Mario Draghi, expresidente del Banco Central Europeo (BCE), acaba de ser nombrado primer ministro de Italia. El 13 de febrero ha tomado posesión del 67º gobierno italiano en 75 años y el tercero de la XVIII legislatura. Se ha vestido por primera vez de político para anunciar que su gobierno no quiere ser un ejecutivo técnico de paso, sino un verdadero gobierno que aspira a emprender las reformas que Italia necesita imperiosamente y que está postergando desde hace años. En su primer discurso dirigido a los senadores italianos ha pronunciado estas palabras: «Quería deciros que, en toda mi larga vida profesional, nunca ha habido un momento de una emoción tan intensa y de una responsabilidad tan grande como lo que ahora estoy viviendo».
Esto lo dice una persona profesionalmente muy respetada y depositaria de una gran reputación ética. Entre los momentos de gran emoción y responsabilidad ya vividos por él destacan los que protagonizó el mes de julio de 2012, en plena crisis del euro, una crisis tan grave que parecía que podía llevarse por delante no sólo el euro, sino la propia Unión Europea (UE). Fue entonces cuando el presidente del BCE, Mario Draghi, pronunció aquella frase que se ha hecho famosa:
«haré lo que sea necesario (whatever it takes) para salvar el euro, y créanme que será suficiente».
Los mercados se lo creyeron y el BCE comenzó a enviar programas de salvamento del euro eficaces y muy innovadores. El resultado de todo ello fue muy positivo de cara a la consolidación de la moneda única europea.
En sus palabras de investidura, Mario Draghi ha hecho gala de pragmatismo y ha querido ir directamente al grano. Ha pronunciado un discurso valiente, ambicioso y muy bien estructurado.
Su lista de prioridades ha sido la siguiente:
Primera, derrotar el virus, por lo que cree que es imprescindible acelerar la campaña de vacunación, incluso haciendo participar el ejército, así como reforzar el sistema sanitario nacional.
Segunda, recuperar la economía. Italia debe recuperar sus sistemas productivos para que sean más sostenibles. Citó específicamente el turismo, que representa un 14 por ciento de la economía italiana, porcentaje similar al catalán y el español. Para lograr la sostenibilidad, ha señalado que «algunos sectores tendrán que cambiar, incluso radicalmente».
Tercera, ejecutar el plan de recuperación que permiten los fondos provenientes del programa EU Next Generation, que suman un total de 209.000 millones de euros entre subvenciones y préstamos, la cifra más importante que recibirá un país miembro de la UE, justo por delante de España, que recibirá 140.000, también entre subvenciones y préstamos. Esto es así porque Italia y España son los dos países más perjudicados por la pandemia.
Cuarta, realizar las reformas estructurales que necesita urgentemente la economía italiana y que «tantos gobiernos precedentes no han sido capaces de sacar adelante desde hace décadas», lo que «ha obligado a emigrar a los jóvenes». Su propuesta de reforma es muy ambiciosa. Va desde reducir la desigualdad de género en el mundo laboral hasta reformar la administración pública para hacerla más eficaz, pasando por modernizar la justicia, el sistema fiscal y el sistema educativo. Mario Draghi, que no lleva la carga de tener que responder a un electorado, se ve capaz de conseguirlo en dos años.
Quinta, en el plano internacional ha subrayado el compromiso de Italia con la UE y con la OTAN, afirmando que su gobierno será «europeísta y atlantista». Ha lanzado algunos dardos a Rusia y China. Ha advertido a los euroescépticos que apoyar la UE significa sostener la idea de que «el euro es irreversible». Ha apostado por la integración europea, un mensaje claro dirigido al líder nacionalpopulista Matteo Salvini, que había dicho recientemente que «sólo la muerte es irreversible». Draghi ha dicho que «sin Italia no hay Europa, pero que fuera de Europa hay menos Italia; no hay soberanía en la soledad». Además, ha propuesto consolidar la relación «estratégica e imprescindible» con Francia y Alemania. Su antecesor, Giussepe Conte, había relanzado el eje Roma-Madrid. Ahora Draghi prioriza las relaciones con franceses y alemanes.
Draghi ha acabado diciendo que Italia afronta «una nueva reconstrucción, como después de la Segunda Guerra Mundial», y que para conseguirla se necesita la unidad de todas las fuerzas políticas. La unidad «no es una opción, es un deber» porque Italia se encuentra ante una emergencia sin precedentes.
La Bolsa italiana ha reaccionado de manera muy favorable desde el primer momento que se conoció que Draghi sería llamado a ser primer ministro. Tras su toma de posesión, el impacto en los mercados ha sido tan positivo que recordaba los días de su gran éxito en julio de 2012 al frente del BCE en plena crisis del euro. Sus palabras volvían a calmar las furias financieras.
