John Henry Newman, Josefina Vannini, María Teresa Chiramel Mankidiyan, Dulce Lopes Pontes y Margarita Bays ya han sido elevados a los altares y son santos de la Iglesia católica.
Este 13 de octubre, XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco afirmó en homilía en la Santa Misa y Canonización de los beatos: “Hoy damos gracias al Señor por los nuevos santos, que han caminado en la fe y ahora invocamos como intercesores. Pidamos ser así, ‘luces amables’ en medio de la oscuridad del mundo. Jesús, quédate con nosotros y así comenzaremos a brillar como brillas Tú; a brillar para servir de luz a los demás”
El Santo Padre invitó a dar gracias al Señor por los nuevos Santos, que han caminado en la fe y ahora invocamos como intercesores. Tres son religiosas y nos muestran que la vida consagrada es un camino de amor en las periferias existenciales del mundo. Santa Margarita Bays, en cambio, era una costurera y nos revela qué potente es la oración sencilla, la tolerancia paciente, la entrega silenciosa. A través de estas cosas, el Señor ha hecho revivir en ella el esplendor de la Pascua. Es la santidad de lo cotidiano, a la que se refiere el santo Cardenal Newman cuando dice: «El cristiano tiene una paz profunda, silenciosa y escondida que el mundo no ve.
Los tres caminos de la fe
El Santo Padre comentando el Evangelio de este domingo señaló que, San Lucas (17,19) nos muestra el camino de la fe, en el que podemos distinguir tres etapas, señaladas por los leprosos curados, que invocan, caminan y agradecen.
La primera etapa de este camino de fe, indicó el Pontífice, es invocar. Y esta actitud lo vemos en los leprosos que se encontraban en una condición terrible, no sólo por sufrir la enfermedad que, incluso en la actualidad, se combate con mucho esfuerzo, sino por la exclusión social. Pero, aun cuando su situación los deja a un lado, ellos invocan a Jesús «a gritos». “No se dejan paralizar por las exclusiones de los hombres y gritan a Dios, que no excluye a nadie. Es así como se acortan las distancias, como se vence la soledad – puntualizó el Papa – no encerrándose en sí mismos y en las propias aflicciones, no pensando en los juicios de los otros, sino invocando al Señor, porque el Señor escucha el grito del que está solo”.
Por ello, el Papa Francisco afirmó que igual que los leprosos, también nosotros necesitamos ser curados, todos. “Necesitamos ser sanados de la falta de confianza en nosotros mismos, en la vida, en el futuro; de tantos miedos; de los vicios que nos esclavizan; de tantas cerrazones, dependencias y apegos: al juego, al dinero, a la televisión, al teléfono, al juicio de los demás. El Señor libera y cura el corazón, si lo invocamos, si le decimos: Señor, yo creo que puedes sanarme; cúrame de mis cerrazones, libérame del mal y del miedo, Jesús”. Llaman a Dios por su nombre, de modo directo, espontáneo. Llamar por el nombre es signo de confianza, y al Señor le gusta. La fe crece así, con la invocación confiada, presentando a Jesús lo que somos, con el corazón abierto, sin esconder nuestras miserias.
Caminar: siempre juntos confiando en Dios como John Henry Newman
La segunda etapa, señaló el Santo Padre, es caminar. Evidenciando una decena de verbos de movimiento que aparecen en el Evangelio de hoy, el Pontífice dijo que, impacta el hecho de que los leprosos no se curan cuando están delante de Jesús, sino después, al caminar. “Somos purificados en el camino de la vida, un camino que a menudo es en subida, porque conduce hacia lo alto. La fe requiere un camino, una salida, hace milagros si salimos de nuestras certezas acomodadas, si dejamos nuestros puertos seguros, nuestros nidos confortables. La fe aumenta con el don y crece con el riesgo. La fe avanza cuando vamos equipados de la confianza en Dios”.
Pero, el Papa Francisco evidencia otro aspecto interesante que emerge en el Evangelio y en el camino de los leprosos: avanzan juntos, siempre en plural: la fe es caminar juntos, nunca solos. Incluso después de haber sido curados Jesús se pregunta: «Los otros nueve, ¿dónde están?». Casi parece que pide cuenta de los otros nueve al único que regresó. Es verdad, es nuestra tarea —de nosotros que estamos aquí para “celebrar la Eucaristía”, es decir, para agradecer—, es nuestra tarea hacernos cargo del que ha dejado de caminar, de quien ha perdido el rumbo: somos protectores de nuestros hermanos alejados. Somos intercesores para ellos, somos responsables de ellos, estamos llamados a responder y preocuparnos por ellos.
La última etapa, afirmó el Obispo de Roma, es agradecer. Sólo al que agradece Jesús le dice: «Tu fe te ha salvado». No sólo está sano, sino también salvado. Esto nos dice que la meta no es la salud, no es el estar bien, sino el encuentro con Jesús. La salvación no es beber un vaso de agua para estar en forma, es ir a la fuente, que es Jesús. Sólo Él libra del mal y sana el corazón, sólo el encuentro con Él salva, hace la vida plena y hermosa.