En su espacio de opinión religiosa en La Vanguardia, Josep Playà Maset, ha abordado el tema de la religiosidad en la pandemia y, además, ha ofrecido cifras interesantes al respecto.
La realidad es que la situación ha hecho sentir a la humanidad vulnerabilidad y ha supuesto un duro golpe para su orgullo y su fortaleza.
El confinamiento, la incertidumbre, la indefensión, la presencia de la muerte, del riesgo, de las debilidades humanas ha provocado una reflexión generalizada y un necesario retorno hacia uno mismo. Una reflexión sobre el sentido de la vida y sobre los caminos para entenderla y vivirla, el religioso, entre ellos.
Un mes después del inicio de la pandemia, una encuesta en Estados Unidos divulgada por el The Washington Post afirmaba que más de la mitad de los norteamericanos habían rezado para pedir el fin de la pandemia.
Según explica Payà en su artículo, Elisenda Ardèvol, miembro del grupo Mediaccions de la UOC, ha escrito que “en un momento de crisis podemos recurrir a prácticas religiosas casi olvidadas, como un acto de recuperar la confianza en la adversidad”.
De hecho, hace poco, el arzobispo de Barcelona, el cardenal Omella apuntaba en la misma dirección: “Ante la muerte, las incertidumbres, los miedos, muchas personas empiezan a pensar en el más allá, y la formación católica que hemos recibido ayuda a encontrar algo más de luz y esperanza”.
La religiosidad como función terapéutica es algo ya observado en el pasado. Sin embargo, tal y como apunta el articulista «otros estudios indican que prácticas más esotéricas, que podrían tener el mismo efecto, no han disfrutado de demasiada atención».
Se pone el ejemplo de México, donde otra encuesta del julio pasado decía que entre las prácticas espirituales que generaban sentimientos de protección ante la pandemia, más del 60% se referían a actos para encomendarse a Dios, a la Virgen o los ángeles y a las oraciones.
Por contra, invocar espíritus, encender velas, confiar en amuletos o beber preparados con plantas sagradas tenían una incidencia muy inferior, del 3%.
En Cataluña, por ejemplo, según la encuesta de noviembre del Centre d’ Estudis d’ Opinió (CEO) de la Generalitat, un 60% de los catalanes se declaran católicos, cuando antes de la pandemia se consideraban un 54,2%.
En números absolutos querría decir que en Catalunya en el 2020 ha aumentado en más de 400.000 las personas que se declaran católicas. Un número más que llamativo en, posiblemente, el lugar más secularizado de España y parte de Europa.
Por el contrario, llama poderosamente la atención la encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), del mismo periodo a nivel estatal: el número de católicos practicantes españoles habría pasado del 20,4% de febrero al 18,8% y el de los no practicantes, del 46,6% al 41% durante el 2020.
Otras encuestas, como una de la facultad de Teología de Chicago, señalan que en Estados Unidos el número de personas que han cambiado sus creencias por la pandemia es ínfimo: «solo un 2% dice que antes no creía en Dios y ahora si. Y menos del 1% que antes creía y ahora no. Pero, entre los creyentes un 26% dice que su espiritualidad se ha reforzado», explica Playà.
El articulista deduce de las cifras que quizá forzados por la situación «un buen número de ciudadanos han tenido tiempo para interrogarse sobre cuestiones trascendentales. Parece claro que este nuevo tempo ha propiciado un cierto retorno a la espiritualidad, que no siempre equivale a religiosidad. Y que entre los creyentes se ha reforzado su fe», aclara.
Otro aspecto interesante es que «la religión ayuda a la resiliencia, sobre todo entre los más vulnerables. Y aquí se puede añadir el papel destacado que han tenido entidades religiosas, como Cáritas, que han reforzado la valoración de la Iglesia».
¿Qué pasará cuando se llegue a la inmunización global?, para Playà «la respuesta no está escrita y la forma y el tiempo en salir de la pandemia también serán factores clave».