La fe en tiempos de pandemia ofrece mucho, muchísimo más de lo que promete. Porque uno aborda este libro esperando encontrar reflexiones más o menos inspiradoras sobre cómo podemos vivir nuestra fe en estos tiempos de confinamiento, distancia social y aforos limitados. Y no hubiese estado mal, aunque, lo confesamos, empezamos a estar un poco hartos del tema: llevamos casi un año hablando a todas horas del Covid-19 y ya casi preferimos cualquier otro tema que no sea volver, una vez más, a lo que ha saturado nuestras mentes desde hace tantos meses.
Es posible que muchos potenciales lectores piensen esto cuando se encuentren ante el libro editado por Juan Antonio Martínez Camino que acaba de publicar Ediciones Encuentro. Se equivocarían, y sería una lástima, porque estamos ante un libro que supera con mucho la manida referencia a la pandemia. Sí, ésta ha servido de catalizador para repensar muchas cosas, y obviamente hay numerosas referencias a la misma, pero me atrevo a decir que las aportaciones a este libro mantendrán su interés y validez dentro de muchos años, cuando el Covid-19 sea solo un mal recuerdo.
Monseñor Martínez Camino plantea la cuestión, que él mismo resume así: ante la crisis provocada por la pandemia, “¿estaremos ante un cambio de época? ¿Saldrá fortalecida la esperanza verdadera y se abandonará la utopía del progreso, en lo que tiene de falsa e inhumana?”. Una pregunta que, se ve con claridad, no se limita a hablar del Covid-19 sino que plantea cuestiones de mucho mayor fondo y peso. Y para ello invita a un variado elenco de teólogos a argumentar su visión al respecto: además del propio Martínez Camino, un profesor de la Universidad de Navarra, el superior de los Discípulos de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, el responsable de Comunión y Liberación en España, un profesor de Comillas, el obispo de Lugo y el abad general de la Orden del Císter. No está nada mal.
Aquí hay que advertir ante otro posible prejuicio: a menudo, la reunión de grandes nombres no es garantía de aportaciones interesantes. Es frecuente que se limiten a salir del paso con cuatro banalidades que no les comprometan mucho. No es el caso. Aquí encontramos aportaciones muy valiosas.
Empezando por Martínez Camino que nos acompaña en una apasionante relectura de Benedicto XVI a propósito de la ideología del progreso, un texto que tiene momentos francamente brillantes. ¡Qué preclara es la disección de la ideología del progreso bajo el bisturí de Ratzinger/Benedicto XVI! Y qué tesoros encierra al respecto la encíclica Spe salvi (en los que, confieso, no me había fijado). Miren por ejemplo lo que escribía Ratzinger en 1992: “Afirmar que la historia tiene una lógica interna que, al final, produce necesariamente la sociedad adecuada (es decir, crea unos seres humanos distintos) es un mito primitivo que intenta sustituir la idea de Dios por un poder anónimo, la fe en el cual no es en absoluto ilustrada, sino completamente ilógica”. Para enmarcar. Así, la pandemia actual abre una oportunidad “de superar el mito del progreso y de abrirnos a la esperanza escatológica”… aunque, reconoce Martínez Camino que “tampoco podemos excluir que la prueba de la pandemia global conduzca, como Ratzinger advertía ya en 1961, a una ideologización aún mayor de las masas, ansiosa de seguridad y de certezas inmediatas”.
El texto de Sergio Sánchez-Migallón, decano de la Facultad Eclesiástica de Filosofía de la Universidad de Navarra, se centra en el análisis del progreso moral, algo que no garantiza el simple cambio o avance histórico y que más bien la cultura actual (de la que el autor destaca los rasgos del individualismo, el rechazo a la tradición y la cultura de la sospecha) no ayuda a su desarrollo. De aquí se deriva el modo en que hemos respondido a la pandemia: “esta sociedad y cultura del bienestar ha entumecido la capacidad de entender y de padecer el sufrimiento” y hemos abdicado “la conciencia en manos de los supuestos «expertos» y del único ídolo que dejamos que nos mande: la ciencia”. Persisten muchas incertidumbres, pero “sí sabemos con seguridad qué no podemos hacer”: “no puede aceptarse que la salud pública se imponga como lo absolutamente primero”, concluye Sánchez-Migallón.
José Granados, superior de los Discípulos, construye a partir del concepto de “cambio de época” y aquí, también, la libertad humana decide ante la encrucijada que nos plantea un evento externo: existe la posibilidad de “una huida hacia adelante que acentúe aún más las características de lo moderno…tratando de vencer con más técnica a los problemas creados por la técnica”. Granados señala que la pandemia nos hace conscientes de que “dependemos de una fuente de la vida que escapa al dominio del hombre”, advierte de la diferencia entre lo virtual y lo presencial (“los sacramentos viven del realismo de la carne, que es el realismo de la Encarnación”) y nos recuerda que “la vida vale más que la propia supervivencia”: “por eso una perspectiva que no estuviera dispuesta a correr el mínimo riesgo por el acceso al sacramento sería ajena a la lógica sacramental”.
Ignacio Carbajosa, responsable de Comunión y Liberación en España, nos regala una profunda meditación acerca del sufrimiento a partir de la historia de Job no exento de comentarios de actualidad dignos de ser pensados, como cuando señala que en el “primer homenaje laico” a las víctimas de la pandemia se hurtó la pregunta del por qué”. Ángel Cordovilla, profesor en la Universidad Pontificia de Comillas aborda la cuestión desde la teología de la cruz, que muestra que la salvación “no es el fruto maduro del proceso de la misma historia humana” y el obispo de Lugo, Alfonso Carrasco lo hace desde la visión de la Iglesia como Pueblo de Dios, sin la cual, podríamos caer en “una Iglesia reducida a solo palabras, a propuestas ético-pedagógicas y a consuelos para las necesidades anímicas de las personas insatisfechas con el mero horizonte científico” que haría de la religión “un sistema social de servicios”. Y concluye: “a veces se ha oído: no anteponer nada a la salud. Esto no es la posición cristiana… la ley es la de la caridad: no anteponer nada al amor de Cristo”. Por último Mauro-Giuseppe Lepori, abad general de la Orden del Císter (y que, curiosamente, me ha dado la impresión de que es el más optimista sobre los efectos del confinamiento en la vida espiritual de tantas personas) nos deja algunas perlas, como cuando señala que “el progreso era el único sentido que tenía nuestra sociedad. Quitado el progreso, se le ha quitado el sentido”, al tiempo que nos conmina a vivir con gravedad el momento presente, esto es, siendo conscientes de que Dios está presente.
No pretendía reflejar, con estos “subrayados”, todo lo que el libro contiene, tarea por otra parte imposible, pero espero al menos haberles convencido de dos cosas necesarias para superar algunos prejuicios erróneos con que podemos enfrentar este libro: lo que dicen los autores va más allá de la mera pandemia y se atreven a hacer afirmaciones que no dejan indiferentes.