Publicado en La Vanguardia el 31-5-21
Una característica decisiva de nuestra realidad la resume la palabra griega hibris. Designa la transgresión de los límites que los dioses establecen. También señala una falta de control de los impulsos ocasionados por pasiones exageradas, irracionales, verdaderas patologías, que resume el proverbio de los griegos antiguos. “Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco”. Es lícito dar a la palabra un sentido colectivo, como hace Arnold J. Toynbee en su Estudio de la historia, al emplearla como explicación de la fase de colapso de las distintas civilizaciones.
Hoy nuestra hibris surge de tres patologías dotadas cada una de ellas de potencial crítico. Las tres afectan a sí mismo en una medida parecida a Cataluña.
Una es de origen geográfico, demográfico y económico. Se trata de la frontera con el Magreb, con Marruecos en primer término, pero también con Argelia y su incógnito futuro. La geografía es inevitable, la demografía surge de la diferencia entre un pueblo joven, vital y en expansión y otro que envejece deprisa, y es incapaz de proporcionarse la descendencia que necesita. El económico es fruto de un desarrollo exageradamente desigual. Una renta de 2.932 euros por persona al otro lado del Estrecho por 23.690 euros de España, y un salario mínimo de 209,4 euros y 1.108,3 euros, respectivamente. Eso sí, sus muertos por covid son solo 0,249 por cada mil habitantes por 1,682 de España.
La segunda causa crítica radica en el hecho de que la mitad de los catalanes parece que quieren separarse de España y crear un Estado propio, pero sin saber cómo hacerlo y con la otra mitad en contra.
La tercera es radical y tiene múltiples efectos ramificados: se trata de la natalidad de derribo que padecemos, una de las más bajas del mundo. Nuestro índice de fecundidad es de un mísero 1,24 hijos por mujer (el marroquí es de 2,42 hijos).
Estas grandes amenazas golpean una y otra vez un suelo cada vez más frágil a causa de tres fallas estructurales: 1) Un sistema económico de baja productividad y elevado paro, donde predominan el turismo, las microempresas y muchas deficiencias en los factores que configuran la productividad total; 2) Unos costes sociales y su consecuencia en costes de transacción y de oportunidad en aumento, causados por la anomia de la sociedad desvinculada; 3) La incapacidad para responder a las necesidades básicas de la juventud: igualdad de oportunidades, educación, ocupación, ascensor social, emancipación, vivienda y formación de nuevas familias.
En la raíz de estos fallos subyacen unas grandes incapacidades culturales y morales:
- La destrucción sin sustitución de los acuerdos fundamentales que nos unen y la subsiguiente ausencia de un proyecto en común. La disgregación que este hecho provoca está acentuada por las dinámicas políticas relacionadas con la construcción de identidades basadas en ideologías del antagonismo, antiguas y nuevas. Lo opuesto a la concordia necesaria para el buen gobierno que ya señalaba Aristóteles. Izquierda-derecha, progres contra reaccionarios, mujeres contra hombres. Homosexuales y trans contra heterosexuales. La muerte como derecho contra la prioridad a la vida… Estas polaridades se multiplican y acrecientan gracias a las leyes del deseo y el conflicto, y una concepción legisladora desde lo marginal para imponerlo sobre lo que nos es común.
- La hegemonía cultural de un progresismo adánico, otra consecuencia de la cultura de la desvinculación, que considera que todo nace con ellos, que siempre lo nuevo es mejor, los derechos son fruto del deseo sin responsabilidades, que todo lo que puede desearse debe hacerse, que es hiper liberal en lo sexual y a la vez moralista y constrictivo. Destructivo en sus contradicciones; por ejemplo, criminalizando el piropo, y al mismo tiempo ser incapaz de limitar la prostitución y la pornografía. Este progresismo se ha desligado de la tradición de la izquierda histórica, y nace cada día, con ideas de este calibre: “Hoy es tan importante atender la división de género como la pobreza” (Gloria Steinem, último premio Princesa de Asturias). Es un progresismo woke, versión anglosajona del clásico “vamos a pasar cuentas” a los que no son como nosotros”, expulsándolos, asfixiándolos económicamente, censurándolos, marcándolos con el estigma, como hace Rufián con los católicos, desde la tribuna de oradores del Congreso como portavoz de Esquerra Republicana.
El resultado es el enfrentamiento continuo entre los supremacistas, que los rufianes representan con tanta propiedad, y los agraviados de todo tipo, de los que Vox son una modalidad castiza.
¿Se puede superar esta hibris terminal? Es improbable, más cuando, a pesar de este año largo de sacrificio y penitencia, los cien mil muertos de aquí, y los ocho millones en el mundo, no han servido para que florezcan las respuestas. Pero es un deber intentarlo, aunque solo sea por la deuda que tenemos con nuestros hijos.
2 Comentarios. Dejar nuevo
Interesante algo enrevesado pero pertinente, equidistante y bastante cierto
Una excelente reflexión sobre algunos de los desastres que nos azotan. Convendría que muchos de los que se dejan llevar irreflexivamente por dirigentes demagogos o por modas nefastas, así como los que pasivamente lo aceptan todo, leyeran este artículo y se hicieran unas cuantas preguntas inquietantes pero imprescindibles. Lamentablemente la lista de desdichas podría ser aún más larga y extenderse no sólo a problemas españoles (como el separatismo catalán o las amenazas desde el Magreb), sino también mundiales. Pienso en terribles guerras, en la trágica catástrofe medioambiental, en los grandes poderes fácticos que de modo ilegítimo ejercen un dominio arbitrario y falto de toda ética, etc. También en estos casos el origen se halla en la hibris y en sus inseparables compañeros, el egoísmo, la codicia y una inconmensurable estupidez.