerse, es que está en ruptura, para unos y para otros, sus defensores y sus detractores. Y si está en ruptura es que nos va la vida. Porque ¿qué es lo que defienden? ¡Hacer lo que les sale y se les antoja, pero a nosotros eliminarnos! ¿Es eso libertad? A eso antes (no hace tanto) se le llamaba libertinaje… pero es ya del calibre de un asesinato (hasta suicidio) colectivo: un genocidio de postín.
La libertad está por encima de credos, porque la llevamos inscrita en nuestro ser más profundo. Por eso lloramos al nacer: porque necesitamos sentirnos vivos en una casa que nos es extraña. El neonato encuentra a faltar la comodidad de tenerlo todo pagado. Ahora debe luchar por ser quien es: ha de respirar, comer, luchar. Es libre, y la libertad se hace sentir con el propio acto de tragar el aire: o tragas, ¡o ahí te quedas! ¿Hay alguien que tiene la indecencia de taparle la boca? ¡Pues nos la están tapando!
La crápula lleva indefectiblemente y por sí misma a la perversión de la libertad. Y cuando la libertad deja de serlo porque se corrompe, el ser más íntimo se re-siente (ahí está el sentir del ser del que hablamos). Se quejaba una defensora de la liberación sexual y antigua activista del ’68 que ella “quería sexo libre, pero en la actualidad esto es una casa de putas”. Lo afirmó hará unos veinte años. ¡Qué diría ahora! Cayó por el abismo la pobre…
Afirma el tuitero José María Olaizola: “Un día comprendes que has estado almacenando cadenas. Y al dejarlas ir, reconoces dónde estaba la verdadera libertad. Y bailas. Y vuelas”. ¡Ahora toca volar! Para volar, las cadenas son ataduras que hay que romper. El problema no queda ahí, sino que la perversión ha llegado tan lejos que ya hasta llaman libertad a obligar a permanecer encadenados. Es la perversión del lenguaje, hijo de La Gran Ramera, llamada Perversión. Y tras la crápula, vendrá la imposición del Anticristo: el Salvador Rey del Averno.
Es hora de valientes. Mujeres y hombres despiertos que no se dejan dar gato por liebre, que saben que lo que piden no es pintarse del arco iris, sino respirar. Es hora de alzar la voz y gritar fuerte a los cuatro vientos que el aire es de todos, y no solo del arco iris. ¡Al cuerno con el suicidio colectivo! Está en juego algo más que el fin de la tormenta que anuncia el arco iris; está al caer el despotismo deslustrado, ese que está en contra de la ilustración solo cuando el lustre es del vecino, ¡pero todos quieren lustre! Y si no, ¿a qué tanto arreglarse, maquillarse y perfumarse para salir a echar la basura como si fueran a la boda de su hija? Es la síntesis de una tira de cómic del diario del otro día… pero la comicidad está ahora en manos de las cloacas del estado de derecho. Ahora que ya te va la vida, ¿te negarás aún a desatascarlas?
No es tal libertad esa que nos imponen. Puesto que si la tal llamada libertad debe imponerse, es que está en ruptura, para unos y para otros, sus defensores y sus detractores Share on X