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La exigencia cristiana de afrontar el Mal en nuestra sociedad y en nuestro Estado

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Romano Guardini en este texto de lectura y meditación necesaria, qué es el Señor, en el capítulo VII de la 2ª parte del Tomo 1º, cuyo título es todo un enunciado: “El enemigo”, refiriéndose al capítulo 12 del evangelio de Mateo señala que “entonces le trajeron un endemoniado ciego y mudo y le curó, de suerte que el mundo hablaba y veía. Se maravillaban todas las muchedumbres y decían: “¿no será éste el hijo de David?”. Pero los fariseos que oyeron esto dijeron éste no echa a los demonios sino por el poder de Belcebú príncipe de los demonios” Y entonces Jesús responde en la forma que todos conocemos, que todo Reino dividido será desolado y si Satanás arroja a Satanás está dividido contra sí. Les viene a decir, por tanto, que él expulsa los demonios porque él está contra ellos y tiene poder sobre ellos.

Hay más cuando añade “el que no está conmigo está contra mí y el que conmigo no recoge desparrama. Por eso os digo todo pecado y blasfemia le será perdonado a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu Santo no le será perdonada” (Mateo 12, 22- 31).

Pero ahora deseamos centrarnos en la primera cuestión porque posee una dimensión colectiva necesaria, y porque es habitual que se pase por alto.

En esta descripción evangélica que liga determinadas enfermedades con la posesión diabólica, Guardini advierte que nos puede parecer extraño, porque nos nutrimos de la forma de pensar de los últimos siglos, pero subraya también que es de capital importancia para comprender el Nuevo Testamento y la actitud de Jesús. Por eso dice, “hemos de anular las objeciones nacidas de la actitud espiritual de los últimos tiempos y dejarnos llevar por la palabra de Dios, tanto en nuestro espíritu como en nuestros sentimientos. No es la primera vez que los evangelios nos muestran a Jesús socorriendo a los enfermos. La forma más habitual de interpretarlo es como un ejemplo de lo que debemos hacer, de lo que hace la Iglesia hoy en día de una manera extraordinaria. Pero Guardini nos dice más que esto:

Jesús ve en el fondo de la miseria corporal el poder maléfico, al demonio, digamos mejor Satanás. Este habita en el enfermo, cuya dolencia corporal no es más que una consecuencia de esta horrible cohabitación. Jesús se dirige contra él y le hecha con la fuerza del espíritu y entonces desaparece también la enfermedad”.

Guardini es muy consciente de la ruptura mundana que implica aquella afirmación y por ello advierte: “al leer esto, nuestra razón se revela y dice: ¿no sería esto consecuencia de los conocimientos médicos rudimentarios de la época?”

¿Porque si en la enfermedad hay algo del demonio, entonces los inocentes graves y dolorosamente enfermos viven en esta situación? No es eso lo que nos esta diciendo, sino que el Diablo lucha para poseer a los hombres y que en esta acción del mal también anida la enfermedad y el dolor. Es en esta lucha y no en toda alteración biológica, donde reside el efecto psicosomático del mal.

La explicación del demonio se nos antoja turbia propia de un nivel religioso inferior que debe ser superado. Esta es una objeción de entrada.  Pero si esto es así, dice Guardini, entonces Jesús como persona, pertenece a un nivel de civilización superado, que comparte la ignorancia médica de su tiempo, a lo que se puede añadir qué, por qué se ha de limitar a la razón médica su ignorancia, sino que también se puede extender a otros ámbitos en los que la ciencia hoy está mucho más avanzada. Por consiguiente, no es algo secundario el tratamiento que demos a este hecho, porque abre la puerta a la supeditación a las leyes de la mundanidad, o por el contrario afirma la supremacía de la palabra de Dios. Si optamos por esto último, y es el único camino cristiano, entonces tenemos a Jesús como principio y medida de todas las cosas, en cuyo caso escucharemos atentamente sus palabras y nos dejaremos aleccionar. La escucha y el aleccionamiento son previos a buscar razones mundanas que justifiquen en términos de la racionalidad el planteamiento de Jesús.

Guardini sostienen que la lucha de Jesús contra el poder satánico es el fundamento especial de su conciencia mesiánica. Sabe que no debe limitarse a enseñar una verdad, a mostrar un camino, establecer una relación con Dios, sino que ha sido enviado para litigar con unas potencias que se ponen al cumplimiento de la voluntad divina. Creemos que esta dimensión esencial de la Redención no se halla bien reflejada en buena parte del pensamiento católico y la práctica de la fe actual, con lo que se pierde conciencia de la dimensión transhistórica de la venida de Jesús y de lo que significa seguirlo.

Para Jesús no existe solamente la posibilidad del mal, propia de la libertad humana, ni tampoco la inclinación al mal, fruto del pecado del individuo y la colectividad, sino también un poder personal que quiere esencialmente el mal. Este no pretende alcanzar solamente con maldad lo que sería bueno en sí, aceptando esta maldad, sino que quiere lo malo porque es malo. Hay alguien que se opone a Dios con sus acciones. Quiere arrebatar el mundo de sus manos. Pretende desbancar al mismo Dios. Pero como Dios es el Bien mismo, no puede alcanzar su fin propuesto más que arrastrando mundo a la apostasía y a la ruina espiritual. ¿Y no es evidente que en esto están ahora?

