Hace diez años, en 1995, cuando aún no se dedicaba a los vaqueros gays, Ang Lee triunfó con una preciosa adaptación de la novela romántica de Jane Austen, Sentido y Sensibilidad. Obtuvo dos Globos de Oro, un Oso de Plata en Berlín y siete nominaciones a los Oscar, que se concretaron en ganar el Oscar al Mejor Guión Adaptado. El público llenó los cines y los espectadores comprobaron que las historias de amor decimonónico pueden ser adictivas y elegantes al mismo tiempo. Eso sí: con pocos gays, hay pocos Oscars.
¿Por qué han tenido que pasar diez años para que otro director revisite en serio el género y a la Austen? ¿Es que nadie vio el filón? ¿O debemos sospechar que Hollywood tiene un recelo insuperable por historias de romance que no incluyan escenas de cama? El público no tiene este recelo y llena las salas de nuevo estos días con Orgullo y Prejuicio, que en estructura, tipos de personajes y soluciones de composición y ritmo parece un clon de la película de Ang Lee, lo cual no es un demérito, sino una consecuencia de adaptar con cierta fidelidad las novelas de Jane Austen.
El señor Bennet tiene cinco problemas… es decir, cinco hijas
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El director Joe Wright y la guionista Deborah Moggach tienen que condensar una historia larga y compleja, y lo consigue sin estirar el metraje más allá de 127 minutos. Tenemos una familia del siglo XVIII, el matrimonio Bennet (un magnífico Donald Sutherland como padre), con cinco hijas que no pueden heredar y por lo tanto urge casarlas lo más ventajosamente posible a todas. La hermosa hija mayor, Jane (Rosamund Pike), cautiva al rico y joven señor Bingley pero diversas fuerzas conspirarán para separarlos. La timidez de ambos permitirá que los prejuicios ayuden a separarlos.
También los prejuicios -juicios apresurados e injustos- separan a la segunda hija, Lizzie (Keira Knightley, la auténtica protagonista) del hombre que le atrae, el señor Darcy (Matthew MacFadyen). Y no falta el orgullo: orgullo de los más ricos y respetados que miran con desdén a las casas menos distinguidas, y peor aún cuando la señora Bennet y sus hijas más pequeñas se comportan sin elegancia en eventos sociales.
Lizzie baila con el altivo señor Darcy…
¿superará el amor el orgullo de uno y los prejuicios de la otra?
Así, los malos mienten sobre los buenos, los buenos caen en las trampas de los malos, gente que se quiere se hace daño mutuamente, abundan las malas impresiones y falta comunicación por todos los bandos. Aquellos que actúan con fidelidad y discreción no son reconocidos en la maraña de fingimientos.
Al final, quien sepa ser fiel a su corazón manteniendo el buen sentido y la prudencia -que no es la sumisión a los chismes de la sociedad- podrá, con constancia y esperanza, llegar al amor. La Austen puede ser crítica con una sociedad hipócrita y machista, pero para ella el amor triunfa cuando se aclaran los malentendidos.
Visualmente, toda la película es un festín de texturas, tejidos, bordados, sedas, estatuas, edificios suntuosos y luces… El filme se detiene en las escenas de bailes y permite gozar al espectador de coreografías exquisitas con diálogos también exquisitos de desafío y desamor entre las parejas. Para aligerar intrigas y tragedias, podemos respirar con los paisajes de la campiña inglesa y escenas de la naturaleza.
Amor inteligente, belleza visual y elegancia romántica se juntan en esta obra. Se aburrirán quienes se aburrieron con Sentido y sensibilidad y disfrutarán quienes disfrutaron con las hermanas Dashwood, los enamorados que quedan paralizados como pasmarotes, los caballeros que apenas pueden expresar sus sentimientos y los diálogos elaborados que requieren atención por sus requiebros y sentidos dobles.
La pregunta es ¿pueden hacerse más películas como estas sin necesidad de adaptar a Jane Austen? ¿Alguien puede guionizar hoy sobre la búsqueda del amor verdadero en una época de caballerosidad y distinción? ¿Y aplicarlo a nuestros días? ¡Que alguien lo intente, al menos!