El Papa Francisco habla a menudo de la crisis antropológica que sufrimos, como indicativa de lo mal entendida que tienen grandes sectores de la sociedad contemporánea la concepción de persona humana. Él desearía como todos (¿todos?) que la pandemia del coronavirus que nos está retando tan a lo vivo terminara para bien de todos y sirviera al ser humano para tomar conciencia de lo que nos une frente a lo que nos divide. Pero –por encima de cualquier cosa y coyuntura- con una justicia auténtica, como consecuencia de acatar la voluntad de Dios, que quiere que cada hombre y cada mujer sean felices viviendo el amor que solo puede existir si se reconoce y estima el Amor con mayúscula que solo se puede vivir viviendo en la Verdad.
He puesto entre paréntesis y entre signos de interrogación la palabra “todos”. No puede ser para menos, puesto que cada día observamos y hasta sufrimos en la propia piel que no todos deseamos salir todos airosos. Los hay que pretenden imponer su pretendida superioridad (salud, estudios, inteligencia, dinero, poder, picardía…) a costa de lo que sea y de quien sea. Como saben que están equivocados en su pretensión supremacista, lo que hacen es tratar de imponerse con política y diplomacia por medio de un puñado de subalternos pícaros que son los que aparecen públicamente como líderes, y dentro de poco serán los únicos que tendrán trabajo. Aquellos capitostes desquiciados hacen soberanamente lo que quieren, moviendo desde la recámara los hilos de un sainete que alimenta. Y el alimento es –en este punto como en tantos otros- la soberbia, primer pecado capital según la doctrina de la Iglesia, inspirada en el Jesús de la Biblia.
Debemos asumir que formamos un ente integral en el que todos somos hermanos, miembros vivos y cimeros de un entorno vivo vivificado por el mismo Creador, en Quien “vivimos, nos movemos y existimos” (Hech 17,28), pues cada uno tiene su función y su razón de ser. Dios lo engloba todo. Más aún, Él es el Todo. Si en Él vivimos, será de razón que lo veneremos, y si de Él hemos surgido y nos ha coronado como miembros preeminentes, será obligado que nos cuidemos sin rastro del virus de la autosuficiencia, pues el aliento del Creador puede tumbarnos. Y si somos hermanos, será de cajón que nos amemos. Pues no, cada uno a su bola, imitando a aquellos que decimos que nos dominan, de modo que acabamos haciendo de nuestra existencia una pifia que nadie desearía para él. Pero el caso es que tantos se la tragan y fuerzan a los otros a tragársela, para así sentirse como el que más. ¿No será, pues, que NO-TIENEN-RAZÓN?
La pandemia nos ha despertado (nos está despertando) a muchos que vivíamos desgajados; hemos sido concienciados de “nuestros vínculos con nuestro Creador, con la creación y con las demás criaturas. La buena nueva es que existe un Arca que nos espera para llevarnos a un nuevo mañana. La pandemia del Covid-19 es nuestro ‘momento Noé’, siempre y cuando encontremos el Arca de los lazos que nos unen, de la caridad, de la común pertenencia” (Papa Francisco. Soñemos juntos. Penguin Random House. Barcelona, 2020. Pàg. 15).
Siento una “esperanza impaciente”, para decirlo con palabras del Papa en la misma página, porque es la que estamos escribiendo todos. ¿Quieres también tú subirte al Arca? Si quieres, puedes; basta que te tragues tu soberbia. ¡Despierta, hermano, que vas a la deriva! Con tu pretendida superioridad serás el primero que caiga, pues tú mismo con tu cerrazón te estás cavando la fosa. Tanto más cuanto vas fingiendo buen trato y bondad, pero no pierdes oportunidad –una vez y otra- de pegar la patada por detrás a tu hermano (¿es esa tu idea de la hermandad?). Y no olvides una cosa, la más importante: “serás probado con fuego”, como amenaza la Biblia en varios lugares. ¡Dios quiera que no sea tu fuego eterno!
Debemos asumir que formamos un ente integral en el que todos somos hermanos, miembros vivos y cimeros de un entorno vivo vivificado por el mismo Creador Share on X
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