La Covid-19 y determinadas acciones para luchar contra ella, confinamientos, restricciones, así como sus consecuencias, revelan un hecho evidente: estresa más a lo que ya está estresado.
El estrés, stringere en latín, significa apretar, y a partir de un determinado límite el apretón se traduce en ahogo, en asfixia. Esta es la causa de que en el ser humano el estrés posea un significado negativo, el distrés, cuando la circunstancia no ahoga, nos daña; o positivo, porque aquella adversidad acaba siendo un estímulo, el eustrés. En ingles la palabra stress significa originariamente fatiga de material, que puede llegar hasta la ruptura. Lo que nos aprieta oprime, ahoga, fatiga hasta rompernos… pero también puede ser oportunidad si lo asumimos como estímulo.
La pandemia castiga a lo que ya anda castigado. A los seres humanos, por una edad avanzada, por determinadas patologías, a las familias o parejas vacilantes o cuya unión estaba resentida, a los gobiernos porque ensalza a los eficaces, a los que sirve, como en Corea del Sur o Alemania, y castiga a quienes son puro escenario como en el caso del gobierno de España (el país peor clasificado del mundo de acuerdo con el estudio de la Universidad de Cambridge, sobre los 33 estados de la OCDE). Castiga un determinado tipo de ocio, el del hacinamiento, la promiscuidad, el ruido y el alcohol, el del vocerío y el desmadre, y ensalza a otro, el ocio al aire libre en grupos, la naturaleza. Beneficia la ventilación natural intensa y castiga las atmósferas cerradas. Daña a los sistemas sanitarios que vivían de la ficción y que han debido llegar al extremo de dejar morir a la gente por su edad, porque a eso hemos llegado. Mata mucho a la gente mayor, pero lo hace sobre todo en países como España y Francia, donde el recurso a la residencia se ha generalizado. Pero ha tenido poco efecto en países como Grecia, que ocupa nada menos que el onceavo lugar, y se sitúa entre los mejores, gracias a su sólida estructura familiar, que aún no ha segregado y minorizado a sus ancianos; una estructura que los ha protegido, y ha reducido, a diferencia de España, drásticamente el número de muertos. y así podríamos seguir largo y tendido con el recuento de los daños por el estrés pandémico.
¿Y ante todo esto no hemos de recordar las palabras de Jesús? ¿Sabéis discernir el aspecto del cielo, pero no podéis discernir las señales de los tiempos? (Mt16,3)
Abundan hasta el agotamiento las señales de que este tiempo, esta cultura que impregna la vida de las personas, sus instituciones, la vida en común, es dañina, es estructuralmente dañina, y lo único que ha hecho la pandemia ha sido acentuar los males, las crisis y rupturas. Hemos de ayudar a las victimas de todo ello. Ese es el primer mandato, pero ciertamente no el único, porque si solo es eso lo que hacemos los cristianos, terminamos por convertirnos en cómplices de las estructuras de pecado que causan las víctimas.
Es necesario que seamos capaces de tomar de una vez la iniciativa y presentar e impulsar nuevas estrategias educativas, económicas, medio ambientales y sociales, nuevos modelos de desarrollo integral solidario y sustentable. Hemos de ofrecer una contribución a la capacidad de desplazar el odio de la política, y substituirlo por la capacidad de dialogo desde los propios valores. Promoviendo la cultura del encuentro, la sustitución de la política de poder de quienes mandan por la del servicio, propio del cristianismo, superando el excesivo partidismo político, la partitocracia. Ha que atreverse a ser profetas de la inclusión, la paz y la justicia. Aportar desde la potencia de la doctrina social de la Iglesia propuestas concretas. Necesitamos seminarios, talleres, think tank de la DSI dirigido a su aplicación concreta a los problemas reales, a las grandes crisis en las que estamos instalados, y en las que la ideología dominante, progresista, social liberal y liberal conservadora se revela incapaz de aportar respuestas.
El cristianismo no ha sido constituido para permanecer discreta y acomodadamente en un rincón de la historia, ni para quedar encerrado entre cuatro paredes de un hogar o una iglesia, ni como coartada de la inacción. El cristianismo no es la muleta cómoda del sistema que excluye a Dios ¡Pero si hasta los monjes benedictinos, una de las máximas expresiones del recogimiento y la oración, a la vez colonizaron tierras, transformaron la agricultura, y preservaron y difundieron la cultura en la sociedad profana! No, la opción benedictina no es la comunidad encerrada en si misma para protegerse, sino la comunidad de vida, de celebración de Dios y de fiesta, que se proyecta sobre el mundo para transformarlo. Si no es así ¿que nos está diciendo Jesucristo al equipararnos con una luz, la levadura y la sal?
No hay que temer a actuar con fuerza tranquila porque es la del mandato de Dios, que está enmarcado por la Bienaventuranzas, el amor, y la misericordia.
No se puede limitar la verdad de Dios a solo aquello que acomode al mundo actual, más cuando este se basa en gran medida en la apostasía Es necesario entrar en la realidad de Dios que se manifiesta en los evangelios, que son poder de Dios para salvar al mundo y la de la enseñanza y tradición cristiana que es fruto del Espíritu Santo que, desde Pentecostés, permanece y acompaña a la Iglesia
El cristianismo no ha sido constituido para permanecer discreta y acomodadamente en un rincón de la historia, ni para quedar encerrado entre cuatro paredes de un hogar o una iglesia Share on X