Qué duda cabe que la visita del Papa a Irak es un hecho de magnitud histórica. Lo habría sido en cualquier caso, pero lo es todavía más en las condiciones actuales en las que el conflicto se mantiene vivo y sangriento. Se ha realizado ahora lo que San Pablo II no pudo culminar en sus viajes a la cuna bíblica de nuestra fe, a causa de la oposición de los Estados Unidos que temía una validación del régimen de Sadam Hussein, y también por el temor de que el Papa incentivara la libertad con sus palabras, como había hecho en Polonia. Ahora es distinto. La política exterior americana en la zona es débil e incierta, y el actual presidente de Irak ha visitado en dos ocasiones al Papa, y ha sido un encendido defensor de la visita.
Pero la misión primera del viaje ha sido muy concreta: la protección de los pocos cristianos que quedan, entre 300 mil y medio millón, de más de un millón y medio que había antes del conflicto en uno de los territorios históricos del origen del cristianismo, porque mucho antes que Roma fuera el centro de la cristiandad, nuestra fe estaba extendida por las llanuras de Siria e Irak. La extensión del Islam mediante la guerra de conquista, los fue reduciendo hasta que en este siglo el fanatismo los ha perseguido con afán genocida. En el caso de Irak, el destare empezó con la intervención militar de los Estados Unidos en 2003.
Proteger a la reducida comunidad que persiste y conseguir las condiciones de seguridad necesarias para que se produzca un cierto retorno, es la prioridad del Papa. De ahí la significación de la reunión con el líder espiritual de los xiies, Ali Sistani, cuyas milicias declararon la suspensión de toda acción militar durante la visita papal. Su declaración final, afirmando que los cristianos han de poder vivir en paz, es un hecho importante que puede abrir unas nuevas condiciones para la tranquilidad de los cristianos. Los problemas no desaparecerán como por ensalmo, pero se abre una nueva perspectiva.
Naturalmente esta tarea de normalización de la vida de los cristianos se inscribe también en otra línea en la que la Iglesia ha insistido siempre que ha sido posible: la del dialogo con el Islam, tanto el sunita (hace dos años se reunió con el Gran Imam de la Universidad Al Azhar del Cairo, Ahmed el Tayeb, referente teológico del sunismo), como ahora con el xiita, consagrando a Sistani como su interlocutor privilegiado. Esto no es un dato menor porque esta poderosa corriente dentro del mismo, se opuso frontalmente al Estado Islámico, y a diferencia de la hegemónica en Irán, es partidaria de un estado civil y no teocrático.
El viaje de Francisco es evangélico, pastoral e interreligioso, pero también tiene un fuerte impacto político, en el sentido que incide en el orden público de las cosas, en la forma de construir el bien común. Es un mensaje contra la intransigencia y la violencia, y la guerra, y una llamada explícita a la no injerencia de otras potencias en la zona, algo que no satisface a Estados Unidos e inspira recelos a la rama mas beligerante del xiismo persa.
Y es que la política es la consecuencia natural de la acción cristiana en el orden natural, cuando actúa y deja de mirar hacia otro lado. Lo es, porque el orden del mundo con facilidad se desliza hacia el mal y choca con la concepción cristiana, y lo es también porque se enfrenta, para desconstruirlas, a las estructuras de pecado.
En nuestro tiempo, ahora y aquí, ser cristiano es una llamada a la acción política.
Proteger a la reducida comunidad que persiste y conseguir las condiciones de seguridad necesarias para que se produzca un cierto retorno, es la prioridad del Papa Share on X