Es una evidencia que Barcelona no va bien. La segunda ciudad de España, a distancia de la tercera, una de las tres grandes áreas metropolitanas de la península a escala europea, sufre. Lo hace obviamente por el impacto no superado de la Covid, a causa de su gran dependencia del turismo, aunque esté lejos de ser una urbe monocultivo. Pero también lo pasa mal por la gestión del gobierno municipal encabezado por Ada Colau, que tiene como colaborador necesario al inseparable partido socialista. Su gestión presenta características tan adversas para sus intereses electorales, que la posibilidad de que no vuelva a presentarse tiene más de certidumbre que de lo contrario. No es de extrañar, porque Colau repite mandato, no porque ganase las elecciones -quedó segunda-, sino por la alianza con los socialistas y los votos que le ofreció el político francés, ex primer ministro nada menos, Manuel Valls, que vino de concejal cunero a Barcelona, antes de regresar a su país.
Un indicador de estos malos presagios electorales surge de los datos de la última Encuesta de los Servicios Municipales, que cuenta con 5.999 entrevistas. A la cuestión de si la ciudad se encuentra en condiciones de mejoría, empeoramiento o permanece igual, el resultado señala que el 53,1% de los encuestados responde que peor, una cifra casi igual de quienes responden en los mismos términos referidos a Catalunya (52,3%), que es evidente que no atraviesa su mejor época. Así mismo un 14% considera que permanece igual, lo cual, dado que venimos de la crisis del 2020, no resulta una calificación halagadora. Solo un 28,6% opina que está mejor.
La serie sobre la puntuación de la gestión de la ciudad (de 0 a 10), que alcanza hasta el año 2004, señala un valor de 5,9 para la alcaldesa. Xavier Trias de CiU, el alcalde precedente, fue derrotado con una calificación de 6, y su predecesor el socialista Jordi Hereu, perdió las elecciones con una puntuación de 5,7. La misma Colau fue derrotada con una magnitud de 6,2. En definitiva, la alcaldesa y líder territorial de los Comunes está instalada en un escenario prospectivo más de derrota que de victoria. De ahí que la posibilidad mayor es la de que no se presente, algo que depende de que encuentre un buen acomodo para su persona.
Pero con Colau o sin ella, Barcelona sufre unos problemas estructurales, que se han agravado con la pandemia y la gestión municipal, pero que no van a desaparecer solo porque la principal responsable se marche.
Uno de los más desatendidos, a pesar de su gravedad creciente, es la condición de Barcelona como ciudad envejecida, que sustituye población más joven de rentas medias y altas por otra de bajos ingresos fruto de la inmigración exterior, porque la española, a diferencia del pasado, ya no tiene a Barcelona como un foco de atracción. Atrae porque abundan -relativamente, claro- los trabajos low cost que, ya se sabe, corresponden a un empleo low wage.
El envejecimiento de la población va a más a causa de la baja natalidad, la principal responsable, y el aumento de la población de más edad, la de los mayores de 85 años. El índice de envejecimiento de Barcelona en el 2020 (INE) es de 161,26; es decir, hay aquella cifra de personas mayores de 64 años por cada 100 personas menores de 16. El índice de Madrid es mejor, 143,67. Barcelona ocupa el noveno lugar entre las capitales de provincia de España. La dinámica de Barcelona conduce hacia este último escenario demográfico, del que se deducen tres consecuencias.
La primera, es que abundan cada vez más las personas mayores y dependientes, en especial las que viven solas, sobre todo mujeres, porque los hombres mueren antes. Esta situación exige un mayor coste de los servicios para atender a estas personas.
La segunda consecuencia es que la ciudad necesita un urbanismo y un funcionamiento que se adecúe a aquella población envejecida, que representan ya casi uno de cada cinco habitantes, que tienen unas exigencias y necesidades específicas en términos de movilidad, seguridad en la vía pública y seguridad ciudadana, que va en dirección opuesta a la que conduce la actual gestión municipal de la ciudad. Las supermanzanas que promueve Colau, sin un nuevo sistema de transporte público, y el abuso de patinetes y bicicletas que convierten los espacios peatonales en zonas sin ley, generan condiciones que afectarán muy negativamente a la población de mayor edad.
Finalmente, tercera consecuencia, Barcelona necesita atraer a familias de rentas medias y altas con hijos para evitar el declive sociodemográfico de la ciudad, pero no existe nada semejante en las políticas públicas municipales. Más bien lo contrario. El gobierno municipal ve con malos ojos este tipo de familia “burguesa”, que no responde a sus intereses electorales. No será fácil remediarlo. Incluso ahora, con la crisis Covid formando parte del pasado, casi un 30% de los barceloneses quieren abandonar su ciudad, y no son con certeza los de mayor edad.
Los problemas graves de Barcelona son muchos: vivienda, delincuencia, inseguridad e incivismo, paro y bajos salarios, congestión y contaminación, decaimiento económico, urbanismo, mal estado del espacio público y un vandalismo que lo acrecienta, iluminación y aparcamiento. Pero en todo caso el envejecimiento y sus consecuencias, y la marcha de la población de clase media y alta de Barcelona, es uno de los que necesita una respuesta que hoy por hoy no está ni se la espera.
Publicado en La Vanguardia digital el 1 de noviembre de 2021 (Blog Tras la Virtud de Josep Miró i Ardèvol)
El envejecimiento y sus consecuencias, y la marcha de la población de clase media y alta de Barcelona, es uno de los que necesita una respuesta que hoy por hoy no está ni se la espera Share on X