Tenemos entre nosotros falsos mesías, también dentro de la Iglesia, distintos y variados tipos de mesianismo: religiosos, pseudorreligiosos, ideológicos, económicos, culturales, sociales, políticos… Todo un abanico pensado para satisfacer el hambre de trascendencia y plenitud que llevamos los seres humanos “tatuados” en lo más profundo nuestro ser, por usar un término del Papa Francisco en la Exhortación Apostólica Christus Vivit (Cristo vive).
Y tufa cada vez más a que están organizados desde una instancia superior sectaria que pretende darnos a beber el engañoso falso elixir de inmortalidad, ponzoña pretendidamente salvadora y salvífica. Para engatusar al más osado y al más perdido, para todos los gustos haylos y habralos. Todo para manipular lo que quede de la criba general que tratan de preparar a conciencia para hacerse con el control mundial tras ese que nos venden como triunfo de la sociedad cosmopolita igualitaria globalista.
¿Quién coordinará tan caótico harnero? “El hijo de la perdición” (Jn 17,12; Cfr. 2 Cor 6,14-15) y “padre de la mentira” (Jn 8,44) y padre de las tinieblas (Cfr. 2 Cor 6,14-15), “el acusador de nuestros hermanos” (Apc 12,10). Y estará representado en la Tierra con bombo y platillo por el Anticristo que exhala portentos en el Apocalipsis. Pero es derrotado, no lo olvidemos. Nos lo predice, con veintiún siglos de anticipación, nuestro Dios y Señor, el Rey de reyes.
Todo está acelerándose para acrecentar el caos que ha de posibilitar el dominio de tan suculento pastel, como si fuera la solución deseada por todos para poner finalmente orden al desorden del descrédito general. Está ya todo preparado y ensayado en los laboratorios de las cloacas del poder, con sus tentáculos en la sacrosanta política por la que nos teledirigen respondiendo a algoritmos de laboratorio prefabricados. Son, en realidad, reales ambientes de postín, donde los pretendidos triunfadores se creen los dueños del mundo. ¡Fácil lo tienen, trabajando a destajo desde detrás del decorado! ¡Cobardes! Eso es lo que son, además de soberbios en demasía.
¡Atención! Que las prisas y el miedo no nos hagan olvidar dónde está el nudo del hilo argumental. Para evitar dejarnos engañar por los estafadores falsos mesías que sabrán aprovecharse de los momentos de pánico y máxima confusión, agarrémonos a la doctrina. Recordemos en todo momento que está y estará custodiada por el Papa. Lo sentencia, tajante, nuestro Redentor: “Tú eres Pedro, y sobre ti edificaré mi Iglesia. Lo que ates en la Tierra quedará atado en el Cielo, y lo que desates en la Tierra quedará desatado en el Cielo” (Mt 16,18-19). Al Papa, representante de Dios en la Tierra, debemos seguir, y no a otro.
Cuanta mayor formación religiosa y más intensa vida de piedad tengamos, mejor que mejor: más seguros iremos y guiaremos a quien quiera seguirnos. Eso sí, desprendidos finalmente de prejuicios, pretensiones y de todo afán terrenal. Será el momento del ya ineludible testimonio. De dar la vida por nuestros amigos. “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que os mando”, nos asegura nuestro Amigo que nunca falla (Jn 15,13-14). “Yo doy mi vida por las ovejas” (Jn 10,15), “para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que la doy libremente” (Jn 10,17-18).
Nos lo advierte, una vez más, Jesús: “Vendrán muchos usurpando mi nombre, diciendo que son el mesías, y engañarán a mucha gente” (Mt 24,5). “Aparecerán muchos falsos profetas” (Mt 24,11), “No les creáis” (Mt 24,26). “Entonces, verán venir al Hijo del hombre sobre una nube con gran poder y gloria” (Lc 21,27). ¡Sí, es cierto! ¡Cristo vive! ¡Cristo vuelve!
Además, como está planeado por los dominadores cortarnos toda comunicación con nuestros agarraderos temporales humanos y divinos, Dios no nos dejará solos y desamparados. Suscitará profetas de entre las piedras, piedras que “gritarán” (Cfr. Lc 19,40). Profetas que, en el momento justo y adecuado, nos guiarán “hacia la verdad plena” (Jn 16,13).
Sin la menor sombra de duda, con toda fe ante lo inesperado, debemos creer que en los momentos de mayor persecución nos inspirará el Espíritu Santo, tal y como nos ha anunciado Jesús. Es en esto claro como en todo: “Cuando os lleven delante de autoridades y reyes, haced esfuerzo de no prepararos vuestra defensa, porque en ese mismo momento yo os daré palabras a las que no podrá hacer frente ningún adversario vuestro” (Lc 21,14-15). Está profetizado, y Dios, una vez más, nos lo avisa: “Velad, porque no sabéis el día ni la hora” (Mt 25,13).
Gracias a la fe, hemos sido puestos sobre aviso, y el tiempo apremia. No olvidemos que Dios debe ser para nosotros el sobretodo y el alimento imperecedero de nuestra alma. ¡Que nos coja confesados!