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Extremo infanticidio (y senilicidio)

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Los medios nos bombardean con categorías políticas como “extrema izquierda” y “extrema derecha” y ocultan que, si una característica de los extremos es un hipotético recurso a la violencia para lograr sus fines, existe una violencia larvada que perturba a casi todo el arco político bajo la cobertura activa y poco disimulada de lo “políticamente correcto”:

Me refiero, el lector lo habrá adivinado, al recurso de derecha e izquierda al aborto, que, de ser siempre la muerte de un niño o niña, bordea recientemente en diversos países el infanticidio puro y duro, cuando se permite abortar incluso inmediatamente antes de que nazca naturalmente el niño inocente (el último caso es la ley aprobada en el parlamento de Francia en agosto del 2020).

En España, un partido aprueba que el aborto sea un derecho y el otro, tras prometer acabar con tal barbaridad, una vez en el poder, lo refrenda, burlando las promesas electorales y traicionando así a sus votantes.

Mentábamos también el senilicidio, con que aludimos a la eutanasia, que se cebará en los más ancianos, y que, empezando por su “voluntaria” aceptación (quien sabe las presiones que habrán sufrido los “eutanasiados”) se extiende, luego, como mancha de aceite, a la eliminación “no voluntaria” de deficientes, de menores y, con el tiempo, a quienes supongan una carga social y económica, como muestra la evolución de los países pioneros de este macabro derecho. Y, en nuestro país, visto lo ocurrido con el aborto, podemos prever lo que ocurrirá con la eutanasia: un partido la promulga y otro la mantiene, dejando en el aire la independencia teórica de los políticos, pues todos, o casi todos, se genuflexan ante el ídolo de lo “políticamente correcto”.

Está bien condenar la violencia – toda violencia – ya que el fin, por bueno que sea, no justifica unos medios criminales. Pero ¿cómo llamar a la decapitación del feto inerme? ¿Acaso no es ello violencia y de las más graves y repugnantes, pues se ensaña con un ser humano indefenso e inocente?

Por eso hemos titulado estas líneas como “extremo infanticidio”: crimen sin paliativos que cuando pasen los años y generaciones menos maleadas nos sucedan, nos reprocharán este genocidio silencioso y arropado y abonado por leyes inicuas.

Mención aparte merecen los católicos que colaboran con el aborto en privado o desde la escena pública.

Decía Santa Teresa de Calcuta que el aborto es el peor enemigo de la paz. En efecto si usted puede matar a su propio hijo, ¿qué podrá evitar que nos matemos unos a otros?

Pero la propia Santa Teresa abría la puerta a la salvación de las pobres mujeres que han caído en tan grave crimen y que son otras tantas víctimas en su atormentada conciencia moral y sicológica: Así ante una mujer no católica que lloraba desgarradoramente su aborto le invita a realizar un acto de amor a Dios y de arrepentimiento sincero. Y comenta cómo después la mujer se recompone y recobra su paz.

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