Existen tres componentes básicos comunes a las distintas definiciones del capital social. El primero son las redes que forman los vínculos, que no son nada etéreo e intangible, porque podemos observarlos por sus efectos de forma parecida a como sucede con la fuerza de gravedad de la que percibimos sus inexorables efectos. No se trata de establecer similitudes con el mundo físico, sino de hacer más inteligible la importancia de este descuidado y vital factor humano. En definitiva, tratamos de vínculos interpersonales dentro de una determinada comunidad, y también de esta con el resto de la sociedad a través de las personas. En este sentido, la sociedad no constituye un simple agregado circunstancial de individuos por grande que sea, esto es solo una multitud, sino que se caracteriza porque las personas mantienen entre sí un determinado tipo de relación estable que implica alguna clase de compromiso.
La definición de capital social también se refiere a la permanencia del vínculo, cuya duración debe guardar relación con el fin que persiga. El que opera en la familia tiene por la naturaleza de su función una exigencia distinta a la asociación de petanca. Debe existir relación entre el fin de la comunidad y la duración de la vinculación. Los lazos en la familia, escuela, empresa, partido político, asociación, comunidad territorial, son específicos de cada una de ellas, y están relacionados con el fin de cada una. Así, los lazos entre padres e hijos son muy fuertes, pero, salvo por causas excepcionales, está en su propia finalidad que con el paso del tiempo los sujetos se distancien y ganen autonomía para posibilitar la formación de un nuevo hogar. De la misma manera, cada comunidad tiene vínculos apropiados a la perfecta realización de sus fines. Todo se desmorona cuando una civilización, cultura o sociedad es incapaz de conseguir que los vínculos que la vertebran tengan la duración e intensidad adecuadas a sus fines. Y en este equilibrio tiene una importancia decisiva la subjetividad. Si la valoración del vínculo es siempre y en todo momento subjetiva, es decir, si solo vale lo que prefiere cada sujeto condicionado por cada circunstancia, si no se acepta nunca y por definición que pueda existir un criterio exterior al propio individuo, un criterio objetivo, propio de un marco de referencia de razón objetiva, la estabilidad del sistema de redes será muy frágil porque la estructura se desmoronará cuando las fuerzas que deberían mantenerla en equilibrio no posean la intensidad y duración adecuadas al fin que se persigue.
Observemos el caso de la vinculación laboral. Si el fin de esta es el de garantizar unas condiciones de vida dignas a los trabajadores deberá al mismo tiempo presentar unos buenos registros de productividad. Una empresa que sacrifique los trabajadores más formados para rebajar los costes salariales a corto plazo, sustituyéndolos por nuevos empleados menos preparados, afectará negativamente a su productividad a medio plazo, y obtendrá peores resultados en el futuro, que aquellas otras que se esfuerzan en mantener un capital humano preparado y vinculado a la empresa. Es la diferencia entre Alemania y España; la primera, mediante una política pública eficaz, ha minimizado los despidos en las situaciones de dificultad gracias a una mayor flexibilidad laboral interna. En el caso español, la respuesta a la dificultad ha sido el despido puro y duro, hasta la introducción de los ERO. Alemania posee gracias a su sistema, y a pesar de sus salarios más elevados, una productividad y competitividad estables superiores a España. No es la única razón de ello, pero sí es una parte importante de la misma. Y esto, en cada caso en sus términos, se repite en la familia, matrimonio, filiación, escuela y en la vida política. La ruptura matrimonial, o el abandono escolar temprano, son manifestaciones distintas de la misma cuestión: la inadecuada duración del vínculo y de sus condiciones al fin que persigue la relación. El vínculo es decisivo solo cuando posee la fuerza, duración y jerarquía adecuadas a sus fines. Y, al utilizar la palabra jerarquía, introduzco la tercera condición.
