Diversos autores (como Orwell en su famosa obra «1984») han hablado de esto, y conviene recordarlo con cierta frecuencia: el uso de palabras orientadas a esconder realidades incómodas o a imponer proyectos ideológicos.
Gobiernos y grupos lo han hecho y lo hacen con frecuencia. Unos pocos ejemplos sirven para ilustrar esta manipulación del lenguaje.
Manipulan quienes hablan de normalización lingüística cuando en realidad buscan imponer un idioma a minorías que hablan otros idiomas.
O cuando se exalta el «derecho a decidir» mientras se defiende el aborto, algo que va contra un derecho fundamental: el respeto a la vida de todo ser humano, también antes de su nacimiento.
O cuando se alude a «matrimonio igualitario» mientras se promueve un tipo de unión que carece de un elemento constitutivo de todo matrimonio: la complementariedad que permite a una pareja transmitir la vida al propio hijo.
O cuando se emplea la palabra «limpieza» para aplicarla a las razas (limpieza étnica) como excusa para promover la expulsión o incluso el exterminio de miles de seres humanos.
O cuando se martillea a la gente con frases como «espacio vital» o «revolución del proletariado» para que dictadores ambiciosos provoquen guerras y represiones indescriptibles.
O cuando se invoca la «seguridad nacional» como parapeto para emprender represiones que sirvan para eliminar cualquier oposición legítima en una sociedad sanamente organizada.
O cuando son declarados «antirrevolucionarios» o «antipatriotas» quienes no piensan como el partido totalitario o el dictador de turno, sea de derechas o de izquierdas (dos palabras de las que también se abusa ampliamente).
La lista podría hacerse casi interminable, porque el recurso al «antilenguaje» es un instrumento muy usado para engañar a la gente, para neutralizar oposiciones ante proyectos claramente injustos, y para imponer planes dictatoriales.
A pesar de tantas palabras y frases usadas para esconder la realidad, los hechos nunca pueden ser destruidos: la verdad, tarde o temprano, termina por imponerse.
Es de desear que los engaños lingüísticos sean denunciados con presteza. Así será más fácil que discusiones sobre temas fundamentales se construyan desde la verdad.
Porque solo con un lenguaje limpio y sincero resulta posible un buen análisis de cada propuesta para poder evaluarla seriamente en lo negativo y en lo positivo que contenga.