La tarea de Mario Draghi no será fácil. Los analistas consideran que ha aceptado el cargo más difícil de toda la escena política europea. Italia es un país devastado por la pandemia. Su economía sufre un estancamiento crónico. Las previsiones actuales dicen que no volverá al nivel de PIB previo a la pandemia hasta finales de 2023. La economía italiana se caracteriza por un crecimiento lento (lleva veinte años prácticamente sin crecer), una productividad baja y una deuda muy alta que ha derrotado los esfuerzos de sucesivos gobiernos para rebajarla. La deuda actual italiana es de 2,5 billones de euros, el 150 por ciento del PIB del país. Es la segunda más alta de la UE, después de Grecia (200 por ciento del PIB). Portugal, Francia, España y Bélgica también tienen una deuda pública superior al 100 por ciento de su PIB. «Todos sabemos cuáles son las reformas prioritarias que Italia necesita, la cuestión es saber si Draghi será capaz de sacar adelante las más necesarias en el período prometido de dos años», acaba de declarar un prestigioso analista económico italiano. Italia ha quemado seis primeros ministros a lo largo de la pasada década. El último intento a cargo de otro primer ministro profesionalmente prestigioso y no político, el ex comisario europeo Mario Monti, terminó en decepción. Sucedió en 2011, cuando se llamó a Monti para que pusiera orden a la crisis económica de la deuda. Duró trece meses en el cargo y unas nuevas elecciones le obligaron a dejarlo.
Draghi encabeza un verdadero gobierno de salvación nacional, de carácter heterogéneo. Sus miembros van desde la izquierda radical hasta la ultraderechista Liga Norte, el líder de la cual, Matteo Salvini, es un líder euroescéptico a escala europea. Además de la Liga Norte y de la Forza Italia berlusconiana, su gabinete reúne representantes del populista Movimiento Cinco Estrellas y de tres partidos de izquierda. Lo menos que se puede decir es que la cohesión de este grupo de partidos no está garantizada. El batiburrillo político en Italia suele ser fenomenal, y puede jugar en contra. Junto a esto, hay dos factores importantes que juegan a favor de Draghi: los fondos europeos que han de llegar pronto y las políticas en vigor del BCE que él mismo puso en marcha hace una década.
Los fondos europeos del programa EU Next Generation constituyen una gran oportunidad. Draghi quiere retocar el plan de recuperación basado en estos fondos, ya elaborado por su predecesor Giussepe Conte. Tiene tiempo hasta el final del próximo mes de abril para retocarlo, que es cuando se debe presentar a la Comisión Europea. Los fondos europeos llegarán a Italia desde 2021 hasta el año 2026, pero Draghi ya piensa incluso en el horizonte 2050, cuando las emisiones de carbón habrán llegado a cero en la UE, según las previsiones de la Comisión Europea. Por otra parte, el euro es una gran carta de Draghi. Él fue su salvador cuando declaró solemnemente en julio de 2012 que haría whatever it takes (lo que sea necesario) para sostenerlo y lo convirtió en «irreversible», de acuerdo con Angela Merkel, como no podía ser de otra manera. El Estado italiano, como el español, están avalados por las masivas inyecciones de liquidez del BCE, que compra todas sus emisiones de deuda pública que salen al mercado. Todos los Estados miembros de la zona euro tienen acceso a la deuda a un coste muy bajo, con tipos de interés cero o incluso negativos.
Salvo un período corto de tiempo trabajando en el banco de inversión Goldman Sachs como vicepresidente para Europa, Mario Draghi, de 73 años, ha trabajado como funcionario público durante muchos años. Ha sido director ejecutivo del Banco Mundial y gobernador del Banco de Italia. Su presidencia del Banco Central Europeo (BCE), entre 2011 y 2019, marcó el punto álgido de su carrera profesional. Es un «tecnócrata» dotado de un agudo instinto político. La mayoría de líderes políticos europeos sienten por él un gran respeto. Incluso la Alemania de Angela Merkel, un país a menudo opuesto a sus osadas políticas al frente del BCE, le acaba de conceder la Orden del Mérito.Todo esto le debe servir para sacar adelante su proyecto para Italia. Dispone de dos años, hasta el mes de junio de 2023, la próxima cita electoral italiana, para conseguirlo.
Draghi acaba de repetir ante el parlamento italiano unas palabras importantes: «la unidad no es una opción, sino que es un deber». Esta será probablemente la clave de su éxito o fracaso al frente de un gabinete formado por representantes de partidos políticos mal avenidos y llamativos. Su tarea no será fácil. Será observada muy de cerca por la UE y singularmente por España, un país con características económicas y políticas similares a las de Italia. Cuando en otoño España descubra el panorama devastador dejado por la pandemia, se hará necesario llegar a grandes acuerdos entre las fuerzas políticas que podrán buscar inspiración en el programa del gobierno de salvación nacional instalado en Italia.
El gran periodista italiano Indro Montanelli solía escribir que España e Italia tienen mucho en común, pero que algo las diferencia: «Italia es la versión cómica de España y España es la versión trágica de Italia».
Todos estaremos muy pendientes de los resultados de la gestión de Mario Draghi al frente del gobierno de salvación nacional de un país tan importante de la UE, como es Italia. Algunos analistas políticos han escrito que Draghi significa, ni más ni menos, «la última oportunidad de enganchar Italia al sistema europeo».
Su tarea no será fácil. Será observada muy de cerca por la UE y singularmente por España, un país con características económicas y políticas similares a las de Italia Share on X