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Entonces, todos somos «racistas»

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¿Será que el lenguaje está cambiando, o que nos estamos volviendo locos? Porque con eso que se ha dado en llamar “políticamente correcto” se cuelan al máximo las incorrecciones. Y yo –como la gran mayoría de nosotros- estoy perdiéndome. No incluyo a ciertas personas que proliferan al ritmo de sus mamarrachadas imponiendo sugestivas transgresiones de la mentalidad humana, tan rica en metáforas y simbolismos. Sin duda, esa mentalidad humana tan rica corresponde a la inteligencia humana, única en el reino animal, por lo que es fácil constatar, pues, que ciertas personas o tienen poca inteligencia, o se dejan arrastrar por su libidinosidad, o son dementes… o son los listos por antonomasia.

¡Listos! No me he equivocado al decir que no los incluyo a ellos, puesto que listos, lo son. ¿No será, pues, que los “espabilados listillos de turno” están saliéndose con la suya, o al menos tratando de conseguirlo? ¿No será que nos están revolviendo el sano criterio para conseguir imponer la suya una vez mareado el personal? “A río revuelto, ganancia de pescadores”, proclama el dicho. “Nuevo Orden Mundial”, le llaman…

“¡Déjate estar de simplezas, que el mamarracho eres tú!”, nos dicen algunos (y algunas). Y así, mareando-mareando y usurpando-usurpando, llegan a transgredir hasta la propia generación de metáforas, con lo cual, de seguir por este camino, llegaremos a hablar como los simios: “¡Unga! ¡Unga!”. Y ya está. Así nos entenderemos más fácil: no habrá metáforas, ni símbolos, ni argumentaciones…, ni inteligencia. Lo habrán eliminado todo… excepto su poder. Puesto que con el “¡Unga! ¡Unga!” como única respuesta posible, la posibilidad (y la facilidad) de dominio está más que cantada.

Aseguran que suprimen (hasta en inocentes narraciones infantiles) contenido “racista”, “estereotipado”, “dañino”, “retrógrado”… en nombre de “la diversidad mundial”, porque representa una sensibilidad que (según ellos) puede herir sensibilidades propias y ajenas. Como si todos fuéramos igualitos y no pudiéramos disentir y soñar… y hablar como las personas, hasta jugando con las palabras.

Eso sí, nos empujan a “soñar en el amor” incitando al personal (incluso en las narraciones infantiles) a la promoción del sexo barato, bajo y descarnado de su sentido más profundo, desgajado de su dignidad suprema, que radica en el amor, que es el máximo atributo del ser humano (que es el primero que estamos perdiendo, y con él, por tanto, lo perderemos todo). ¡Y, por si fuera poco, se llaman cristianos! Cuando el amor que promulgó Jesucristo es aquel de “una sola carne” y por tanto, como sentencia el rito del matrimonio, “hasta que la muerte nos separe” (Cfr. Gn 2,24; Mc 10,8).

Así sucede (y van cayendo uno tras otro, si no encuentran nuestro apoyo) con todos los que intentan seguir la Verdad evangélica, que germina y florece en el corazón puro. Sucede lo mismo conmigo, que, ni más ni menos, debo adaptar mis calendarios y ocupaciones a algunas personas (ellos y ellas) que cuando ya es tarde y tras comprometerse a hacerlo, abandonan y se niegan a seguir corrigiendo el catalán de mis textos o a prologar mis libros porque critico el aborto, la eutanasia, la decencia en el vestir… es decir, la limpieza de corazón. Incluso atribuyendo a mis palabras connotaciones que yo no digo, solo porque no digo lo que ellos querrían oír… para justificar sus correrías. ¿Por qué será? ¡Salta a la vista! ¡Tienen el corazón pervertido, porque tienen oxidado el raciocinio! ¡Porque les han reducido su lenguaje al “¡Unga! ¡Unga!”, y con ello su cerebro! ¡Bienvenidos a la jungla!

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