François-Xavier Bellamy ya nos sorprendió con una valiosa obra, Los desheredados, en la que abordaba, a partir de su experiencia de primera mano, un gravísimo problema de nuestras sociedades: la incapacidad de la inmensa mayoría de los jóvenes, los nuevos desheredados, para acoger la cultura que les precede y de los adultos para transmitirla.
Ahora continúa su reflexión sobre el momento que vivimos en nuestras sociedades occidentales con Permanecer. Para escapar del tiempo del movimiento perpetuo. Bellamy, que conjuga su labor como profesor de filosofía y literatura con su actividad como político, trata aquí también filosofía y política para abordar un tema que, a primera vista puede parecer no tan crítico, pero que tiene enormes repercusiones.
De la mano de algunas de las ideas del último Saint-Exupéry, Bellamy empieza repasando el debate en torno al cambio y la permanencia en el mundo de la filosofía, empezando por los clásicos Parménides y Heráclito y deteniéndose con especial atención en el cambio de perspectiva que supone la modernidad, que descarta para el movimiento toda finalidad ajena a sí mismo y lo convierte en un fin en sí. De este modo aparece “un progresismo que se apoya completamente en el imperativo de un movimiento sin destino conocido”. Como señala en frase lapidaria, “la moda es la moral de los modernos”.
Son las páginas dedicadas al análisis y crítica del progresismo las más brillantes del libro. En ellas descubrimos la esclavitud que nos impone la ideología progresista, obligándonos a adaptarnos constantemente, y la descalificación moral que nos reserva a quienes, por incapacidad o disgusto, no nos adaptamos al último grito de cada momento, pues “para la conciencia moderna esto no solo es una falta de gusto, sino sobre todo un defecto moral. Quien quiere simplemente seguir siendo él mismo es ya, por eso, culpable”. También atina Bellamy cuando señala que el progresismo, por el hecho de sostener que el futuro será invariablemente mejor que el presente tiene una mirada de desprecio hacia el momento actual, que ya es obsoleto por definición: “el progresismo nunca cesará de mirar a lo real como lo que hay que superar y, por eso mismo, como lo que hay que despreciar”.
Cuando baja al campo de la política, las sugerencias sobre el impacto del progresismo en nuestras vidas son también muy iluminadoras. Por ejemplo, cuando indica que “si el mundo nuevo ya está determinado, la política no sirve para nada y no hay ninguna razón para el debate… ¿Para qué mantener los desacuerdos cuando ya está decidido el sentido de la marcha?… La actividad política solo juega entonces un rol utilitario, el de administrar los más rápidamente posible la «reforma» universal, la transición de los antiguo a los nuevo, de las resistencias del pasado a las promesas del futuro”. La política progresista, entonces, solo puede ser ingeniería social, algo que vemos a diario.
Bellamy se extiende acerca de la economía, la publicidad, la ecología, en una obra que en ocasiones puede resultar densa y requerir un cierto esfuerzo para los no acostumbrados a este tipo de argumentaciones, pero que no se puede dejar de leer sin provecho.