No todos los vínculos poseen igual importancia. Adoptar las prioridades correctas es esencial para que la institución que sea cumpla bien su cometido. Un ejemplo bien cotidiano permite ilustrar la cuestión jerárquica del vínculo. El trabajo es muy importante, pero si se supeditan a él los vínculos como esposo o esposa, como padre o madre, estaré utilizando una jerarquía incorrecta porque debilitaré mi función más importante que es la familiar. De ahí que las buenas políticas públicas son las que facilitan una ordenación correcta de estas prioridades, y de ahí también que nuestra sociedad crezca en desequilibrios al considerar prioritarios solo los vínculos que poseen valor directamente productivo, o aquellos otros que solo son fruto de la pulsión del deseo sexual y de la búsqueda de su satisfacción.
Además del factor intensidad o fuerza, tiempo y jerarquía, otra característica resulta clave. Se trata de si la vinculación generadora de capital social, solo tiene efectos positivos para los miembros vinculados, o si se extienden más allá y se irradian sobre la sociedad. Por esta razón es habitual, al referirnos al capital social, diferenciar entre el tipo bonding, aquel que une y que constituye la condición necesaria, del bridging, el que establece puentes más allá del propio grupo. En definitiva, y en términos económicos, se trata de si un sistema de vínculos produce externalidades positivas, además de beneficiar a sus miembros o, por el contrario, genera costes sociales. La Mafia posee un imponente capital social, pero es negativo dado que sus efectos son perniciosos para la sociedad.
El segundo grupo de conceptos comunes a las distintas definiciones de capital social se refiere a la necesidad de una serie de valores compartidos, de procesos mentales e ideas, de un sentido de pertenencia, que fijen y estabilicen el vínculo. De entre ellos sobresale la confianza. Siguiendo el planteamiento señalado por Uphoff[1], podemos observar dos tipos de capital social necesariamente articulados. Uno atañe a las ideas que poseen capacidad para incidir en la acción humana, lo que él llama capital social cognitivo. Estas ideas necesariamente requieren de una tradición moral para que puedan darse. Por otra parte, está el capital social estructural, que generan las instituciones, sean sociales o públicas, incluidas las normas formales, las leyes. El interés de este enfoque radica en que nos permite ver cómo podemos desarrollar estrategias favorables al capital social -a la vinculación- en dos ejes complementarios. Uno actuando sobre el marco de las ideas morales que hacen posible el capital cognitivo. Esto nos remite al concepto de capital moral, que implica la disponibilidad de una idea adecuada del significado del ser humano realizado en el bien, que solo puede ser adquirido en el marco de un sistema moral concreto. El otro eje radica en propiciar las instituciones y leyes que favorezcan al capital social, confianza, formación de redes, cohesión social y al capital moral.
Finalmente, el tercer grupo de conceptos de las distintas definiciones del capital social nos habla de resultados que son muy amplios: satisface necesidades sociales, mejora las condiciones de vida, aporta recursos actuales o potenciales, y facilita acciones comunes. El capital social construye determinadas condiciones que facilitan el desarrollo, y aportan bienestar y prosperidad a la comunidad. Es una condición necesaria para vivir mejor, más humanamente.
En definitiva, el capital social disponible está en función de que existan (1) vínculos estables entre personas; (2) cuya intensidad, duración y jerarquía guarden relación con los fines que persigue cada tipo de comunidad; (3) una concepción moral de que el bien humano se realiza en la vinculación y se concreta en normas compartidas; (4) la generación de confianza entre sus miembros que fomente la capacidad de cooperación; y (5) la aportación de externalidades positivas al resto de la sociedad.
Por su propia razón de ser, y como analizaré más adelante, la cultura desvinculada destruye este modelo sin capacidad para sustituirlo por otro. Intenta suplirlo mediante leyes y mecanismos coercitivos y de regulación, que no consiguen su fin. La causa es evidente: la obligación, o exige de la coacción permanente o no puede existir sin una tradición cultural que la acoja y la convierta en marco de referencia para los seres humanos. Sin embargo, precisamente por su principio de razón instrumental y subjetividad, la sociedad desvinculada se niega a sí misma esta posibilidad y actúa en sentido contrario al estimular la atomización social. De ahí que el “estado policial con aspectos liberales” sea la consecuencia inherente a la sociedad desvinculada.
[1]Beneficios demostrados del capital social, la Productividad de las organizaciones campesinas de Gal Oya, SRI LANKA Norman Uphoff y C. M. Wijayaratna World Development Nov. 2000, 28:11