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Marin Mersenne: el monje que inventó la «comunidad científica»

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En nuestra sociedad competitiva, llama la atención la idea de «comunidad científica», la conciencia de que los descubrimientos y conocimientos «deben circular», de que pertenecen al hombre y es tarea de los hombres de ciencia compartir datos y trabajar juntos.

Esta conciencia no siempre existió. Hace unos siglos, en una sociedad de artesanos organizados en gremios, en que los maestros transmitían sus secretos sólo a fieles aprendices no era común tal conciencia. Hombres como el monje Marin Mersenne la crearon.

Un compañero de colegio de Descartes

No es infrecuente encontrar a personas que se enorgullecen de haber compartido aula con personajes ilustres. Marin Mersenne (1558-1648) podía ufanarse de haber sido compañero de estudios de René Descartes en el colegio de los jesuitas de La Flêche, si bien en este caso la admiración era mutua, como lo atestigua la abundante correspondencia que mantuvieron ambos durante toda la vida.

Mersenne, tras su paso por La Flêche, la Sorbona y el Collage de France, decidió abrazar la vida religiosa, ingresando en la orden de los Mínimos, fundada por San Francisco de Paula.

Se entregó por completo a la observancia de los consejos evangélicos y los compatibilizó con su pasión por la ciencia experimental y exacta.

Vocación de divulgador científico

El P. Mersenne hizo aportaciones muy valiosas a la ciencia al enunciar leyes pendulares y oscilatorias vigentes hasta nuestros días.

También fueron muy importantes sus observaciones sobre la propagación del sonido: el sonido se propaga a la misma velocidad independientemente de la fuente que lo origine o de la dirección en que se propague.

En matemáticas no destacó por sus descubrimientos, sino por la introducción de los hoy llamados “números primos de Mersenne”.

Sus descubrimientos ya le habrían valido para inscribir su nombre en la historia de la ciencia, pero es por otro motivo por el que se le reserva un lugar privilegiado en la memoria científica.

Mersenne, en un docudrama televisivode la BB2, Open University, de 1986

Los historiadores reconocen de manera unánime la importancia que tuvo para el desarrollo de las ciencias la abundante correspondencia que mantuvo el P. Mersenne con sus contemporáneos.

Enemigo del secretismo y de los círculos excluyentes, se empeñó en que toda la comunidad científica compartiera sus logros y resultados para alcanzar así un mayor desarrollo.

Su actitud le valió algunos detractores, pero ha sido de incalculable valor para la ciencia, ya que se inició una tradición de “compartir conocimiento” que todavía hoy perdura en forma de revistas especializadas, congresos, sociedades y academias.

Protagonista de la prehistoria de la Academia de las Ciencias de Francia

El P. Mersenne tenía una celda en el convento situado en pleno París. En ese espacio, forzosamente reducido, empezaron a aglutinarse en torno a él hombres de ciencia de toda Francia, dispuestos a compartir sus conocimientos y poner la ciencia al servicio de la verdad. Entre los que formaron este selecto círculo se encuentran Roberval, Descartes, Gassendi y Pascal.

En un principio, el grupo se llamaba Academia Mersenne, si bien al incorporarse al grupo Dupuy pasó a llamarse Academia Parisiensis. Aquello resultó ser la primera materialización de un gran sueño que compartían todos: la agrupación de los sabios de todas las disciplinas y la mutua colaboración entre ellos.

El pequeño proyecto inicial, incubado en la modesta celda de un fraile mínimo, fue adquiriendo envergadura hasta alcanzar suficiente prestigio como para que Colbert hiciera de ella en 1666 una institución oficial: la Academia de las Ciencias de Francia.

Una semilla que se expande a otros países

Junto al P. Mersenne se reunían los hombres más cultos de Francia y, como no podía ser de otra manera, también fueron incorporándose prestigiosos científicos extranjeros. De entre ellos surgieron los primeros miembros de la Royal Society de Londres, que venía a ser como la Academia francesa aunque sin adoptar ese título.

El P. Mersenne logró su sueño de que los científicos se reunieran y compartieran sus experiencias en una época en la que las comunicaciones eran difíciles. No había aviones que sobrevolaran una Europa sin fronteras, sino carruajes que traqueteaban por una Europa dividida por las guerras.

No había emails sino tinta, papel y un esforzado servicio de correos. No había World Wide Web, sino pesados libros impresos con la nueva técnica de Gutemberg. Aún así se logró el objetivo. ¿Cuánto más estamos obligados nosotros a ello con todos los medios que se nos brindan?

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