Según esto, Satanás es el señor de un Reino. Establece un orden opuesto, dedicado el mal, en el cual el corazón de los hombres, su espíritu sus acciones, sus creaciones, sus relaciones con el prójimo y con las cosas, parecen tener un sentido razonable, pero en realidad son insensatas. Los grandes sermones del Evangelio de San Juan afirman que Satanás se esfuerza por erigir el Reino del mal contra el Reino Santo de Dios como mundo contrapuesto a la nueva creación divina naciente. ¿No son acaso estas, las estructuras de pecado, las organizaciones, instituciones, leyes, actos de los gobiernos, que bajo esta racionalidad asientan el orden del mal? ¿Quizás decir esto nos contraría, incluso lo rechazamos porque no se ciñe a la racionalidad técnica que niega la existencia de Satanás y su acción en el mundo? ¿Acaso nos atemoriza asumir esta realidad por miedo a que penetremos en un mundo tanto fantasmagórico? Hay que rechazar todas estas observaciones y seguir a la luz que surge de la palabra y la práctica de Jesús que muestran los evangelios.  De ellos nada puede surgir de oscuro, ninguna extremísimo pueden enraizar en nuestros corazones, si nos guiamos por el Sermón de la Montaña, por su luz y por la práctica de Jesús en relación con los hombres y con relación a Dios. Lo que sí resulta terriblemente malo sería construir una ideología humana instrumentalizando el pensamiento de Dios, la palabra de Jesús. Por eso es tan importante vivir cada día la fe con la ayuda que nos brinda la práctica Iglesia, su tradición y enseñanza.

Necesitamos menos teología mundana, y más teología fundamentada en la profundización de las palabras de Jesús, las que en definitiva representan la visión de Dios sobre el hombre y el mundo. La dificultad no radica en el hecho de que Jesús no señale la relación que hay entre Satanás y el mal, el sufrimiento y la enfermedad. La dificultad radica en asumir esta evidencia porque nos parece que puede desencadenar el fundamentalismo. Pero a causa de este temor no podemos abandonar la perspectiva de Dios para pasar a una visión humana. Pero tampoco podemos transformar sus palabras en una especie de ideología de la catástrofe. Por esto es tan decisivo ser fieles al conjunto y no a unas partes elegidas a nuestro criterio. El conjunto es el Sermón de la Montaña y la forma como Jesus abunda el mal. Lo hace mediante la abundancia de bien. Este es el gran desafío que es necesario realizar, articulando los dos aspectos. El mal terrible que va creciendo y configurando estructuras ante nuestros ojos, y la forma cristiana de darle respuesta.

La cuestión es cómo damos respuesta los cristianos a este hecho, el del intento de construir el reino del Mal, de la apostasía, a las causas del daño que causa, antes y más allá del daño en sí mismo. A como respondemos a estas estructuras de pecado que crecen y se asientan. Si Jesucristo vino a liberarnos de ellas, no podemos asumirlas pasivamente, como un hecho dado, integrarlas como una fatalidad en la vida cotidiana, justificándonos como mucho a base de lo que se hace para atender a sus víctimas. Hay que hacerles frente, actuar contra ellas, para modificarlas, para que cejen en sus efectos.

Y esa acción debe desarrollarse desde la responsabilidad personal, pero es inexorable que también sea colectiva y en todos los planos donde las causas y las estructuras actúan. Y si son políticas, como sucede, no hay ninguna razón para excluir la respuesta en este plano, en la forma que resulte mas conveniente y eficaz, porque la eficacia también forma parte de la economía de la salvación.

El enemigo que nos señala Jesucristo no es ningún ser humano, aunque sea necesaria la colaboración humana para que impere. Es el propio Mal Share on X.

No debemos aceptar pasivamente su acción institucionalizada. Y esto son las leyes como la del aborto, que han llegado a transformar los avances científicos, como el gran descubrimiento que consiguió Jerôme Lejeune de la causa del síndrome de Down, la existencia de un cromosoma de más en el par 21, en la gran tragedia que significa el aborto eugenésico. El aborto hoy hunde sus raíces en múltiples manifestaciones, porque ha abierto la puerta al menosprecio a la vida humana, que culmina, por ahora en la eutanasia, pero que también significa el uso de embriones humanos como material. O la destrucción sistemática de la familia, de la pareja humana y su sentido, y tantas otras dimensiones que ya se dan o, que se extenderán a nuevas leyes, como la del secuestro educativo de la educación de los hijos por parte del estado en nombre de la educación. Todo esto son los efectos de la apostasía, y no es bajo ficciones religiosas, como debemos abordarla.

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1 Comentario. Dejar nuevo

  • Sí, afrontar el Mal ¿pero cómo? si ya muchos cristianos prefieren votar a los partidos independentistas -que son abortistas- antes que votar a partidos que defienden la Vida pero no son independentistas (incluso dentro del mismo clero)

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