Mientras que los responsables políticos viven ajenos al impacto de un ERTE y cobran mensualmente su nómina, el sector privado vive inmerso en una dramática situación que día a día se extiende de forma irremediable.
Y no es para menos. Estamos inmersos en una crisis de liquidez jamás vivida en nuestro planeta fruto del freno en seco de la actividad económica que el Estado de Alarma ha provocado; situación, recordémosla, propiciada por el Gobierno. Desgraciadamente pocos ciudadanos entienden de economía; circunstancia de la que nuestros políticos son los primeros en beneficiarse. Aunque cueste creerlo, pocos entienden qué impacto tiene para ellos que España tenga un déficit estructural, que la deuda pública sea de importe equivalente al PIB, o que nuestra renta per cápita se mantenga a niveles, en mi opinión, muy bajos. Lo importante es que Alemania, los Países Bajos, Dinamarca y algunos más son insolidarios con España, sin caer en que ninguno de ellos tiene una deuda superior al 60 % del PIB y que sus presupuestos anuales arrojan superávit. No. Lo importante es que son insolidarios con los países que no han seguido con su ejemplo y que, promesa tras promesa, con la mirada puesta en el corto plazo, y sin proyecto alguno de modelo económico productivo para España, han permitido que el déficit público persista y que nuestro país se endeude hasta límites que impiden cualquier margen de maniobra. Europa es insolidaria. ¿De verdad?
Pero cuando la economía castiga con dureza a las familias; cuando estas ven peligrar su trabajo, y/o cuando su poder adquisitivo disminuye, no hace falta entender de economía para comprender en primera persona que algo va mal; muy mal.
El problema de fondo es que no es políticamente correcto reconocer en voz alta que la economía, y no el Estado, es la base del bienestar. Que es la economía quien crea y destruye empleo; que es esta, y no el sector público, quien permite en realidad una vida digna, y no en pobreza. Que es la economía la que financia al Estado y, por tanto, la que inyecta al sector público los recursos necesarios para financiar la sanidad y la educación. Que con liquidez suficiente no es necesaria ninguna renta mínima o, al menos, que su necesidad es mucho menor. Que con liquidez suficiente no hay ERTEs; que con dinero que fluya no se incumplen las obligaciones de pago.
Pero lo cierto es que nada de nada. O lo que es peor. Incompetencia económica manifiesta. Lo que muchas de nuestras PYMES, autónomos y empresas en general necesitan es liquidez; vaya, ayudas o subvenciones directas; a fondo perdido. No reintegrables. Nuestra economía necesita una transfusión de sangre. Y nuestro único y posible donante es el Estado. Pero mientras este solicita a Europa ayudas directas o no reintegrables, no aplica idénticos criterios con sus empresas. Avales, y para de contar. Avales que, casi dos meses después, la burocracia ha impedido que se traduzcan en dinero; avales que, para muchos, no son ya necesarios porque la muerte empresarial ya les ha visitado sin poder esperar. Y es cierto; no hay que negarlo. Algunas ayudas directas se han concedido, pero del todo insuficientes ante la grave pandemia económica que azota nuestro país.
El futuro es incierto. Caída del PIB, aumento del paro, incremento del gasto, caída de los ingresos, y aumento del déficit y del endeudamiento. Hasta Keynes regañaría con energía a sus incompetentes discípulos. Visto lo visto, la solución para las empresas no son solo los avales, sino, y fundamentalmente, las ayudas directas; las subvenciones a fondo perdido. Las empresas necesitan una urgente transfusión de sangre que les permita salir de su estado anémico; que sus órganos vitales vuelvan a la normalidad. Y después, pero solo después, necesitan también de oxígeno, esto es de avales, que les permita afrontar con garantías la muy dura recuperación a la que se enfrentan y cuyo retorno a la normalidad exige un gran pacto entre los agentes sociales y económicos afectados. ¡¡¡¡¡No entre los políticos!!!!!! Dejemos pues que el mercado sea quien se autorregule e incentivemos desde el Gobierno la responsabilidad social de empresas y trabajadores. Premiemos a quien así lo haga. Solo el Sector Privado es capaz de resurgir de las cenizas. Pero para ello es imprescindible que el Sector Público asuma su rol de donante de sangre y permita que la eficiencia del Sector Privado demuestre sus excelencias. Es pues necesario que el Sector Público colabore con su único y exclusivo financiador: el Sector Privado, hoy enfermo de gravedad. Es pues urgente sellar los pactos de una colaboración público-privada en la que cada uno asuma su rol. Con respeto; con lealtad.
La urgencia no es aprobar una renta mínima, que también. La urgencia es darse cuenta de porqué esta es necesaria. Y la respuesta es fácil: por falta de liquidez empresarial. El foco, pues, es otro. Solucionemos por tanto el problema con la misma energía que le pedimos a Europa: ayudas no reintegrables. El problema, la verdad, es que España, a diferencia por ejemplo de Alemania o de Dinamarca, no tiene ya capacidad financiera para ayudar a sus empresas ni un modelo productivo de futuro. Esta es la realidad. Solo pues desde la humildad y la autocrítica es posible que Europa sea solidaria y nos ayude. No se trata de mayores impuestos ni de mayor endeudamiento. El problema es que estamos ya en tiempo de descuento, con varios jugadores de menos, y con otros pocos lesionados. Reconozcamos que las consecuencias de nuestra pandemia económica son, en gran parte, fruto de nuestra insolvencia. Solo así, creo, Europa nos escuchará.
Es pues necesario que el Sector Público colabore con su único y exclusivo financiador: el Sector Privado, hoy enfermo de gravedad. Share on X