Hoy será beatificado en la basílica de la Sagrada Familia Joan Roig Diggle, un joven católico de 19 años asesinado en 1936. Joan nació en la Barcelona de 1917. El año 1934 se traslada a vivir a El Masnou con su familia, empieza a trabajar en Barcelona y continúa estudiando por las noches. Le queda tiempo para ir a misa cada día y hacer largos ratos de oración. También hace de catequista a los niños de la parroquia de Sant Pere del Masnou y se integra a la Federació de Joves Cristians de Catalunya (FEJOC).
Joan está comprometido en la mejora de las condiciones de vida de los más desfavorecidos, y defiende que la doctrina social de la Iglesia es el único camino válido para combatir la desigualdad social y promover la dignidad de todas las personas.
Solo dos días después del estallido de la Guerra Civil fueron incendiadas la iglesia parroquial de Sant Pere del Masnou y la sede de la Federació de Joves Cristians. En la situación extrema de aquellos días, y a sabiendas del riesgo que corría, continuó llevando la eucaristía a escondidas a vecinos de El Masnou.
La noche del 11 al 12 de septiembre de 1936, un comité lo capturó en su casa. Las últimas palabras a su madre, de origen inglés, fueron “God is with me”. Después se lo llevaron de El Masnou al cementerio de Santa Coloma de Gramenet para ejecutarlo. Antes de morir, dijo a sus verdugos: «Que Dios os perdone como os perdono yo».
Joan Roig fue asesinado por ser un católico muy activo en su parroquia y en la FEJOC. En julio de 1936 esta organización católica juvenil tenía unos catorce mil miembros. Entre 1936 y 1939 cerca de trescientos jóvenes de la Federación fueron asesinados. Al acabar la guerra, la nueva jerarquía católica no se fiaba de ellos, y no les permitió continuar existiendo como organización.
Antes de la guerra los miembros de la FEJOC ya habían sufrido la animadversión y el acoso de grupos de izquierda que competían con ellos en la promoción de actividades culturales y deportivas y a la hora de organizar a los jóvenes. Lo explica José Fernando Mota Muñoz en el documento “Fejocistes i montserratines: l’associacionisme catòlic juvenil a Sant Cugat durant la Segona República”, que se encuentra en la red.
Todo ello se enmarca en la gravísima violencia sufrida por los católicos durante los tres años de la revolución y la Guerra Civil, sobre la cual el historiador Stanley G. Payne afirma que “la persecución de la Iglesia católica fue la mayor nunca vista en Europa occidental, incluidos los momentos más duros de la Revolución francesa.”
Las cifras de gerundenses asesinados por la persecución religiosa de 1936 a 1939 son las siguientes: 195 sacerdotes, 74 religiosos y religiosas y 3 seminaristas. De los 520 seglares asesinatos, 77 lo fueron solo por sus creencias religiosas. En el conjunto de Cataluña se asesinaron 1.541 sacerdotes, un 30’4% del total, incluidos los obispos de Barcelona, Tarragona y Lleida. En todo el Estado fueron asesinados casi siete mil sacerdotes, frailes y monjas.
Son datos para reflexionar en un momento en que en Francia y en varios países de América se vuelven a quemar iglesias. Los que desde la demagogia populista atizan el anticlericalismo tienen que ser conscientes de a donde pueden llegar las consecuencias de sus actos.
El testimonio de sangre de Joan Roig y de los miles de mártires del siglo XX tiene que hacer despertar a los muchos católicos que hoy se mueven entre la modorra y el complejo de inferioridad cultural. Vivir cristianamente hoy supone más que nunca ser signo de contradicción en el mundo. La Iglesia católica, a pesar de haber perdido buena parte de su influencia política, cultural y social, es quien más cuestiona el nuevo orden mundial, fundamentado en un capitalismo cada vez más despersonalizado, y en los ideólogos del pansexualismo y la perspectiva de género.
El nuevo sistema dominante quiere individuos manipulables, con vínculos familiares débiles y sin creencias espirituales firmes. Hombres y mujeres abocados al consumismo, y no a la austeridad y al compromiso de sacar adelante una familia. Al neocapitalismo le va muy bien la banalización del sexo como compensación que se ofrece a unas nuevas generaciones sin grandes horizontes ni esperanzas. Y también le interesa la lucha de sexos como gran sucedáneo que desvía la atención de unas desigualdades sociales cada vez más grandes.
Publicado en el Diari de Girona el 7 de noviembre de 2020